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“Todo el bien y todo el mal”: mujer al límite con bolero de fondo

Horacio Otheguy Riveira.

 

Es muy fuerte, se llama Reina, como su abuela, con gran capacidad de salir adelante en cualquier situación por muy complicada que fuese. Lee gestos de firmes candidatos a puestos ejecutivos. Es tan eficaz en el dominio de sus test como de los infinitos mohines inconscientes de cada aspirante. Es sexualmente libre, le excita sobremanera tener amantes, incluso cuando está casada con un hombre que la satisface, pero esta vez, en esta ocasión, en uno de sus muchos viajes contratada para selección de personal de muy alto nivel, todo falla.

La pareja eventual es un fiasco, se supone un festín de explosivos encuentros en confortables cinco estrellas, pero el plan no funciona, la piel ardiente se apaga al menor contacto…

Cercano el momento crucial de aprobar o descartar a los candidatos, Reina renuncia a hacerlo, incluso a costa de crearse un problema grave por abandono de contrato; todos han viajado hasta allí, Bucarest, para el trascendental encuentro. Pero ella dice basta, debe salir de allí cuanto antes para llegar a Madrid y enfrentarse a una situación absolutamente inesperada e inimaginable: Alberto, su hijo de 17 años, ha intentado suicidarse.

Atrapada en el aeropuerto, junto a numerosos desconocidos que han ocupado los pocos sitios cómodos, nada se mueve en el aire ni en las carreteras, Europa bajo una tormenta demencial. Y la protagonista –nunca seductora, tirando a antipática- rebobina su vida, sus dos últimas parejas estables: Félix, exmarido, padre de Alberto, y Samuel, actual pareja. Y mucho más, en busca de antecedentes, de luces y sombras familiares…

 

 

La tormenta impide el vuelo y los coches, pero la cobertura es muy buena, el móvil suena sin parar: de la directora del Instituto a la psiquiatra, del mejor amigo a la mejor amiga, gente con la que entabla conversaciones poco útiles o muy sorprendentes en torno a su único hijo que se le presenta como un desconocido indiferente después de años de muy buena relación, de intimidad, de confianza…

Y entretanto, como en toda novela psicológica, pero con muy buen temple, sin aflojar el interés, tiene tiempo -en esa espera interminable del avión que la lleve a su ciudad, a la ciudad de Alberto- para indagar a salto de mata sobre su propia vida.

[…] Marca el número de su hijo. Seguro que no le contesta. Félix le ha dicho que estaba hablando con una psiquiatra del hospital —¿para qué una psiquiatra? —, siempre puede dejarle un mensaje (que él tampoco escuchará) o esperar a que acabe para hablar con él o… Aún no ha terminado el inventario de teorías cuando el hijo responde a su llamada.

—Hola, mamá —dice una voz apagada.

—Hola, Alberto. —Se esfuerza por parecer natural, incluso animada, cuando lo que siente al escuchar su voz son muchas ganas de llorar—. Esto… hijo. Me han contado algo que cuesta de creer y de entender. Me gustaría que me dijeras si es verdad.

—¿Qué te han contado?

—Que has intentado… —Le cuesta decirlo, pero ya comprende que tendrá que aprender a hacerlo, que de ahora en adelante tendrá que contarlo muchas veces—… que querías lanzarte a las vías del tren.

—¿Quién te lo ha dicho? —pregunta él—. ¿Félix?

¿Cuándo ha dejado de llamarle «papá» a Félix? No lo sabe con certeza. Se hace mayor. A ella aún la llama «mamá». Tal vez es solo cuestión de tiempo.

—Sí. Félix.

Un silencio, una respiración fuerte en su oído. Una respuesta:

—Es verdad.

La sinceridad desarma cuando no la esperas.

—¿Y por qué? —No hay respuesta. Solo un silencio al otro lado—. ¿Te ha pasado algo con Muriel?

—Muriel ya no me gusta, mamá.

—¿Con Arnau?

—Nada nuevo.

—¿Con algún otro amigo?

—No tengo demasiados amigos, además de Arnau.

—¿Eso te preocupa?

—No demasiado.

—¿Entonces?

—Ha sido un cúmulo de cosas —dice, como si las palabras por fin se hubieran decidido a salir.

Es todo tan raro. Hace un cuarto de hora follaba con su amante en un hotel de lujo y ahora está hablando con su hijo de las razones que tiene para matarse. Es como si la vida estuviera haciendo záping.

—¿Qué cúmulo de cosas? ¿Eso qué significa?

—¿Tenemos que hablar de esto ahora? —dice Alberto, nervioso, con ganas de colgar.

—Ya hablaremos, sí —concluye ella—. Dime solo si estás bien.

—Más o menos.

No es una respuesta tranquilizadora. Por otra parte, ¿qué esperaba?

—¿Qué vas a hacer ahora? —pregunta ella.

—Félix me invita a comer.

—¿No trabaja hoy?

—Se ha pedido el día libre.

—Ah, qué bien. ¿Y a dónde iréis?

—Aún no lo hemos decidido.

—Dile que se ponga, por favor.

Félix articula su mejor voz de circunstancias. La que utiliza para hablar con ella siempre que Alberto puede oírle. Voz de somos-normales-y-por-tanto-tenemos-una-relación-normal:

—Qué hay, Reina.

—¿Cómo te has enterado? ¿Te ha llamado él?

—No. El jefe de estudios del instituto, después de que los compañeros de Alberto le avisaran. Por lo visto también han llamado a los mossos d’esquadra. Me han dicho que en estos casos hay protocolos muy estrictos.

—¿Por qué no me han avisado a mí?

—No lo sé. Igual no te han encontrado.

—No tengo ninguna llamada perdida. Normalmente me llaman a mí primero.

—No tengo ni idea.

—¿No se te ha ocurrido preguntarles?

—¿El qué? ¿Si te habían llamado? La verdad es que no. Estaba demasiado asustado para pensar en eso.

—Ya hablaré yo con el jefe de estudios.

—Qué más da, Reina. Ah, y escucha, la psiquiatra quiere hablar contigo. Dice que te llamará.

—¿Qué quiere?

—Hacerte preguntas, supongo. A mí también me las ha hecho.

—¿Qué clase de preguntas?

—Sobre el niño, qué hacía de pequeño, qué hace ahora. Nada especial.

—¿Qué le has dicho?

—Lo que recordaba. Mira, te mando una foto del informe. Allí lo verás todo, más o menos. Tengo que dejarte. Nos vamos a comer.

Reina teme la idea de permitir que una extraña —­la psiquiatra— hurgue en su vida como si estuviera en la tienda de un ropavejero hasta dar con lo que busca. Aunque sabe que ocurrirá. Comprende que después de lo de hoy no podrá evitarlo. En su existencia acaba de colgarse un rótulo de Entrada libre. […]

 

Bucarest, Rumania: una ciudad que le ofrece confort, prestigio, belleza enigmática, y de la que intenta huir por todos los medios posibles, atrapada en el aeropuerto por una tormenta siberiana.

 

Y de fondo, la madre de Reina, la mujer que incluso en acelerada vejez, se adueña de los boleros como si le fuera la vida en ello. Y uno da título a la novela:

Es la historia de un amor
Como no hay otro igual
Que me hizo comprender
Todo el bien, todo el mal
Que le dio luz a mi vida
Apagándola después

Qué se apaga o se enciende en el tramo final, cuando el aeropuerto cobra vida, el avión se alista, Reina se prepara para subir y afrontar después el castigo por abandono de trabajo y sobre todo estar cara a cara con su hijo, después de haber despreciado por teléfono el plan de la psicopedagoga y la psiquiatra del instituto.

En definitiva, una novela que crece en interés y complejidad psicológica. Absorbente personalidad dispuesta a resolver como sea y contra quien sea la disyuntiva en que se encuentre un chico que corría hacia las vías cuando le detuvieron amigos inesperados…

Luego, Care Santos hizo a reaparecer a su personaje en Seguiré tus pasos: una novela que parte de una carta que involucra a su padre muerto. Está en el comienzo de Todo el bien y todo el mal, pero se desarrolla de manera diferente, con similar intensidad y permanente interés.

 

 

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