Mario Álvarez Porro: «No se puede contener en grafías todo el fuego que llevamos en nuestro interior»

Mario Álvarez Porro nació en Sevilla en 1977 y es profesor de Lengua castellana y literatura en Educación Secundaria y Bachillerato. Poemas y artículos suyos han sido recogidos en diversas revistas impresas y digitales, como Groenlandia, En sentido figurado, Herederos del kaos, Luz Cultural, Cuadernos de creación, Universo, la Maga, Ocultalit, Nueva Grecia o Culturamas. Además, ha sido incluido en antologías como Caleidoscopio (Sevilla, ed. Padillalibros, 1997) y “Especial Poesía Andaluza”, publicada por la revista digital En sentido figurado. Su obra poética publicada previamente consta de cuatro títulos: Negociando el dolor (2011), La palabra en llamas (2013), Fe de horizonte (2015) y Fragmento de la nada (2018).

Últimas palabras es su libro más reciente y del que hoy nos da su Primera Impresión.

 

Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?

Mario Álvarez Porro: Últimas palabras es un libro que comienza a escribirse en 2018 y que se publica ahora culminando un proceso de pensamiento y escritura poéticos iniciados en 2011 con Negociando el dolor —al que han sucedido La palabra llamas, Fe de horizonte y Fragmento de la nada— llevando hasta el límite los planteamientos iniciados en él: «Me reconozco siendo en aquel verso, “sentirnos ser en la existencia”, el ser sentido en la existencia, donde sólo estoy seguro de lo que siento, y parece el dolor el único sentimiento verdadero y propio». Se trata, por tanto, de una consumación ética y estética.

¿Cómo y cuándo surge la idea del libro?

Los primeros poemas de los que surge Últimas palabras son eminentemente posteriores al cierre del conjunto de las composiciones que constituyen Fragmento de la nada (2018), el título inmediatamente anterior, suponiendo una sucesión o desarrollo en su expresión y contenido. En verdad, podría decirse que cada libro en mi trayectoria supone un nuevo paso evolutivo respecto al anterior hacia un horizonte poético, el de la poesía como «no lugar». 

Hace ya tiempo que siento la literatura como el intento desesperado por materializar todo lo anímico y emocional que llevamos dentro.

¿Qué pistas o claves te gustaría dar a l@s posibles lector@s?

Como dice Rubén Darío en Lo fatal, «no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, ni mayor pesadumbre que la vida consciente», ya que «el dolor», como nos enseña Unamuno, «es el camino de la conciencia».

Ese dolor esencial como sentimiento identitario del que creo que brota todo «hondo rezo», ese «salmo verdadero» que siento que es la poesía, y que no es sino ese «sentimiento» que apunta Bécquer o esa «honda palpitación del espíritu» de la que hablara Machado, para mí imperceptible temblor primero, que deviene en pulsaciones; pues bien, ese «dolor viejo» confluye en un pensamiento filosófico que percibe la existencia como límite o no lugar y al ser consciente como un animal intermedio que habita el límite haciendo lugar donde no lo hay, aproximándose de este modo a la idea del ser limítrofe de Eugenio Trías y a un concepto plurivalente de la ciudad como espacio de sobremodernidad en el que se desarrolla nuestra existencia.

También, a su vez, se traduce en una actitud moral que renueva el lema latino del arte por el arte («Ars gratia artis»), reconociéndose como en un espejo en la idea cansiniana de la literatura como el más divino de los fracasos. Y es que hace ya tiempo que siento la literatura como el intento desesperado por materializar todo lo anímico y emocional que llevamos dentro por medio de la escritura. Un intento que, como tal, se queda solo en eso, ya que es imposible, pues no se puede contener en grafías todo el fuego que llevamos en nuestro interior y del que tan solo quedarán, una vez nos haya consumido, unas escasas ascuas que quizá, algún día, otros remuevan y aviven para su propio incendio. Cansinos, sin duda, sabía de este fracaso y del triunfo implícito que en él reside, el de un acuerdo tácito, un pacto de silencio, más adelante se hablará en algún poema de un pacto verbal sin palabras», por el que el poeta se transfigura y se deshace en literato convirtiéndose en ficción o, como diría Borges, en olvido, para que así, al fin, la obra de arte perdure insobornable, radical y verdadera.

Todo esto no sería posible si no se sustentara en una profunda convicción poética, la de la poesía como «rastro del dolor hacia lo poco divino que queda en nuestra existencia», y es por eso que siento que sólo a través de un lenguaje roto caracterizado por el fragmentarismo, la ambigüedad, el silencio y la plurivalencia; en definitiva, desde la palabra poética como «no lugar» se puede llegar a percibir mínimamente ese murmullo que queda, esa «música sola, sin enigmas», a la que hiciera Claudio Rodríguez referencia, y por la que se nos revela, casi a retazos, «lo que no está y sin embargo queda».

Uno siempre espera que la herida que supone la poesía se trasplante al lector.

¿Qué efecto esperas que tenga en ell@s?

Uno siempre espera que la herida que supone la poesía se trasplante al lector, para que así éste le preste su pulso, su latido, como cuestionaba en un fragmento de Fe de horizonte: «y entonces / quién te prestará el pulso / que una vez más / te vuelva a acompasar / latido a latido a la vida / quién te devolverá el dolor».

La poesía se gesta como un rayo

¿Qué importancia tiene la estructura o la disposición de los poemas en este libro? ¿Fue algo deliberado o más intuitivo durante el proceso de creación?

La organización y la disposición de poemas siguen una estructura natural en tripartita donde se tratan la angustia existencial y la incertidumbre poética en sus dos primeras partes, fundiéndose poesía y vida como si de un mismo asunto se tratara, para desembocar de este modo en una última parte donde el dolor aparece como único sentimiento capaz de testimoniar nuestra existencia. Más allá de esto, la poesía se gesta como un rayo, haciendo nido en el árbol y permaneciendo en la oscuridad de sus entrañas hasta el momento de manifestar su luz, por lo que uno solo puede intuir cómo se va desarrollando y creciendo interiormente mientras te consume confiando en que todo salga bien.

¿En qué medida veremos en él —o no— al Mario Álvarez Porro de tus anteriores obras?

Pues a través de una coherencia poética a nivel formal y de contenido bastante sólida, que, unida a una estética del fragmentarismo como carácter compositivo, hacen que las distintas composiciones de cada título fueran como palimpsestos que dialogan unas con otras dentro de un juego «intratextual» que remite a un hipertexto apócrifo o a un «no texto» o «no lugar».

Te pongo en un aprieto: si tuvieras que quedarte solo con tres poemas de Últimas palabras, ¿cuáles serían?

Los poemas seleccionados van desde una composición metapoética que parte del símbolo del nido como «no lugar», espacio germinativo que se debe emplazar por medio de cinco ejes dimensionales («Si no construimos un nido»), pasando por una pequeña oda en tres liras que remite a la idea del corazón como una estrella colapsada y a nuestra existencia como «breve testimonio de la nada» («No amor, no temas más»), hasta una composición de evidente carácter existencialista («No es posible el olvido y, sin embargo»).

Desde el límite o el fragmento, de ese «no texto» o «no lugar»

¿Supone este poemario un punto de inflexión en tu producción como poeta? ¿Y a partir de ahora, qué?

Si bien es verdad que hasta cierto punto supone un punto de inflexión, ya que implica cierto grado de madurez poética respecto a los libros anteriores, se mantiene una enorme coherencia poética respecto a los títulos anteriores. A partir de aquí, solo queda seguir en esa evolución constante consistente en la búsqueda, desde el límite o el fragmento, de ese «no texto» o «no lugar».

A una poesía, como me gusta decir, tradicionalmente en vanguardia

¿Tradición o vanguardia? ¿Cuáles son tus referentes?

La dicotomía entre tradición y vanguardia es algo que, a día de hoy, pienso que está superada, pues la vanguardia, si nos remitimos a la historia de la literatura, ya es parte de la tradición literaria. El resultado es una síntesis a través de la asimilación e incorporación de una en la otra de forma natural. Así que no tengo predilección por una en concreto e intento siempre llegar a un equilibrio integrador llegando a una poesía, como me gusta decir, tradicionalmente en vanguardia.

Entre mis referentes estarían San Juan de la Cruz, Francisco de Quevedo, Gustavo Adolfo Bécquer, Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Rafael Cansinos Assens, José Ángel Valente, Claudio Rodríguez o Ada Salas.

Como profesor de Secundaria y Bachillerato, ¿crees que la poesía tiene en el currículo el lugar que se merece? ¿Están sus lectores en peligro de extinción?

En relación con la enseñanza, creo que el lugar que el género lírico ocupa en el currículo de la Educación Secundaria y Bachillerato se ha visto desplazado junto al de la Literatura al tener que compartir el horario con la enseñanza de Lengua Castellana dentro de una misma asignatura, cuando antiguamente se impartían de forma independiente, teniendo mayor número de horas disponibles. Asimismo, el material curricular vinculado al género lírico en manuales de literatura está desactualizado o es demasiado confuso, haciendo necesaria una obligada actualización.

Por último, como lector, ¿de quién te gustaría conocer su “Primera impresión”?

La de Ada Salas.

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Tres poemas de Últimas palabras

 

Si no construimos un nido

con suficiente amplitud,
de hilos y ramas,
donde poder resguardar
algo que se parezca a la luz.

Si no le proporcionamos
sobrada profundidad,
al mezclar pasto y lodo,
donde se pueda fraguar
y así incubar su temblor.

Si no lo elevamos lo bastante,
a tejados y cornisas,
donde mantenerlo a salvo
de la lluvia y las heladas,
de depredadores y alimañas.

Si no le damos algo de tiempo
y aguardamos con paciencia
a que repose,
con la calidez del aire,
y, así, se asiente y endurezca.

Si, al fin, no somos capaces,
una vez llegue el momento,
de deshabitarnos para, entonces,
arrojarnos fuera de él,
haciendo lugar donde no lo hay,
ya nunca repoblaremos la ciudad,
ya nunca repoblaremos la ciudad,
ya nunca repoblaremos la ciudad.

 

 

No amor, no temas más,

si ves que ya no soportan los átomos
su propia gravedad
y acaba devastado
el aliento que los tiene anudados.

Así pasa la vida,
igual que una estrella que al colapsar
cae sobre sí misma,
en una claridad
que ensombrece a cualquier oscuridad.

¡Cómo rompe su luz
y estalla en un instante que no acaba,
llena de plenitud
y al fin a todo alcanza!
¡Qué breve testimonio de la nada!

 

 

«Yo no hablo de venganzas ni perdones,
el olvido es la única venganza
y el único perdón»

                                 Jorge Luis BORGES

No es posible el olvido y, sin embargo,

cada día amanece
como promesa de un nuevo fracaso,
sintiéndose ceniza tras el fuego
que cuando se remueve es avivado,
poco a poco, tan lentamente,
a una misma luz que se va agotando,
y que, aun así, se siente
como si fuera un constante milagro,
parpadeo de vida tan distinta
que ya se va apagando
en medio del fulgor
en el que queda eternizado.

No es posible el olvido.

No,

y, sin embargo,
aún esperamos su venganza, su perdón.

 

ENTREVISTA REALIZADA POR JAVIER GILABERT
Granada, 1973. Maestro avemariano, es autor de PoeAmario (2017), En los Estantes (2019), Sonetos para el fin del mundo conocido (2021) junto con Diego Medina Poveda, Bajo el signo del Cazador (2021) junto con Fernando Jaén, Todavía el asombro (2023). Copromotor, antólogo, coeditor y periodista cultural.

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