Habla de los clientes habituales. Están todos sentados en fila, como pajarracos feos y encorvados, con las miradas humedecidas en alcohol. Susurran con la copa frente a la boca y parecen regodearse en algo, nunca sabrás en qué. Algunos tienen trabajos, hijos, cónyuges, coches e hipotecas, mientras que otros viven con sus padres o bien en moteles de paso y subsisten gracias a una ayuda del gobierno; una curiosa mezcla de clases característica de las partes de Hollywood desprovistas de focos reflectores y de ilusionismo.
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