Una travesía por Rusia, de Walter Benjamin a Simone de Beauvoir
Por Anna Maria Iglesia
@AnnaMIglesia
«Al estar en Moscú se aprende a ver a Berlín mucho más rapidamente que no el propio Moscú», escribió en 1927 Walter Benjamin. Cuando aquellas gélidas tierras todavía ofrecían, a los temerosos ojos de quienes veían la silenciosa pero imparable llegada de los fascismos, un ideal al cual aspirar, una promesa con la que poder soñar, el filósofo alemán Walter Benjamin transcurrió allí tres largos meses de invierno. Casi cuarenta años antes de que Simone de Beauvoir viajara hacia aquellas mismas tierras, Benjamin las recorría: era diciembre de 1926, todavía no se había cumplido el segundo aniversario de la muerte de Lenin y Stalin no conseguiría la dirección del Partido hasta finales de 1927. En esa frágil y artificial calma, Benjamin descubrió las calles de Moscú a la vez que redescubría desde la distancia Berlín, la ciudad que había dejado atrás. «Para quien vuelve de Rusia, Berlín parece estar recién lavada», escribió el autor de El libro de los pasajes nada más regresar de su viaje; en Berlín «no hay suciedad, pero tampoco nieve. Se ven las calles tan tristemente limpias como se percibe en los dibujos de Grosz». La tristeza impregna las calles berlinesas, «¡Qué lleno se encuentra Moscú, y que vacío y muerto está Berlín!», exclama Benjamin todavía extasiado por una realidad que se está construyendo a espaldas de la Europa y, especialmente, de la Alemania, de entreguerras. «La estancia en Rusia es para los forasteros una piedra de toque», añade, «te obliga a elegir tu punto de vista».
El punto de vista es aquella posición de la mirada siempre individual, siempre inquieta y nunca la misma; el transcurso del tiempo todo lo cambia, las sociedades cambian, los acontecimientos se siguen los unos a los otros construyendo escenarios siempre distintos. Nada puede resultar igual frente a una mirada lúcida, atenta, crítica incluso con aquello que un día llegó a idealizar. Regresar a Rusia es para Simone de Beauvoir descorrer el velo del engaño, de una realidad irreal; la decepción de Beauvoir fue la misma que, por aquellos mismos años, sintió André Gide a su regreso a Francia. En las ciudades y en las inmensamente desérticas explanadas interiores que autores como Tolstoi, Bulgakov, Gorki y, más recientemente, Brodsky hicieron célebres, la realidad se convertía en un malentendido, el viaje se convertía en el desvelamiento de una promesa que nunca llegó a existir. ¿Dónde estaba el ideal socialista soñado, imaginado y teorizado desde Francia? Se pregunta André, el protagonista de Malentendido en Moscú; son los últimos años sesenta, pocos años después, en 1971, la invasión de Checoslovaquia desmontará aquel sueño que se revelará irrealizable. En Italia muchos intelectuales quemarán definitivamente su carnet del partido comunista, intelectuales como Jorge Semprún trazarán una definitiva línea de separación, mientras un marxismo crítico se abre camino en una relectura poco condescendiente con la ortodoxia. En este escenario se enmarca este breve relato de Simone de Beauvoir, un relato maduro, escrito tras el éxito de Los mandarines y el influyente y todavía hoy necesario Segundo sexo; «la belleza de la tierra prometida», escribió la escritora en 1944, «es que ella prometía nuevas promesas», sin embargo ya no había más promesas por cumplir. Son difíciles de aceptar los desengaños, es difícil comprender los malentendidos producto de ideas preconcebidas, de temores y de ideales por cumplir. No fue hasta algunos años más tarde que Simone de Beauvoir, en Final de cuentas, dedicará sus más contundentes críticas hacia la Unión Soviética, unas críticas que versarán principalmente en la ausencia de libertades que allí se vivía.
A André le «horrorizaban los viajeros que volvían de China, de Cuba, de la Unión Soviética o incluso de los Estados Unidos diciendo: Me han decepcionado» y, sin embargo, ahora, «él experimentaba algo análogo»; consciente de qué era un error «hacerse ideas a priori que luego los hechos desmentían», André sólo podía preguntarse «¿qué había esperado encontrarse?». La pregunta incómoda que André se realiza, entre la ilusa esperanza de que «el socialismo acabaría convirtiéndose en realidad» y la melancolía por un sistema que no funciona, fue la pregunta que los lectores de aquí nunca pudieron realizarse. Ahora, años después, cuando el mito ha dejado de vivir y el Occidente capitalista se ha demostrado una insostenible alternativa, la editorial Navona edita Malentendido en Moscú; tras décadas sin ver la luz en su traducción en castellano, ahora este breve relato de Simone de Beauvoir nos permite viajar a la Unión Soviética, descubrir aquella realidad que, por muy contradictoria, era el reflejo de unos ideales, de un proyecto social que se perdió a lo largo del camino. Ahora, el lector podrá descubrir a través de la mirada de los dos protagonistas la URSS de aquellos años, revivir la decepción y el desengaño; terminada la censura que durante décadas ocultó libros y silenció palabras, Navona recupera a Simone de Beauvoir, una escritora que, en sus relatos, consigue trazar el mapa de una época, la geografía de una Europa y, además, el retrato vital de una pareja que, en su viaje a Rusia, desmontan más de un malentendido, pues a veces es necesario alejarse, viajar y leer -¿acaso no dos distintos formas de desplazamiento?- para descubrir que los malentendidos hacen «un efecto de bola de nieve» y acaban «por estropearlo todo».
Navona borra el malentendido publicando aquello que, en otros tiempos, algunos quisieron silenciar.
Una delicia: http://www.evelynenelcielo.com/una-delicia-de-simone-de-beauvoir/