‘Los días con Felice’, de Fabio Andina

Los días con Felice

Fabio Andina

Traducción de Álida Ares

Punto de vista

Madrid, 2021

218 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

Lo contrario a la amistad es el museo de cera. En el museo de cera unas figuras de tipos famosos exhiben un gesto sin vida, exhiben la parte obscena de la muerte: el cuerpo podría no desaparecer, pero desaparecen los sentimientos. Ahora bien, ¿qué es la amistad? ¿Cuál es su esencia, su sentido, su función? De esto trata esta novela, Los días con Felice, que Fabio Andina (Lugano, Suiza, 1972) escribió con el mismo cuidado con el que deberíamos tratar a los seres mágicos de los bosques. Que no existan los elfos en este mundo aprisionado por la dureza de la realidad, no quiere decir que no debamos cuidar lo que cuidaban ellos.

Felice es un anciano al que admira el narrador de esta historia. Aquí ya exploramos la primera condición de la amistad, que es un grado de admiración humana: a los amigos los queremos porque nos gustaría ser como ellos, pero con un sano orgullo que no nos impide seguir siendo quienes somos. El narrador acompañará a Felice durante este período en el que cualquier otra vida podría pensar que ha entrado en decadencia y dejarse llevar por la misma. Pero Felice no se dedica a sentarse a ver la televisión suspirando por los años perdidos. Vive en las montañas suizas y comparte sus días con ellas: nada en el lago, camina bajo la lluvia, conoce la naturaleza. A pesar de los noventa años, mantiene una vitalidad envidiable. Es un modelo de vida pura, o al menos eso es lo que intenta transmitirnos el narrador. Pero hay un ámbito incómodo detrás, que Fabio Andina ha tenido en cuenta, sin duda, que se refiere a la soledad. Felice, como los demás personajes que irán apareciendo, compartiendo vivencias con él, es una persona solitaria. No sabemos cuánto hay de elección en esa soledad y cuánto de elección de la vida, que es más dueña de nuestro destino de lo que nos gustaría. En cualquier caso, los personajes solitarios han aprendido a acompañarse entre ellos. Eso también es amistad.

La vida que nos retrata la novela está simplificada. Es decir, está simplificada frente a la vida que nos hemos arrojado encima la mayoría de los mortales, con su exceso de neurosis urbana. En el mundo rural -y uno sospecha que esta obra contiene bastante de ese género que se conoce como Nature Writting– la vida resulta más sencilla. Es posible que la obra haya surgido como impulso propio para hacer frente a la locura de la ciudad, como es posible que brotara con intención de componer un gran homenaje a una forma de estar en el mundo de la que quedan muy pocos ejemplos. De hecho, el tono de la novela es elegíaco. El narrador entona desde la observación de su amigo, que es mentor sin intención de ser maestro, y observa el entorno, comentando lo que ve, lo que siente, con una suerte de costumbrismo que, si nos sorprende, será por que se habla de costumbres extintas. No sabemos si Andina se documentó fielmente para elaborar esta obra, o si buena parte de ella broto de la imaginación o en realidad hay mucho de experiencia propia. Pero lo que sí sabemos es que nos transmite un mundo lleno de poesía. Y eso nos aliviará lo bastante como para considerar que este tipo de lecturas son necesarias, porque son lenitivas y son terapéuticas.

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