Esa lumbre sagrada. Aforismos inéditos sobre la dignidad
Digno es no hacer nada moralmente execrable para obtener algo materialmente valioso.
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Cualquier que esté dispuesto a cualquier cosa con el objetivo de obtener cualquier otra, abre una vía de agua en su propia embarcación: precipita el hundimiento.
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La dignidad te brinda un suelo tan firme que, por muy abajo que te encuentres, siempre te mantiene en un estado espiritual elevado.
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Cuando uno atenta contra su propia dignidad, aunque logre salir adelante, se deja para siempre atrás, varado en el cieno.
Digno: íntegro, incluso despedazado. Indigno: degradado, mohoso y purulento, aunque aparezca cubierto de oropel.
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Nadie pierde, en puridad, la dignidad, sino que la regala a cambio de… apenas nada.
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Dignidad, en realidad, no es un sustantivo, sino un verbo: no existe en abstracto, sino que cada cual, todos los días de su vida y hasta el final, tiene que conjugarlo.
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La dignidad tiene una boca curiosa: carente de labios, pero atestada de incisivos y colmillos afilados.
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Los dignos también tropiezan pero, como los gimnastas, siempre caen de pie.
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La dignidad es una dimensión personal con resonancias cósmicas: por eso cualquier menoscabo que le inflige a la suya un individuo concreto, tarde o temprano acaba dañando el universo entero.
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Indigno, vil, mezquino, ruin, canallesco… ¡qué panoplia de sinónimos, a cuál más cacofónico, contra un único bello concepto: el de dignidad!
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Con dignidad, el desposeído es amo, aunque duerma en un barril; sin dignidad, el poderoso es esclavo, por mucho que desayune todas las mañanas en una mansión con piscina.
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Epítome de la dignidad: Diógenes conminando a Alejandro a que se aparte, que le tapa el sol.
Mi dignidad: mi castillo.
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Dignidad es no mirarte en el espejo y que tu propio reflejo baje los ojos, abochornado.
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Un gobernante digno es aquel cuyos errores están dispuesto a disculpar incluso sus adversarios; uno indigno avergüenza a quienes le apoyan con toda suerte de victorias pírricas.
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A la auténtica dignidad nunca se le caen los anillos; eso sí, ¡no se te ocurra amputarle un dedo!
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En qué consiste la “vida digna” lo decido yo, a solas con mi conciencia. No así mi muerte, que está en manos de Dios (para los creyentes) o del patético azar (para los descreídos).
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La dignidad traza un círculo de fuego en torno a cada cual: ¡pobre de ti, si el tuyo se apaga!
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El fuero interno: única morada de la dignidad personal. Allí donde solos estáis tú y Dios.
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Dignidad: preservar ardiendo esa lumbre sagrada que nos concedió Dios al nacer, contra todos los vientos que pugnan por apagarla.
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La dignidad es la última frontera: cuando la atraviesas, aunque te salves, ya estás muerto.
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La dignidad es el sueldo diario del espíritu en paz.
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Bienaventurados los dignos, porque ellos ya llevan el Paraíso dentro.
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José Luis Trullo (Barcelona, 1967) es editor y aforista. Su último libro publicado como autor es Meandros. En torno a Heráclito (Thémata Editorial), escrito a cuatro manos con Ander Mayora. Como editor, sus últimas obras publicadas son, este mismo año, Aforismos del solitario, de José Camón Aznar (Libros del Innombrable) y La sonrisa de Nefertiti (Cypress Cultura). Está a punto de aparecer El reposo en la luz, Aforistas clásicos franceses (Apeadero de Aforistas).