El TeatroscopioEscena

Gianni Schicchi. Ópera Joven

 Por Francisco Collado

 

Toda una sorpresa la programación de ese Gianni Schicchi, que no es sino una amplificatio de un breve pasaje de La Divina Comedia del Alighieri. Una frágil pincelada, perteneciente al “ll Trittico”, que se articula en base a doce semiomotivos, con ecos de otras obras de Puccini. Schichi posee una equilibrada y atractiva estructura teatro-musical y un aria señera y sobresaliente para soprano: “O mio babbino caro”.

A partir de la creación de “La Fanciulla del West”, Puccini toma una nueva orientación con las óperas en un acto, basadas en las tres partes de la obra de Dante (Puccini no deseaba que se representaran separadas) y en las que (extrañamente) apenas tuvo problemas con su libretista (Giovacchino Forzano). Aunque fue Marotti realmente el inspirador de este concepto de varias obras en una sola. En realidad se aprecian escasas relaciones entre las tres óperas, salvo las cuotas de italianismo. Desde Tosca no había situado ninguna ópera en Italia. La historia del taimado florentino, apenas un esbozo (inferno, c. XXX, vv. 31-3, 40-5) en la génesis de la obra de Dante, está impregnada de espíritu italiano. Un retorno que el público purista agradecía después de tanto experimento pucciniano con otras nacionalidades. La brillantez, el stacatto, la alegría y vitalidad de la propuesta, agradaron al público y crítica de la época, situando al astuto Schichi por delante de las otras óperas de la trilogía. La modernidad en el uso sofisticado de los motivos orquestales no andaba lejos del éxito que obtuvo con la crítica. Como cuando emplea las notas a contratiempo y las corcheas seguidas de silencios, combinadas de manera magistral en diversas escenas cómicas.

Gianni Schichi contiene arias que, aunque menos divulgadas que el “babbino”, son efectivas y hermosas. Como el aria de Rinuccio “Firenze è com´un albero Fiorito”, desarrollada por César Arrieta con frescura y descriptiva articulación, dentro del continuo musical que estructuró Puccini, pero que tampoco puede separarse como pieza de concierto del contexto schichiano.

La pieza es exigente en su segunda parte y conserva ese estilo de stornello toscano popular con dos Si agudo, perfectamente solventados.

El acercamiento a la obra bufa solicita un tratamiento musical diferente al halo romántico. El tratamiento orquestal ataca con diferente sesgo, la melodía, el tono, el ritmo. La Aran Camerata dota de ese toque chispeante y ligero a este Schicchi, con deliciosos números de conjunto sobre las tablas.

La característica más potente de Gianni Schichi es su solvente mistura de dramaturgia (una de las más certeras de la ópera italiana), su ingenioso libreto y el luminoso sentido de comedia desarrollado, apoyándose en lo instrumental y lo vocal. Ese torbellino escénico que se hibrida a la perfección con lo que emana de la partitura. Una verdadera gozada coordinada por Cristina D. Silveira.

El conjunto de cantantes cumple a la perfección uno de los requisitos que hace de esta obra un escollo a la hora de representarla, la certeza interpretativa en cada uno de los numerosos roles y la personalidad individual de cada uno. No solo el libreto define la personalidad y actitud de los actuantes, también los motivos musicales arropan las acciones individuales y colectivas. Los motivos cortos recurrentes se citan una y otra vez, jugando con las mayores y las menores.

Los numerosos miembros del clan familiar suelen cantar con predominio del menor, mientras que los forasteros (Lauretta, Schicchi, Rinuccio) suelen estar en mayor. La utilización de las menores tampoco es fortuita, el autor trataba de reflejar la hipocresía del clan familiar, magníficamente interpretado (y coreografiado) por el elenco. Para el instante en que los parientes tratan de sobornar a Schicchi, a espaldas de los otros, se utiliza una ironía musical. Aquí Puccini toma material del motivo en el cual Schicchi describía su plan maquiavélico. La orquesta semeja burlarse de los parientes.

Los cantantes-actores salvan con fluidez y precisión milimétrica ese ritmo endiablado (casi de screwball comedy) con divertidos momentos, como el desfile de sombras. La dramaturgia está desarrollada con naturalidad, con momentos coreográficos de gran lucidez (y jocosos) como el tejemaneje que se traen los familiares con el difunto en la cama, la búsqueda del testamento o los instantes del notario con Schicchi jugando sus astutas bazas, ante la exclamaciones e imprecaciones de los taimados familiares. En algunos instantes es casi una comedia de puertas, con profusión de entradas y salidas. Pero nada es excesivo en esta disparatada coreografia donde el motivo musical para el duelo de los familiares se citará a menudo por la orquesta. Hay una vis cómica desconocida en el Puccini de las arias dolorosas y las melodías melodramáticas, que dibuja personajes con pinceladas cortas pero certeras. Solazados (y aviesos) personajes de filigrana italiana, manejados con un hábil sentido del tempo.

La orquesta empasta en todo momento y cumple el papel descriptivo que solicita la partitura, siempre al servicio de la plástica del personaje o del elaborado movimiento escénico.

Es de destacar como ingresan los instrumentos en el entramado narrativo. El modo en que las intenciones musicales solicitan claridad en entradas, cambios, tempos o métrica. Pero también flexibilidad cuando el pasaje se repite pero la situación dramática no es la misma y exige modificación. Hay reminescencias del helénico khoros en la utilización del grupo al unísono, que bebe directamente de la dramaturgia clásica, con acertados momentos que presentan al grupo familiar como una entidad distinta de lo que representan Schicchi y los ajenos a la familia.

El aria “O mio babbino caro”, es como un remanso en medio de la hiperactividad que se desarrolla en el escenario y al mismo tiempo sirve de estructura culminante de la tensión de los pasajes anteriores. Hay una ruptura total entre la sección anterior y el aria, un cambio rotundo en la orquestación, notas largas en las cuerdas, corno con sordina. Pero también cambia la intención. Ese Andantino Ingenuo que figura en el tempo es toda una manifestación de intencionalidad. El aplauso al final del aria es algo ya instalado y, en este caso, más que merecido.

La interpretación de Mar Morán fluye en las notas altas, creando un ambiente etéreo (casi voluptuoso) y conmovedor, columpiando ese círculo de quintas inversas. La soprano extremeña va sobrada de facultades, con ese poderoso fiato, y recorre los compases del aria en andantino (mientras la cuerda tremola en octava) con la carnosidad de una voz sedimentada y forjada a fuego lento que emociona destilando los distintos colores tímbricos. Conseguir emocionar con este momento es todo un mérito, dado que básicamente le pide a su papi que “le arregle lo suyo” a toda costa. La genialidad de Puccini evita llevar a cotas de hipérbole dramática, lo que no es sino una petición artera, sin restarle belleza.

La utilización del espacio dramático es exhaustiva, abarcando todos los rincones, jugando con ventañas, sombras o maping en el inicio de la obra, proyectado sobre el propio telón. El elemento plástico-visual está desarrollado con exactitud y dota de un aura dinámica y lúdica a la puesta en escena que, incluso juega con el espacio escénico fuera de la platea, incorporando uno de los palcos al formidable dúo de amor de Lauretta (Mar Morán) y Rinuccio (César Arrieta). El escollo de una concepción coral (tanto en partitura como en escena) está resuelto con sentido del ritmo y gran coordinación entre los ejecutantes. La misma partitura tiende a configurarse como su fuese un número de conjunto.

Todos los cantantes cumplen sobradamente en esta miscelánea plural y disparatada que se desarrolla en la antigua Florencia, que bebe directamente de la Commedia dell`Arte y responden a las exigencias dramatúrgicas componiendo los personajes; tanto en breves pinceladas interpretativas como en sus roles vocales; consiguiendo destacar (pese a la brevedad de algunos) para transmitir una dinámica de conjunto, precisa y técnica, en sus evoluciones. La orquesta Aran Camerata realiza una lectura adecuadamente teatral, de pulso sólido, sin caer en la lectura de foso, dados los matices que solicitan las sutilezas de la partitura desde la versada batuta de Álvaro Albiach.

Gianni Schichi recorre un abanico que abarca desde el lirismo de arias como “O mio babbino caro” hasta líneas que se aproximan al parlato, potenciando el elemento verbal sobre el estrictamente musical, jugando hábilmente con susurros, comentarios, onomatopeyas o exclamaciones. Incluso llegando al polidialogismo musical entre voces e instrumentos en algún pasaje. También esgrime el uso del pizzicato para crear ciento ambiente de misterio.

En el epílogo, Schicchi se disculpa con el público por sus diabluras. Al fin y al cabo todos salen beneficiados con posesiones que antes no tenían (en lo material y en lo amoroso). Todos, excepto los frailes, que se quedan a dos velas…Algo lógico, teniendo en cuenta que Schicchi salió directamente de un infierno dantesco, donde no serían precisamente apreciados.

Alberto Martínez como barítono bufo, con profusión de recursos, sin que en ningún instante delatase algunos problemas de salud, que podrían haber afectado a la calidad de la emisión, con instantes verdaderamente hilarantes como la lectura del notario, que requiere grandes dosis de sabiduría dramática y dominio del timing. Especialmente reseñable es el aria “Era eguale la voce?”, donde luce poderoso cuerpo, graves ligeros y lúcidos y esa vis cómica, plena de matices solicitados por la escritura de un compositor que, nunca fue excepcional para barítonos.

 El testamento es casi como un personaje más de la trama. El rol de Schicchi está desarrollado con pinceladas certeras por el barítono de Almendralejo, para presentarnos a un pícaro divertido (y a la postre, padre) de luminoso cinismo y que, al final, consigue cierta complicidad y aprobación del respetable. Su emisión deviene intenso despliegue de voz y gran fuerza teatral.

Hay un notable trabajo actoral y vocal para componer al “contadini” de la vida real en que se basa el libreto, despreciado por los patricios, que hace de su astucia una venganza. Otro de los instantes hilarantes es la llegada-despedida del médico, dónde el barítono distorsiona la voz (imitando a Donati) en un difícil equilibrio entre lo humorístico y lo técnico, jugando con las evoluciones. Su emisión deviene un gran despliegue de voz y dramaturgia.

El rol de Spinelloccio (pese a su brevedad) está solventado con simpatía y dominio de lo esperpéntico por Manuel Torrado y el “mérito de la escuela Boloñesa”. Certeras también las recreaciones de Nella (Silvia Naranjo) de hermoso timbre y limpia dicción o la sensual interpretación de Zita (Paola Leguizamón), de amplia fluidez y hermoso color. El grupo familiar está certeramente hibridado. Todas las voces y actores : Andrea Niño (La Ciesca), Sergio Aunión (Gherardo), Miguel Maduro-Dias (Betto di Signa), Javier Agudo (Simone), José M. Torres Moruno (Marco), Javier Gómez (Ser Amantio), Rubén Molano (Pinellino), Pedro Grajera (Guccio), Hugo Corchado (Gherardino) y Tito López (Buoso Donati), cumplen sus roles con exactitud de relojero, evitando el peligro de las óperas corales: la transmutación de la coreografía en un batiburrillo que despilfarra las posibilidades dramáticas y vocales. Nada de esto hay en este “Schicchi”. El pícaro florentino y la fauna familiar están plenos de riqueza armónica, de sintaxis plástica. De humorada cínica y malauva. Enhorabuena a esta propuesta de Diputación de Badajoz que aproxima la ópera a los jóvenes y al aguardo de próximas entregas.

 “Por esta travesura me han arrojado al infierno, pero, con licencia del gran padre Dante, si

ésta noche os habéis divertido, concededme el atenuante”.

Gianni Schicchi, representado el 30 de septiembre en el Teatro López de Ayala. Badajoz, dentro del programa «Ópera Joven» de la Diputación Provincial de Badajoz. 

 

Giacomo Puccini, Giacomo Luccini, Lucca, Italia, 22 de diciembre de 1858 – Bruselas, 29 de noviembre de 1924.

 

GIANNI SCHICCHI ALBERTO MARTÍNEZ

LAURETTA MAR MORÁN

ZITA PAOLA LEGUIZAMÓN

RINUCCIO CÉSAR ARRIETA

LA CIESCA ANDREA NIÑO

NELLA SILVIA NARANJO

BETTO DI SIGNA MIGUEL MADURO-DIAS

SIMONE JAVIER AGUDO

GHERARDO SERGIO AUNIÓN

MARCO JOSÉ MIGUEL TORRES MORUNO

MAESTRO SPINELLOCCIO MANUEL TORRADO

SER AMANTIO DI NICOLAO JAVIER GÓMEZ CARRASCO

PINELLINO RUBÉN MOLANO

GUCCIO PEDRO GRAGERA

GHERARDINO HUGO CORCHADO FERNÁNDEZ

BUOSO DONATI TITO LÓPEZ

NARRADOR PRÓLOGO FRANCISCO NEGRO

DIRECCIÓN TÉCNICA DAVID PÉREZ HERNANDO

AYUDANTE DE DIRECCIÓN SIMÓN FERRERO

ESCENOGRAFÍA Y ATREZO LA NAVE DEL DUENDE

DISEÑO DE VESTUARIO Y CARACTERIZACIÓN VISTEQUIENTEVISTE

VESTUARIO JAVIER HERRERA Y REYES MANCERA

CARACTERIZACIÓN PILAR BRINQUETE, MARÍA LÓPEZ Y JAVIER HERRERA

VÍDEO ESCENA ALEXANDRE CANO

DISEÑO DE ILUMINACIÓN DAVID PÉREZ HERNANDO

IMAGEN PROMOCIONAL JAVIER REMEDIOS

DISEÑO GRÁFICO Y LIBRETO REMEDIOS CREATIVOS

DIRECTOR MUSICAL ASISTENTE RODRIGO OSSANDÓN

PIANO REPERTORISTA BEATRIZ GONZÁLEZ

ORQUESTA ANAM CAMERATA

VIOLÍN I JAVIER FERNÁNDEZ • VIOLÍN II MIGUEL ÁNGEL PÉREZ

VIOLA SARA MARIGÓMEZ • CELLO LUCÍA PÉREZ

CONTRABAJO ELISA CASTELLANOS • FLAUTA SANTIAGO MARÍN

OBOE ADRIÁN PULIDO • CLARINETE IVÁN GÓMEZ

FAGOT RUBÉN TORTOSA • TROMPA PEDRO HERMOSO

TROMPETA ALFONSO GARCÍA-MORA • TROMBÓN DAVID TABOADA

PIANO EDUARDO MORENO • PERCUSIÓN KIBIR MHADDA

DIRECCIÓN MUSICAL ÁLVARO ALBIACH

DIRECCIÓN ESCÉNICA CRISTINA D. SILVEIRA

 

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