«Perdidos»: cuando ellos van, ellas ya vuelven

Por Mariano Velasco

Imaginemos a dos buenos amigos, Juan y Luis, compañeros de trabajo, que se juntan a comer en un bar, y que de puro aburrimiento de verse las jetas a diario llega un día en el que, de la forma más tonta, se plantean un reto el uno al otro: ¿y si tú te intentas liar con mi mujer y yo con la tuya, a ver quién lo consigue?

Ese es más o menos el punto de partida, sin dar demasiados detalles, de esta divertida comedia bien titulada “Perdidos”, que puede disfrutarse, tranquila y relajadamente, en las noches veraniegas de la terraza del Teatro Galileo, ahora llamado Teatro Quique San Francisco en homenaje al cómico recientemente fallecido.

Y digo “bien titulada” porque estos dos pobres currantes al final en lo que se meten es en un lío de narices del que no saben cómo demonios salir, y en el que acaban estando, pues eso, perdidos, sin  rumbo y en lodo, como decía el bolero.

Todo ello genera una serie de situaciones cómicas muy bien llevadas gracias a un guion sencillo pero muy vivo de Ramón Madaula y a la agilidad de sus dos actores, Agustín Jiménez y Carlos Chamarro, que saben imprimirle el ritmo que merece a esa divertida historia sin dejarla caer en la monotonía de escenarios que a veces son tan habituales en la vida real que pudieran llegar a resultar previsibles.

Porque seguro que les resultará fácil a muchas de las parejas que acudan a la terraza del Teatro Galileo reconocerse más o menos en las situaciones que se plantean, cuando va uno/a alcanzando una edad, las obligaciones del día a día nos absorben y el poco tiempo libre que nos queda se lo acabamos dedicando a las dichosas “actividades extraescolares” de los peques, que sí yo llevo a la niña al basket a no sé qué pueblo de Toledo y tú al niño al hockey a Guadalajara… Y al final, la vida en pareja se nos va como diluyendo, sin tiempo el uno para el otro y cayendo en la más mediocre y desilusionante monotonía.

Lo que pasa es que, claro, a estos dos figuras no se les ocurre otra cosa que, en vez de tratar de lavar la ropa en casa y buscar la solución dedicándoles más tiempo, ilusión y ganas a sus mujeres, se plantean intentar algo más original: dejan salir afuera el jovencito machote y ligón que llevan dentro.

Acertadamente creo, se plantea todo aquí bajo la perspectiva única masculina, un recurso del texto que evita convertir el planteamiento de la obra en una “chicos contra chicas” y logra centrarla básicamente en las torpezas, inseguridades y fanfarronadas de los maridos, convirtiendo así lo que podría haber sido una guerra de sexos, tal vez demasiado vista ya, en un puro “suicidio masculino”.

Todo ello de muy buen rollito y con mucha guasa y buen humor, ¿eh? Que nadie espere tampoco hacer de Perdidos la obra trascendente que todos esperábamos sobre lo masculino y lo femenino, sobre los roles de género en el matrimonio ni nada de eso. Aunque sí que tiene sus cositas muy bien traídas que dan que pensar.

Como, por ejemplo, y sin desvelar demasiado, que queda bien claro que los hombres muy a menudo se piensan que son quienes llevan las riendas de toda relación y se ven con la suficiente autoridad como para decidir o no sobre lo que está bien y lo que está mal, y al final acaban dándose cuenta, los pobres, de que, como cantaba Chenoa, cuando ellos van, ellas ya vuelven.

Dramaturgia: Ramón Madaula
Dirección: Ignasi Vidal
Reparto: Agustín Jiménez y Carlos Chamarro
Adaptación y ayudante de dirección: Roberta Pasquinucci
Escenografía y vestuario: Alessio Meloni
Taller de escenografía: Readest
Diseño de iluminación: Ciru Cerdeiriña
Arreglos y serigrafías vestuario: Paloma De Alba
Fotografías: Javier Naval
Video: David González
Prensa: Josi Cortés
Dirección de producción: Nadia Corral
DistribuciónFran Ávila
Agradecimientos a Taberna Cascajares, Restaurante Senador y Cafés Templo
Una producción de Octubre

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