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Patrimonio

Por Recaredo Veredas.

Las novelas escritas por hijos de la burguesía solo tratan dos temas: la pérdida del patrimonio y la muerte del padre*. Cuando el pasado martes escuché tales palabras, pronunciadas por un prestigioso crítico en un momento de esparcimiento, supe que me hallaba frente a la clásica boutade razonable. Me explico: boutade y razonable parecen términos antitéticos pero tras el tremendismo connatural a la provocación suelen existir amplias zonas de lucidez. Si la boutade del veterano intelectual falla es, como siempre ocurre, por su búsqueda de contundencia y su ausencia de matices. El mayor de ellos es tan enorme que devora a la frase matizada: la literatura es, per se, un lujo burgués, creado por hijos de la burguesía para su divertimento. Hablar, por lo tanto, de novela escrita por los hijos de la burguesía es lo mismo, salvo modestas incursiones revolucionarias, que hablar de novela. La parte es igual al todo.

La narrativa, además, es doblemente burguesa, ya que suele ser escogida por los vástagos más sentimentales, enfermizos y volubles. Los más capaces se dedican a lo importante: a procrear y a mantener el vigor social y económico de la estirpe, sea mediante la especulación financiera o la ingeniería de Caminos, Canales y Puertos. Las ansiedades literarias de quienes sufren el cansancio infinito** que causa el trabajo-trabajo suelen ser escasas. Evidentemente restan algunas excepciones, nacidas al amparo del breve calor que ha concedido –mejor dicho, concedió, pronto en España será tan escasa como los tréboles de cinco hojas- la clase media. La causa de la ausencia no es solo la fatiga, también influyen cuestiones próximas, como la falta de acceso a la formación creativa y a los canales y entornos editoriales.

Pero regresemos a la cuestión inicial, esquivando a la temible dispersión. Lo hasta ahora indicado no implica que niegue el acierto de la premisa. Por supuesto existe una literatura de la pérdida del padre y del patrimonio –propia no de la burguesía, sino de la alta burguesía, nativa de las zonas nobles de las grandes ciudades y próxima a la aristocracia- que podría contar, incluso, con su propio canon. Una de sus piezas claves, sería Los Buddenbrook, escrita cuando su autor tenía veintiséis años. Resumir tamaña obra maestra en pocas palabras es una frivolidad pero puede aventurarse que narra el auge y decadencia de una familia hanseática cuyos padres fundadores trabajaron con fulgor calvinista y sobriedad heroica para que sus descendientes cayeran en vicios como el arte o la filantropía y, en consecuencia, el vigor primigenio se disolviera entre prejuicios, astenia primaveral y molicie. Dentro de España, sin duda, el lugar donde mejor se ha desarrollado la literatura patrimonial – parricida, es Cataluña. El motivo es obvio: solo allí existió una burguesía merecedora de tal nombre cuyos retoños pudieron dedicar su ocio –o, lo que es lo mismo, toda la extensión de su tiempo- a vicios como la literatura. Los Baldrich de Use Lahoz o Mentira, de Enrique de Heriz, son dos resultones y recientes ejemplos de esta intemporal tendencia, cuyo reverso son trepadores como el mítico Pijoaparte u Onofre Bouvilla. La reciente y exitosa Hilos de sangre podría pertenecer a este glorioso subgénero. Que no sea el padre sino el abuelo el muerto cuyo tránsito golpea a sus sensibles descendientes es un matiz menor. El debut de Gonzalo Torné se diferencia del molde por sus pretensiones cósmicas –por otro lado, valientes y cumplidas- y por su cercanía con ese Grand Style tan amado por el difunto Benet y cuyo regreso tanto reconforta a los amantes del lenguaje, entre los que me encuentro. Las novelas patrimoniales – parricidas triunfan, y triunfarán hasta el final de los tiempos, por el mismo motivo que conduce al lector hasta las coloridas páginas del Hola, las teleseries de bodegueros o los consejos de los manuales de autoayuda: todos queremos conocer la vida y milagros de quienes son más poderosos que nosotros. Hallar las claves que les han regalado el éxito para aplicarlas a nuestra decadente vida o, si es demasiado tarde, a nuestra progenie. Porque a todos nos encantaría que nuestra familia protagonizara una trágica saga -rica en suicidios, litigios y bastardos- en cuyas páginas los protagonistas sufran sin apartar la mirada del horizonte, de esas tierras que conquistaron sus ancestros.

*La obra que motivó el aforismo es esa brillante oda al padre titulada Tiempo de vida, escrita por Marcos Giralt Torrente.

**Una excelente descripción de las consecuencias de la fatiga infinita puede hallarse en El Padre de Blancanieves, de Belén Gopegui. Las mejores páginas de tan irregular novela describen, con inusitada percepción, cómo la acomodada protagonista, decidida a conocer el “auténtico trabajo” entra en la plantilla de una tintorería y, a consecuencia de los extenuante turnos de lavado y planchado, conoce una dimensión distinta del cansancio, que no guarda relación alguna con su habitual “qué cansada estoy”.

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