El TeatroscopioEscena

El talento de Sonia Almarcha emociona en una extraña «Siveria»

Por Horacio Otheguy Riveira

Un texto extraño que anda a tientas sobre temas complejos, como por un suelo volcánico. Sería un paisaje helado si fuera la tan temida Siberia donde caían los enemigos de la URSS, pero se trata de una zona muy ardiente en la Siveria escrita en unas paredes por adolescentes rebeldes en una calle de Moscú, aquí y ahora, sí, en la Rusia del Gran Macho Alfa Vladímir Putin, ex funcionario de la policía secreta, hoy presidente plenipotenciario y vitalicio de un capitalismo absolutista y por tanto autoritario.

Bajo su mandato se ha instaurado una ley que acosa, persigue, detiene y castiga de un modo especialmente sádico a quienes osan contradecir «a los líderes religiosos y a las autoridades» con «relaciones no convencionales entre hombres y mujeres».

Sobre la base de un hecho real, Javier Suárez Lema ha escrito una obra sobrecargada de temas sin orden preciso, en un estado de confusión ideológica que a este cronista ha irritado, aburrido y emocionado, más o menos por partes iguales. Su mayor interés lo provoca la excelente puesta en escena de Adolfo Fernández, quien a su vez interpreta a un buen personaje de serie negra (género que admira) y a su vez uno de sus personajes teatrales más radicalmente repelentes, el policía que detiene e interroga durante toda la función a Yelena, interpretada por Sonia Almarcha, quien en varias escenas se aleja de la sala de interrogatorios y representa lo que sucedió antes en el salón de su vivienda, junto a un gran amigo y único socio de la web Siveria, donde la libertad sexual con sus inquietudes y angustias puede expresarse verbalmente, algo prohibido en cualquier medio de comunicación.

Los potentes hechos reales que acabaron con una multa para la periodista detenida dieron lugar a este texto que quiere ser denuncia de la persecución que sufren todos aquellos que viven una sexualidad al margen del sistema. Si la intención es loable, no así el resultado, pues tiene varios problemas en su desarrollo: un exceso de informes documentales, un insistente recordatorio de la escritora Virginia Woolf, de la cual omite muchos relevantes episodios, y subraya su decisión de morir en las aguas de un río con los bolsillos cargados de piedras.

Yelena suele hacer apartes al estilo clásico, frente al público y, por ejemplo, entre otras anécdotas, a partir de las palabras «en lo posible» —aplicadas por el policía— ella habla del muro de Berlín y sus francotiradores. Un zigzagueo entre el poscomunismo de Putin y el de la RDA de Kruschev, sin adecuado contexto, arbitrario por demás… Todo esto perjudica el interés de la trama, debilita el sufrimiento de sus personajes, junto a la detenida, un ingeniero músico callejero marginado por homosexual, y todo el conjunto de ideas y propuestas difumina la ambición del dramaturgo, que se ha expresado con cierta contundencia en el dossier:

«Han sido los esfuerzos, a menudo titánicos, de las comunidades LGTBI, junto con la investigación académica, los que hace ya tiempo nos han permitido sentenciar que no existen orientaciones sexuales correctas o incorrectas. El problema no reside ya en la autoaceptación e identificación, sino que se halla en la homofobia social en la que una persona homosexual puede vivir. La cultura necesita esforzarse por seguir construyendo esas otras narrativas, esas otras formas de entender la sociedad, sin olvidarnos de los avatares de nuestra historia o de lo que ocurre en otros lugares de nuestro entorno. Siveria es una muesca más en ese esfuerzo, en ese marco, desde la autoría, desde lo artístico. Siveria germinó con ese pensamiento, el de convertirse y convertirla en artefacto crítico, en musculosa proclama vindicante, sin dejar de pensarse, en todo su proceso de construcción, también como texto literario luminoso, edificante, conmovedor y con vocación de colectivo».

Un proyecto ambicioso que no llega a producirse del todo, más cerca del borrador de un ensayo que de un testimonio teatral acabado. Sin embargo, he de añadir que, a pesar de tantos desniveles, flota en el ambiente un potente drama a través de un personaje clave, detonante del último tramo, y que el talento de Sonia Almarcha (que puede con todo lo que le echen: angustia, violencia, reflexiones, relax sobre un sofá, alta tensión, desesperación…) nos lo describe de una manera inolvidable, Me refiero a varios momentos en que habla de Katrina, una amiga que camina en la fría noche del invierno moscovita vestida de hombre, aparentando ser el Alexis que fue durante mucho tiempo. La voz, las manos, los brazos de Almarcha concentran en el recuerdo de Katrina un poder hipnótico, desde la primera vez que la nombra hasta la última. Y la tenemos a su lado, temblando de frío y de miedo.

Yo salía de una tienda. De la tienda que hay dos calles más abajo, la que está enfrente del templo. Nevaba y hacía una ventisca horrible. Me fui hasta la parada del tranvía. Y desde allí la vi. Enfrente. Salía del templo. Vestida de hombre. No llevaba la peluca. Vestía pantalones y un abrigo. Iba sin maquillar. Me acerqué a ella. ¿Katrina?, le dije. Me miró. ¿Sabes cómo me miró? Me miró con odio. Mostrándome que Katrina ya no era alguien con quien se identificase. No sé qué más había en sus ojos. Era una mezcla entre  aborrecimiento y resignación. Le pregunté. ¿Qué ha pasado Katrina? No sabíamos nada de ti. No has vuelto por la asociación. Estábamos preocupados. No dijo una sola palabra. La vi marcharse entre la ventisca como si fuese una escena de Doctor Zhivago. Arrastraba una pierna. Un poco. Reparé en eso.

Esa trágica muchacha llena el escenario solo con ser mencionada, abre ventanales en el claustrofóbico ambiente ideado con acierto por el escenógrafo Emilio Valenzuela, da aire al divagante discurso del autor, y llega al fondo de lo que de verdad interesa en esa sociedad y en cualquier otra, más o menos permisiva: el infinito dolor de una persona que deambula asustada, forzada a ocultar la sexualidad que ha decidido vivir. Allí encuentro la clave de esta Siveria, distante de una realidad infinitamente más rica y compleja que lo que en escena logra transmitirse. Y me quedo con Katrina-Alexis que, mencionada en varias ocasiones, y en definitiva clave para resolver la intriga de la obra, adquiere la fuerza de uno de los grandes personajes ausentes de la historia del teatro. A veces sucede en el arte escénico: un hallazgo donde menos se lo espera; en un entorno poco afortunado.

En definitiva: una función irregular como totalidad que, sin embargo, bien vale la pena conocer como acercamiento teatral a un conflicto desesperante para millones de personas.

La efectiva puesta en escena de Adolfo Fernández se ve bien acompañada de imágenes que ilustran la manipulación policial.
Marc Parejo defiende con sensibilidad un personaje roto, en constante conflicto interior.

De: Francisco Javier Suárez Lema
Dirección: Adolfo Fernández

Del 11 al 28 de febrero de 2021
Teatro Español. Sala Margarita Xirgu

Diseño de iluminación Edu Berja
Diseño de espacio escénico Emilio Valenzuela
Diseño de espacio sonoro y audiovisuales Naiel Ibarrola

Codirección de audiovisuales Roberto San Sebastián

Fotografías: Sergio Parra

Una producción de K Producciones

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Otras creaciones de Sonia Almarcha

En la orilla, de Rafael Chirbes, Ángel Solo y Adolfo Fernández

Cocina, de María Fernández Ache

Ejecución hipotecaria, de Miguel Ángel Sánchez

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