Miguel Herrero (La tele de los 70): «Los rombos estaban a la orden del día en los setenta»
AASHTA MARTÍNEZ.
Los espacios infantiles, musicales y dramáticos presidieron la parrilla televisiva española durante los años setenta. En esa época España solo contaba con dos cadenas de televisión, por lo que no es de extrañar que muchos de sus programas contaran con audiencias verdaderamente millonarias. Hace poco veía la luz La tele de los 70. Del blanco y negro al color (Diábolo Ediciones), un exhaustivo estudio sobre la televisión española de esa década, profusamente ilustrado y muy bien documentado. Culturamas ha charlado con su autor, el presentador, documentalista y crítico de televisión Miguel Herrero.
Escuché que te fue bastante complicado tener acceso a programas antiguos de TVE a la hora de documentarte. ¿Cómo lograste solventar el hándicap?
Hablar de la televisión de los setenta es mucho más costoso que hacerlo de décadas posteriores, como había tratado en mis primeros libros. Hay muchos menos programas de archivo colgados en la red y, en muchas ocasiones, no se conserva prácticamente nada de espacios como La casa de los Martínez o Todo es posible en domingo. A la hora de escribir acerca de los programas de TVE de aquella década es mucho más práctico poder verlos, analizarlos sin que el recuerdo o la poca información sobre ellos desvirtúe la realidad. Hay espacios que arrasaron en su época, como Cesta y puntos, pero de los que se habla mucho menos debido a que no hay vídeos para apoyar esos recuerdos. Por el contrario, programas que apenas tuvieron ningún impacto se conservan a la perfección, como La gente quiere saber de [José María] Íñigo, pero el hecho de que se conserven puede variar la opinión acerca de que aquellos fueron espacios relevantes. Aun así he manejado mucha publicación que recoge los momentos más importantes de la tele de los setenta, como periódicos, revistas especializadas e incluso ‘del corazón’, que analizaban los programas y series a fondo, llevando a sus portadas a los personajes que sí eran considerados ‘los números 1’.
La oferta televisiva de los setenta era bastante limitada en España y las primeras emisiones en color no comenzaron en nuestro país hasta 1972. ¿Cómo vivieron realmente los espectadores de la época el cambio del blanco y negro al color?
Aunque TVE no tenía competencia, la competencia existía dentro de la propia Televisión. Se hacían estudios de aceptación para saber el listado con los programas más valorados por la audiencia, ya que no existían los audímetros. Los que quedaban en la cola se consideraban los de menor éxito y eran retirados. Por eso, aunque la oferta era limitada, resultaba muy atractiva. Y aquellos programas, ocurrió con casos como los de Luis Aguilé y algunos de Lazarov, que la mayoría no consideraban muy buenos desaparecieron a las primeras de cambio, no durando ni tres meses. El paso del blanco y negro al color se hizo de una manera muy paulatina. De hecho, aún en los primeros años ochenta la gente seguía viendo la televisión en blanco y negro aunque TVE produjera ya todo en color. Los televisores en color eran más caros y la gente tenía que hacer un mayor esfuerzo. Por eso, quienes vieron la tele en color de los setenta eran los más privilegiados. Es a mitad de la década cuando la gente quiso ver acontecimientos de gran relevancia, como la muerte de Franco o el comienzo de Juan Carlos I como Rey de España, y cuando el pueblo quiso disfrutar de todos los detalles que ofrecía un televisor a color. Incluso es difícil imaginar aquellos programas en blanco y negro con presentadores que realmente lucían ropas a todo color. Sólo las fotografías nos permiten contemplar el interesante juego de la comparación de aquellos grises, blancos y negros con el aspecto mucho más vital de los profesionales del medio.
La censura tuvo bastante peso durante los setenta en España. ¿Qué trucos utilizaban los profesionales de la televisión para eludirla?
Los trabajadores de Televisión tuvieron que utilizar todos los trucos para evitar la censura de la época. Los rombos estaban a la orden del día. Cuando un programa era considerado poco apropiado para los espectadores, aparecía uno o dos rombos en lo alto de la pantalla como advertencia. Así, muchos televidentes se quedaron sin disfrutar de alguna de las emisiones clásicas de la tele, de momentos de oro muy representativos para la época, porque sus padres les mandaron a la cama. Y al no existir medios para volver a ver esas producciones, nunca más, durante décadas, sabías de lo que hablaban el resto de amigos o compañeros. A las 20,30h se solía mandar a los peques a la cama, desde los tiempos de la familia Telerín. En los setenta hubo unas animaciones, las de ‘los Televicentes’, que igualmente te mandaban a la cama.
¿Y qué pasaba con los artistas y los informativos de la época?
Los artistas tenían que tener mucho cuidado con lo que decían en entrevistas. Incluso algunos programas se grababan una hora antes de su emisión para poder cortar algún comentario incómodo. Rocío Jurado y Rosa Morena fueron dos de las más censuradas por sus escotes, al igual que María Jiménez, con sus insinuaciones verbales y físicas. Y los problemas con los dobles sentidos te podían afectar muy seriamente en tu carrera, dejando de trabajar si el comentario era entendido como una ‘indirecta’. Los informativos vivieron tiempos revueltos pero los aires de libertad llegaron con la democracia.
¿Cuál es la anécdota más sorprendente o desconocida por el público de la televisión setentera patria?
Una de las anécdotas más curiosas de la época se produjo con el mítico Un, dos, tres… responda otra vez, que inauguró su historia en aquella década. Las azafatas lucían minifaldas que a los censores les traían locos. Medían la distancia de las rodillas al suelo para comprobar que Chicho [Ibáñez Serrador] no se estaba excediendo demasiado. Curiosamente los Cicutas, después convertidos en Tacañones y ya Tacañonas ochenteras, eran una crítica directa y muy clara a esas personas encargadas de anular todo ‘libertinaje’. La década está llena de muchas anécdotas interesantes, del pendiente de Lola Flores en Esta noche, fiesta, de Uri Geller doblando cucharas y haciendo andar relojes parados desde hacía meses, de infantiles que volvieron locos a los peques, como Los Payasos de la Tele, Los Chiripitifláuticos, Un globo, dos globos, tres globos o todos los que hizo Torrebruno. De cómo lucharon por el consumidor Alfredo Amestoy y José Antonio Plaza al sillón de mimbre de Bárbara Rey en Palmarés y el enfado que cogieron las locutoras de TVE porque ella, actriz, se metiera a presentadora. De cómo Marco tuvo que emitirse de dos en dos capítulos porque no llegó al éxito de Heidi o de cómo Mazinger Z fue eliminada de la programación porque los padres la consideraban tan peligrosa para el comportamiento de sus hijos como esa niña anárquica llamada Pippi Calzaslargas. Creo que el lector va a quedar sorprendido con tantos momentos curiosos de la tele clásica.
Son ya varios los libros que has dedicado a la televisión de antes. ¿Crees que la nostalgia es una droga dura y adictiva?
Yo nací a finales de esa década y, sin embargo, adoro toda aquella programación de los setenta, los ochenta, los noventa… por sus grandes profesionales, sintonías, por sus buenas entrevistas, por las actuaciones musicales de los mejores grupos y artistas nacionales e internacionales. Apenas veo televisión actual a favor de disfrutar de programas como Aplauso, Dos por dos, La mansión de los Plaff o La segunda oportunidad. Creo que la nostalgia sí puede ser adictiva y se comprueba con la cantidad de telemaníacos del pasado que todos los días recuerdan sus series y programas favoritos, que la mayoría suelen ser los mismos. Ese fanatismo por el coleccionismo de juguetes, discos, libros, revistas… que hace que se vendan a cantidades elevadísimas en páginas de coleccionismo. Pero mucha gente quiere conservar sus ídolos de la infancia en colecciones particulares. Y mucho más interesante, hacer amigos con el mismo interés, con la motivación de admirar el pasado y a sus profesionales. Un entretenimiento que sirve para convertir a fans en historiadores y documentalistas, preocupados por datos e imágenes que se perderían en el tiempo sin su labor. Cada vez somos más…
Miguel Herrero merece ya un programa dedicado a la televisión, a pesar de su juventud tiene sobrada experiencia en el conocimiento de la historia de nuestra televisión, si le facilitarán poder disponer del archivo de rtve unido a su desparpajo con un programa semanal dedicado a ello sería un éxito de audiencia garantizada
Ojalá veamos a Miguel Herrero dirigiendo un programa de la tele de la historia.