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FLM. Segundo Fin de Semana

Por María Anaya

Fotografía de Pablo Álvarez


…Alguien anda diciendo que en las afueras de la ciudad hay una casa roja. Una casa cuya ilusión está llena de peces, el pez de San Pedro, la conciencia del delfín encerrada en el aro de la bahía desierta. Lorenzo de Médicis tenía una casa roja, las maniquís de Bizancio tenían una casa roja. Mi corazón es una casa roja con escamas de vidrio, mi corazón es la caseta de los bañistas cuya eternidad es breve como columna de lágrimas…


La casa roja de Juan Carlos Mestre

 

 

 

Juan Carlos Mestre

 

El fin de semana ha sido bastante inestable, trombas de agua por aquí, escritores Premio Nobel por allá, pequeñas editoriales por todas partes… Por suerte he podido comprobar que el pabellón de niños sigue lleno de libros nuevos en estanterías y en cajones de colores que los pequeños atacan con gritos de felicidad.


Da cierta paz saber que ciertas cosas siguen ahí. El viernes por ejemplo, Calambur celebró su 20 cumpleaños en la Feria. No es sencillo construir una casa de poesía. Mantenerla en pie durante dos décadas parece casi imposible.


La poesía nunca está de moda, por mucho que a algunos las películas como Howl nos inspiren ganas de leer a todo Ginsberg y darle un buen repaso a la generación Beat entera.


La poesía puede ser, en un instante de la historia, en un país tan pequeño como este, cientos de cosas distintas. Puede ser Antonio Hernández, Marifé Santiago Bolaños o Juan Carlos Mestre, y reunirse en un pabellón de la Feria, y escucharse con atención y música de fondo. Pero la poesía no puede sentarse en la sección de novedades de una librería media. Así que en esta Feria, como en cualquier librería de todo hijo de vecino, la poesía se queda más bien en las casetas de editoriales utópicas y en casi ningún rincón de las librerías con caseta propia.


Pero, ¿por qué sigue habiendo humanos empeñados en construir versos? Y ¿por qué otros se empeñan en diseñarles casas a medida a semejantes proyectos? El sábado en el Auditorio Nacional, un buen compañero me comentaba como la mayoría de los asistentes acudían a escuchar a Mahler por compromiso social; como en muchos conciertos había visto a anteriores compañeros de butaca aburrirse de manera demasiado evidente. Un concierto en el Auditorio es caro, así que allí efectivamente el factor “pavoneo social” se acopla a la perfección con el aburrimiento existencial y compartido. Así parece ser como sobrevive la música en España.


Pero, ¿la poesía? La poesía no es cara, se vende al precio más bajo en cualquier esquina o se regala en las bibliotecas públicas y en las páginas web. Por un momento dejad de pensar con esa mente sucia de ciudadano con conciencia poética y cultural y poneros en la piel de la aplastante mayoría a la que la poesía le importa tanto como una colilla en la acera. O tomad conciencia si es que formáis parte de los aplastantes.

 

¿Por qué “la mayoría” sigue permitiendo que la poesía exista?

 

 
 

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