«Fortunata y Benito»: ¿Galdós a ritmo de rap?
Por Horacio Otheguy Riveira
El rap podría irle muy bien a Benito Pérez Galdós en el estilo de crítica social, pero le funciona poco y mal en el humor musical, la ligereza del canto que irrumpe en la vida cotidiana sin margen crítico ni de solidaridad por la crisis social y económica frente al despropósito de sectores muy reaccionarios. Esta Fortunata y Benito abunda en una especie de sainete de jóvenes para jóvenes escrito y dirigido por una profesional del teatro con mucha experiencia como Laila Ripoll. Lamento mucho no haber encontrado nada de Galdós más allá de un bosquejo de su novela magistral «Fortunata y Jacinta» de 1870.
La intención era buena, los resultados no tanto. La idea, rica; el desarrollo, muy pobre.
Benito Pérez Galdós da para mucho, él mismo sería un prodigioso personaje en cualquier estilo, bravío hombre de letras anticlerical, antitaurino y antimonárquico en años muy duros, defensor de las causas más progresistas de la época; a su vez fascinado amante de mujeres de rompe y rasga, de gran personalidad y mucho talento; periodista y novelista de enorme capacidad de trabajo, también hombre de teatro, director artístico del Teatro Español (1912-1913).
Canario afincado en Madrid, lo tiene todo para irrumpir en la escena de hoy y atraer a quienes deben estudiarlo como primera figura del realismo del siglo XIX, de manera que la elección de Laila Ripoll, autora y directora con amplia experiencia, no es en sí misma errónea, aunque sí y mucho el resultado final porque ha optado por atraer a los estudiantes por un atajo muy recurrente en este tiempo: sobre una novela de unas mil páginas, una versión abreviada; de un texto denso en información histórica de clases sociales, una reducción al máximo, como un resumen para lograr un aprobado en el examen, en lugar de adentrarse en una aventura literaria que reclama paciencia, como cualquier buena historia que exige al espectador o lector que se aleje de las urgencias de su vida cotidiana para entrar en otro mundo y comprender mejor el suyo propio.
El punto de partida: el propio Galdós se le aparece en el Metro a una adolescente que debe ocuparse de su obra en un examen del día siguiente. Generoso y simpatiquísimo, Benito le narra la historia de una de sus novelas más conocidas, Fortunata y Jacinta, y le hace de guía de secuencias. Esa obra llevada al cine en 1969, y a la televisión en 1980 con mucho éxito, es un melodrama social de profundas raíces testimoniales y de denuncia de la hipocresía y el abuso de poder hacia la mujer de clase baja por un señorito. Un tema muy tratado en la historia de la literatura mundial, con especial raigambre en Europa y Latinoamérica, con ecos hasta el día de hoy en las muy populares telenovelas. Pero el original galdosiano tiene un alcance tan profundo, con personajes tan bien delineados que emociona su panorámica de la desigualdad social y el desastre en las vidas de las mujeres marcadas por su condición de madre soltera desclasada y sin dinero. Se entrecruzan en la trama hechos importantes de la vida política de entonces donde nuestra época flota como un fantasma página a página en todo aquello en que España sigue anclada, del mismo modo que sucede en cualquiera de sus principales títulos con grandes personajes femeninos (Tormento, Tristana, Marianela, Misericordia, Doña Perfecta…).
Esta versión de casi dos horas se presenta por momentos como una comedia travestida en musical rapero, y a ratos como inverosímil historia de amores contrariados.
Los mecanismos utilizados chirrían. Y no por el criterio de agilizar o modernizar, sino porque todo es tan superficial que se ha perdido la gran oportunidad de presentar a Galdós como lo que fue, un rebelde iconoclasta con una voluntad excepcional —ayer y hoy— de ofrecer su particular visión de una sociedad cruel que se ensaña con los más débiles. Sorprende este resultado tan decepcionante en la primera unión de Laila Ripoll (creadora de valiosos espectáculos, como Descarriadas o El triángulo azul) con la por lo general excelente Compañía de jóvenes intérpretes.
LaJoven tiene ya 7 años de éxitos admirables, la mayoría muy elogiados en estas mismas páginas, tales como: La isla del tesoro, La edad de la ira o Federico hacia Lorca. Creo que este acercamiento «juvenil» a uno de los hombres más importantes de la resistencia creativa a una clase dirigente muy reaccionaria, no cumple con el rigor que el personaje exigía, o mejor dicho exige, pues su obra tiene una vitalidad que recorre los tiempos para resultar un bastión histórico y un modelo aquí y ahora.
Coincido con el entusiasmo de Almudena Grandes y lamento mucho la frivolidad con que en este espectáculo se trata el talento humano y literario de Galdós.
En su artículo publicado en El País en mayo 2018, ¡Viva Galdós!, la novelista escribió:
El 10 de mayo de 2018 se cumplió el 175º aniversario del nacimiento de Benito Pérez Galdós. Yo lo celebré recordando que en la primera sesión que tuvo lugar tras la victoria de Franco, el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria acordó solicitar al Registro Civil de la ciudad que se eliminara la inscripción del nacimiento del escritor. Así, le condenaron a la inexistencia civil, con la misma saña con la que decretarían después su muerte literaria tantos escritores, en su mayoría objetivamente mediocres, que durante décadas se complacieron en despreciarle, humillarle, ignorarle o llamarle don Benito el Garbancero. Tanto esfuerzo, y todo en vano. Hoy brindo por su fracaso y levanto una copa imaginaria mientras grito que Galdós vive. ¡Viva Galdós!
Dirección y dramaturgia: Laila Ripoll
Escenografía: Arturo Martín Burgos
Iluminación: Juanjo Llorens
Videoescena: Álvaro Luna y Elvira Ruiz Zurita
Música: Alberto Granados
Vestuario: Ana Montes
Coreografías: Andoni Larrabeiti
Ayudantía de dirección: Héctor del Saz
Elenco: Zhila Azadeh, Cristina Bertol, Eva Caballero, Yolanda Fernández,
Julio Montañana Hidalgo, Juan Carlos Pertusa, Jorge Yumar
TEATROS DEL CANAL. SALA ROJA. Días 7 al 15 de febrero 2020
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Otras obras de Pérez Galdós en CULTURAMAS
«Tristana», versión Eduardo Galán
«Doña Perfecta», versión Ernesto Caballero
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