«Los que se quedan» y «Nebraska»: Viajar al pasado.
Por Paco Martínez-Abarca.
El reciente estreno en salas de Los que se quedan (2023) ha resultado ser uno de los acontecimientos de la temporada. Su director Alexander Payne (EEUU, 1961) revisita el espíritu navideño, intentando depurarlo para encontrar algún atisbo de fraternidad verdadera en la temporada aparentemente más familiar del año. Es interesante, y siempre estimulante, buscar vínculos con otra película de Payne sobre la familia, como es Nebraska (2013). Las dos cuentan historias que transcurren en lugares recónditos de los EEUU. Son relatos que narran encuentros entre personajes distintos, cuyos destinos los obligan a tener que entenderse. Ambas películas bucean en los vínculos entre personas, explorando los miedos y las circunstancias del pasado que nos convierten en quienes somos.
Los que se quedan cuenta una historia (impregnada de mucha nostalgia y un tono bastante desenfadado) sobre tres personas de distintas generaciones y estratos sociales, que deben permanecer juntos durante las vacaciones de Navidad en el internado donde algunos trabajan y otros estudian.
Payne revisita algunos de sus temas más recurrentes, como son la comunicación entre generaciones y el cuestionamiento de las costumbres del pasado. Precisamente, el personaje del profesor Paul Hunham, interpretado por Paul Giamatti, imparte sin mucho éxito clases de Historia. Aunque le vemos siendo alguien deseoso de confraternizar, expansivo, chistoso y a la vez patético, cuando entramos en su mundo interior encontramos a un personaje que arrastra conflictos del pasado que pretende esconder u olvidar. Toma antidepresivos y vive una vida profundamente solitaria. Como mecanismo de autodefensa se convence de vivir por los demás, en lugar de bucear en lo más profundo de sus traumas. De la misma forma, los otros dos protagonistas arrastran también severos problemas familiares: el alumno Angus (Dominic Sessa), olvidado por su madre y con un padre incapaz de reconocerle por la demencia; y la cocinera Mary (Da’Vine Joy Randolph), cuyo hijo, el único alumno negro del campus, fue también el único de la escuela llamado a filas para combatir en Vietnam. Los tres personajes intentan encontrar algo del aclamado espíritu navideño que pueda darles un espacio de seguridad y donde reconocer sus vulnerabilidades con los demás. Pese a las distintas clases sociales a las que pertenecen, deberán hacer una “familia” con la que puedan comunicarse y reparar sus conflictos interiores.
Estas heridas del pretérito y sus consecuencias en el presente son también el punto de partida en Nebraska, donde un padre senil y su hijo emprenden un viaje en coche a través de varios estados del norte de EEUU, con el fin de recaudar un premio que con toda seguridad es una estafa. Durante el viaje, Woody Grant (interpretado por Bruce Dern), se niega a recordar hechos de su pasado cuando su hijo David (Will Forte) insiste en conocerlos. Una negación, quién sabe si psicológica (derivada de sus problemas con el alcohol), o tal vez simplemente fruto de una soberbia masculina y profundamente machista tan propia del mundo rural estadounidense. Precisamente en Nebraska el costumbrismo rural norteamericano es un eje central a lo largo del viaje que emprenden sus dos protagonistas. El profundo arraigo de cada lugar por el que pasan supone para David un enorme conflicto generacional (trabaja en una tienda de tecnología, sector que abandera por antonomasia los nuevos tiempos). No resulta tan novedoso para su padre Woody. De alguna manera, él nunca se fue. Su huella perdura en el pueblo, en una forma que parece fantasmagórica (si queremos podríamos tejer una relación con Rebeca, de Hitchcock y también con Vida en sombras, de Llorenç Llobet-Gràcia), pero sobre todo a través de enormes deudas económicas que tras varias décadas sus antiguos colegas y familiares no olvidan. Ahora que ha «ganado» un millón de dólares resurgen los conflictos, cuyos vampíricos acreedores se abalanzan feroces e inevitables, pese a la demencia de su protagonista. El machismo y ruralismo de la sociedad, sumado a la incomunicación familiar y las relaciones tensas sobrevuela en el reencuentro que Woody tiene con todos sus hermanos: el silencio reina en el salón mientras ven un partido de fútbol americano, probablemente el único hecho capaz de unirlos de nuevo tras varias décadas sin verse.
Esta crítica a la sociedad estadounidense es mordaz e incluso satírica. Si la comparamos con Los que se quedan vemos un cambio, casi un lavado de cara. El tratamiento sin paliativos desaparece, y encontramos algo como una elusión, un cierto paso por encima sin profundizar demasiado en los dilemas. Cuando descubrimos el fatídico desenlace del hijo de Mary en Vietnam, el racismo surge en la película. Sin embargo este tema se aborda desde un buenismo que sin quererlo indulta los hechos. Los otros dos protagonistas no sienten el dolor de Mary, no reaccionan con contundencia a la llamada de auxilio de este personaje. Y ella simplemente dejará pasar los días durante esa Navidad, buscando refugiarse en el hijo que tendrá pronto su hermana como algo que curará sus heridas.
El viaje en coche en Los que se quedan supone un punto y aparte en la historia. Es el gesto de reconocimiento por parte de sus personajes de que tienen una deuda personal, y, al mismo tiempo, constituye un acto de rebeldía, de desacato a las normas imponentes que han sido la causa de todos sus problemas. Otra deuda interior es la que carga también David con su padre Woody en Nebraska, separados durante años, y quienes emprenden un aún más largo y farragoso viaje. Dos odiseas que son un gesto de depuración de las toxinas del pretérito y que a veces son capaces de resolver, no sin importantes sacrificios, las deudas pendientes consigo mismos y con aquellos a quienes quisieron y quieren.
Buenísima reflexión sobre dos películas que me han encantado.
Un acierto la comparación entre las dos y las heridas del pasado
Una película navideña sin ñoñerias. Diálogos directos y duros que se clavan en el corazón. Buen artículo, me hizo ir a ver la pelicula.
Me gusta las películas que hablan del día a día de la personas normales como estas que has relatado.
No es demasiado fácil ver en la salas este tipo de trabajos , y más cuando vives en un pueblo pequeño.
Pero voy a verlas porque me ha gustado la trama