Menestra de visigodos, romanos y conquistas ibéricas

Por Tamara Iglesias

 

“Los bárbaros que penetraron en la España la devastan ahora en lucha sangrienta, desplazándose furiosos y voraces como el azote de la peste. Roban, saquean, destruyen… reina un hambre terrible, un inigualable caos, que destroza incluso a los hombres más fuertes”; así describía el obispo e historiador Hidacio (natural de Lemica, Xinzo de Limia, Ourense) la llegada de las primeras invasiones bárbaras a la península ibérica cuando ésta aún se encontraba dominada por el poder del Imperio Romano. Posiblemente a tu recuerdo acuda con docilidad, querido lector, aquel pasado artículo sobre las últimas invasiones bárbaras y las palabras del joven muchacho que postulaba su ira contra los bárbaros del norte que habían pulverizado su acceso al trono. Es lógico que hallemos aquí sentimientos parejos pues, guiado por el miedo hacia aquellos pueblos que no manifestaban la fe al dios cristiano, Hidacio presentó una continuada referencia peyorativa hacia estos pueblos venidos en el siglo V (el llamado “siglo de los barbaros”), olvidando que no fueron ni más cruentos ni menos sanguinarios que los propios romanos con los que se codeaba en cenas y banquetes. Sin duda presentar una nueva línea de creencias religiosas frente a la Iglesia cristiana, que tanto había tardado en consolidar su hegemónico puesto, era un peligro al que ningún obispo estaba dispuesto a ceder, y quizá de ahí surjan las duras descripciones de quien veía peligrar su crédito y su conveniente cargo.

Pero… ¿quiénes fueron en realidad estos “bárbaros” que asolaron y anegaron las tierras del antiguo imperio romano?

Se trató ni más ni menos que de los pueblos góticos, surgidos de una raíz común pero alejados por la digresión cultural; geográficamente se mantuvieron en la zona del Danubio como un ente simbiótico, pero establecieron sendas diferenciaciones y terminologías que los convirtieron en tribus heterogéneas. Para su diferenciación principal emplearon partículas linajudas que ofrecían información respecto a su posición territorial o a características distintivas de su forma de vida: por ejemplo, los Vesi serían “los buenos” o “pacíficos”, los ostrogodos los “godos del sol naciente”, los Tervingi y greuthungi “los cercanos a los ríos y las montañas”.

Ilustración de la Edda de Saedmund en la que se representa al conocido Atila, rey de los hunos

Y estando asentados en la zona del Danubio… ¿por qué decidieron penetrar en territorio imperial?

Podríamos decir que todo se debió a una serie de catastróficas desdichas: con la llegada de los Hunos en el 375 y la presión que ejercían desde el este, los pueblos góticos se vieron obligados a la emigración. Los suevos, alanos y vándalos fueron los primeros afectados y se trasladaron al norte de la península ibérica, la zona central y el oeste y sur de la meseta. Su migración fue de lo más inoportuna, pues el imperio veía sus fuerzas y fronteras mermadas por la división administrativo-geográfica (occidente y oriente) y no tardaron en considerar esta “infiltración” como un intento de invasión. Como respuesta pidieron auxilio del rey godo Valia para que, armado hasta los dientes, destruyera al “invasor” que había perpetrado la seguridad de sus foedus (lindes).

¿Y qué pasó después? ¿Se retiraron?

Derrotados los vándalos (que se trasladaron a tierras africanas) y los alanos (reabsorbidos por la población hispanorromana), el imperio recuperó su potencia militar y resolvió enviar a los visigodos frente a la nueva amenaza que asolaba Aquitania, infravalorando el vigor de los suevos que comenzaban ya a expandirse por toda la península hasta Mérida (Emérita Augusta) y la paciencia de los visigodos, que llegaría a su límite con las exacerbadas condiciones de Valente en el 377. Tras la muerte del emperador en la batalla de Adrianopolis (agosto del 378), el heredero Teodosio firmó la paz (año 381) con los visigodos, a quienes les ofrecía un puesto de prestigio en el ejército y unas condiciones de pleitesía inusitadamente laxas.

¿Y la paz duró?

Pues… la verdad es que no. En el 401 un nuevo enfrentamiento se hizo patente y Alarico, líder de los visigodos y miembro de la casta de los Baltos (los audaces), trasladó a su pueblo hasta Veneto, Milan y Roma, donde Honorio (hijo de 11 años de Teodosio) no pudo ofrecer ningún tipo de resistencia, precipitando el saqueo de la ciudad en el 410. El fin de las hostilidades sobrevino con el nombramiento del líder visigodo como gobernador de Illiria

Posteriormente el sucesor de Alarico, Ataulfo, condujo a los visigodos a la Galia, donde selló un acuerdo de paz con los romanos a través de un pacto matrimonial con Gala Placidia, hija de Teodosio. A partir del 418 se convertirán en los fieles aliados de Roma contra los hunos, los bagaudas hispanos y los suevos.

Grabado en el que se representan las honras fúnebres al rey visigodo Alarico

¿Y qué ocurrió cuando se debilitó el Imperio Romano?

¡Muy buena pregunta! Lo cierto es que en el 456 la debilidad de las fronteras españolas era tal que de nuevo hubo de agachar la cabeza el gran imperio para pedir ayuda a los visigodos, en este caso frente a Teodorico II quien consigue aislar a los suevos en la zona de Galicia, Asturias y León (donde permanecerían independientes al imperio hasta el siglo VI). En pago forzoso a sus servicios, los romanos concedieron a los visigodos cierta hegemonía política en la península, sin ser conscientes de que tal decisión les costaría la desanexión de Hispania y fomentaría las ansias colonizadoras. En lugar del anterior sistema de esclavitud, los visigodos establecerán un proto-feudalismo denominado “colonato”, lo que provocó sendas revueltas campesinas (a menudo asimiladas con movimientos heréticos como el priscilianismo), y en lo que a religión se refiere, los visigodos practicaron el arrianismo hasta el 589, momento en el que adoptaron el cristianismo.

¿Y el reinado visigodo estuvo exento de conflictos?

Por desgracia, todo lo contrario: desde el siglo VI al VII la preponderancia visigoda estuvo llena de enfrentamientos, con especial resonancia en las disyuntivas monárquicas de sucesión (el más sonado los señalamos en el año 710, cuando se suceden diversas batallas por el trono de Witiza).

El fin del auge visigodo llegará en el siglo IX, cuando casi toda la península quedó bajo dominio musulmán; esta situación derivaría en la reagrupación de varios nobles visigodos en la zona de Asturias (prófugos de la conquista árabe), destacando entre ellos a Don Pelayo, príncipe de los astures y antepasado de reyes visigodos, quien iniciaría la expulsión de los musulmanes a manos de los llamados “reinos cristianos”, fijando sus raíces con las de un pueblo que llevaba gobernando la Hispania desde el siglo V.

 

Para saber más
MUSSET, L.: Las invasiones. Las oleadas germánicas. Barcelona, Labor, Nueva Clío, nº 12, 1982 (2ª Ed.)
MITRE, E.: Textos y documentos de época medieval, pag.38, Saqueo de Roma por ALARISO (410): Visión de San Agustín, págs.. 41-42, El historiador Procopio Hace el elogio del rey de los Ostrogodos Teodorico (487-526)
COUMERT, M.: Los Reinos Bárbaros en Occidente. Granada, Universidad de Granada, 2013.

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