Guadalupe Plata, blues del Delta (del Guadalquivir)
Por Kepa Arbizu.
El blues es una música “inventada”, básicamente, por los negros entre campos de algodón (o cualquier representación de la esclavitud) y sufrimiento. Como música que es, y por lo tanto con vocación universal, su influencia puede cuajar en cualquier persona del planeta, sea cuales sean sus particularidades. Por lo tanto, aunque cause sorpresa por inhabitual, no es extraño que la huella del diablo se haya posado en los tres andaluces que forman Guadalupe Plata.
Su tercer disco (contando su debut en formato EP) lleva el mismo (no) título que sus predecesores, es decir, ninguno o el de la propia banda, según se interprete. La formula esencial no varía (funciona a la perfección, por qué hacerlo): blues oscuro y pantanoso. A pesar de eso, la nueva grabación, en la que el ubicuo Mike Mariconda hace las veces de productor, todavía incide más en ese sonido “vintage” y desgarbado, consiguiendo ahondar en esa ambientación tan peculiar que los ubetenses consiguen.
Las canciones de Guadalupe Plata no siguen el patrón habitual del rock, aquí no hay estribillos ni estrofas, incluso ni letras que desarrollen una historia. Pero el gran mérito de ellos es que pese a esa falta de osamenta aparente, las canciones logran mantenerse en pie gracias a esa ambientación, que si en un primer momento puede descolocar a alguien no avisado, a la larga, la mayoría de las veces, conseguirá embaucar en sus redes al oyente.
Las influencias que manejan estos andaluces son variadas y aunque es cierto que el blues primigenio marca buena parte del paso, no lo es menos cierto que son otras muchas las fuentes de las que toman prestado y que además lo “deconstruyen” todo de tal manera llevándolo a su terreno (también en el sentido geográfico) que suele quedar diluido en su particular visión. No será extraño por lo tanto intuir un aroma a la psicodelia “made in San Francisco” en “Rezando” o que se den al rhythm and blues frenético y descontrolado en “Rata”.
Los nombres icónicos del género se aparecerán como ánimas entre algunas composiciones del disco, así Muddy Waters se dejará ver en la acelerada “El Blues Es Mi Amigo“, la virulencia sonora típica de Elmore James se abrirá paso en “No Me Ama” y el ruralismo de Son House o Charlie Patton son la estructura de la aterradora “Jesús Está Llorando 2”. Y Si John Fahey le “dedicó” un funeral a Mississippi John Hurt, Guadalupe Plata no van a ser menos y se lo obsequian al primero (“Funeral de John Fahey”), bien electrificado, eso sí.
Uno de los elementos representativos de la banda es su manera de abordar ese boogie blues tan típico de John Lee Hooker, como demuestran en la contenida “Demasiado” o en “Esclavo”. Mayor contundencia se vislumbra en el desbarre sonoro que es “Oh My Bey”, esta vez con la crudeza de alguien como Hound Dog Taylor como referente.
Mención aparte se merece un tema como “Santo Entierro” que sintetiza a la perfección la peculiaridad de una banda que es capaz de juntar en un tema ese sonido siniestro que firmarían bandas australianas del estilo de Scientists, una ambientación western con ritmos de percusión que evocan a las procesiones. Y es que quizás no es fácil de primeras asimilar la propuesta de Guadalupe Plata, que al ya no demasiado popular blues le imprimen además un sello personal llevándole por terrenos más oscuros y densos. Pero precisamente en eso que podría ser su “handicap” reside su grandeza, crear un lenguaje musical único que acaba por derribar cualquier barrera y termina por imponer su particularidad y talento.
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