ColumnistasTierra de paso

Un gran poder

«Un gran poder conlleva una gran responsabilidad».

El mantra del tío Ben lleva años formando parte de la cultura popular. No es para menos. Es una de esas frases con gancho, de las que la mera escucha propicia que cale en tus huesos y seas incapaz de secarte.

El pasado fin de semana mi madre bajó a visitarnos a Madrid. El tiempo respetó hasta el lunes, ahorrándonos otras caladuras no tan útiles como el lema de Spiderman. Eso, unido a que se trata de una mujer enérgica, favoreció la realización de varias actividades.

Por respeto a mi salud mental, ahorraré relatar nuestras peripecias en El Rastro o los cincuenta libros que compramos en tres días (tal vez más). Me centraré en la visita del sábado tarde a Ifema, donde, entre otras exposiciones, en uno de los pabellones laterales del ala derecha se exponía un circuito de Marvel.

La película comenzó de la única forma posible: accidentada. Al más puro estilo de Spiderman II. El taxista nos condujo al ritmo de «¡Siga a ese coche!», sin coche al que seguir. Al apearnos y ceder unos minutos para recomponernos, reviso las entradas en el iPhone. Fechadas para ayer. Viernes, misma hora.

Héctor, eres un genio.

Incapaz de comprender semejante metedura de pata, accedimos al vestíbulo en busca del acceso al pabellón. Nada. Rodeo lateral. Nada, esas son las taquillas del parking. ¿Y ese guarda? Es aquí, señores. Muchas gracias.

Ya con el rumbo marcado, nos dirigimos a las taquillas de la exposición. Le explico el problema a una chica que muy amablemente (y no poco resignada) avisa al supervisor y nos imprime las entradas sin corregir, indicándonos por dónde debemos acceder al recinto.

Menos mal.

Accedemos a una salita atiborrada de familias con críos. En la pantalla se reproduce una cinemática sobre la historia de Marvel y su evolución en la industria del cómic. Para un inculto en ese sector como yo, pero que disfruta con las películas de superhéroes y que creció viendo los seriales animados de Spiderman, el corto resulta muy entretenido.

Lo demás, como os podéis imaginar, es historia. Un recorrido entre esculturas, vestuario utilizado en el cine y láminas de cómic, con un espacio recreativo y la tienda de turno al final.

A mí, que de pequeño me gustaba fantasear con ser un superhéroe, y a mi madre, que lleva treinta años menos un mes aguantando mis delirios, nos hizo la tarde.

Crecer es olvidarse de esa pureza infantil en la que prima el anhelo de tener un gran poder para ayudar al prójimo sobre el circuito económico y las ínfulas de riqueza. Por eso es necesario volver a ser niño de vez en cuando, para recordar lo que de verdad importa.

Para tener presente que, independientemente de nuestra posición, siempre existe la opción de mejorar la vida de los que nos rodean.

 

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