Esa lumbre sagrada. Aforismos inéditos sobre la dignidad

Digno es no hacer nada moralmente execrable para obtener algo materialmente valioso.

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Cualquier que esté dispuesto a cualquier cosa con el objetivo de obtener cualquier otra, abre una vía de agua en su propia embarcación: precipita el hundimiento.

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La dignidad te brinda un suelo tan firme que, por muy abajo que te encuentres, siempre te mantiene en un estado espiritual elevado.

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Cuando uno atenta contra su propia dignidad, aunque logre salir adelante, se deja para siempre atrás, varado en el cieno.

Jack Lemmon, en El Apartamento, de Billy Wilder, una de las mejores fábulas modernas sobre la dignidad personal

Digno: íntegro, incluso despedazado. Indigno: degradado, mohoso y purulento, aunque aparezca cubierto de oropel.

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Nadie pierde, en puridad, la dignidad, sino que la regala a cambio de… apenas nada.

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Dignidad, en realidad, no es un sustantivo, sino un verbo: no existe en abstracto, sino que cada cual, todos los días de su vida y hasta el final, tiene que conjugarlo.

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La dignidad tiene una boca curiosa: carente de labios, pero atestada de incisivos y colmillos afilados.

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Los dignos también tropiezan pero, como los gimnastas, siempre caen de pie.

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La dignidad es una dimensión personal con resonancias cósmicas: por eso cualquier menoscabo que le inflige a la suya un individuo concreto, tarde o temprano acaba dañando el universo entero.

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Indigno, vil, mezquino, ruin, canallesco… ¡qué panoplia de sinónimos, a cuál más cacofónico, contra un único bello concepto: el de dignidad!

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Con dignidad, el desposeído es amo, aunque duerma en un barril; sin dignidad, el poderoso es esclavo, por mucho que desayune todas las mañanas en una mansión con piscina.

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Epítome de la dignidad: Diógenes conminando a Alejandro a que se aparte, que le tapa el sol.

Mi dignidad: mi castillo.

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Dignidad es no mirarte en el espejo y que tu propio reflejo baje los ojos, abochornado.

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Un gobernante digno es aquel cuyos errores están dispuesto a disculpar incluso sus adversarios; uno indigno avergüenza a quienes le apoyan con toda suerte de victorias pírricas.

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A la auténtica dignidad nunca se le caen los anillos; eso sí, ¡no se te ocurra amputarle un dedo!

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En qué consiste la “vida digna” lo decido yo, a solas con mi conciencia. No así mi muerte, que está en manos de Dios (para los creyentes) o del patético azar (para los descreídos).

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La dignidad traza un círculo de fuego en torno a cada cual: ¡pobre de ti, si el tuyo se apaga!

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El fuero interno: única morada de la dignidad personal. Allí donde solos estáis tú y Dios.

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Dignidad: preservar ardiendo esa lumbre sagrada que nos concedió Dios al nacer, contra todos los vientos que pugnan por apagarla.

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La dignidad es la última frontera: cuando la atraviesas, aunque te salves, ya estás muerto.

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La dignidad es el sueldo diario del espíritu en paz.

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Bienaventurados los dignos, porque ellos ya llevan el Paraíso dentro.

 

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José Luis Trullo (Barcelona, 1967) es editor y aforista. Su último libro publicado como autor es Meandros. En torno a Heráclito (Thémata Editorial), escrito a cuatro manos con Ander Mayora. Como editor, sus últimas obras publicadas son, este mismo año, Aforismos del solitario, de José Camón Aznar (Libros del Innombrable) y La sonrisa de Nefertiti (Cypress Cultura). Está a punto de aparecer El reposo en la luz, Aforistas clásicos franceses (Apeadero de Aforistas).

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