El feminismo siempre es necesario
Por Ignacio G. Barbero.
Christine de Pisan nació en Venecia en 1364; su padre, una afamado físico y astrólogo, aceptó ese mismo año trabajar como principal científico en la corte de Carlos V de Valois. Este ambiente privilegiado permitía una formación académica muy completa para todo el que allí viviera y Christine manifestó desde muy temprana edad un talento y una curiosidad intelectual fuera de lo común. Su progenitor se preocupó personalmente de educarla, en contra de la opinión de su madre, que consideraba opuesto a la naturaleza de la mujer dedicarse a aquello que no fueran las labores domésticas. A pesar de esta oposición, obtuvo una gran cultura gracias a los recursos –tanto documentales como académicos- de la corte.
Sin embargo, casó a los 15 años y pasó a ser una propiedad del marido y un sujeto dedicado a cuidar la descendencia del cabeza de familia, el hombre, de cuyo rol como director y patriarca no se dudaba. Ella era un elemento pasivo hasta que él murió; Christine contaba 24 años y debía ganar dinero para ella y sus hijos, así que empezó a escribir, labor a la que se dedicó prolíficamente. Sus escritos captaron la atención del público y tuvieron gran éxito, lo que le permitió salir de la protección de la corte y establecerse como escritora independiente. Era la de literato una profesión reservada (al igual que el mundo) a los hombres, en la cual éstos detentaban el poder económico y cultural, la perspectiva masculina dominaba y establecía qué era “femenino”, lo que fomentaba la producción de obras donde la “hembra” era reducida a objeto de deseo del hombre y, por tanto, todas sus virtudes habían de ser las que legitimaran este papel (buena esposa, comprensiva, compasiva…). La identidad femenina – y su realidad mental y corporal- estaba controlada, definida y dominada por el hombre; éste determinaba además el lugar que la mujer debía ocupar en la sociedad y la familia y cómo debía comportarse.
Indignada con esta situación, que sufría en carne propia, Christine decidió escribir una obra que defendiera la importancia activa de las mujeres en la historia y la igualdad de capacidades respecto al hombre: “La ciudad de las damas”. Este texto, que podría considerarse sin miedo a equivocarse la primera reflexión feminista, refuta los más consolidados e irracionales argumentos misóginos denominándolos “arbitrarias ideas fabricadas”, esto es, fruto de la producción cultural (no emanadas de la naturaleza inmutable). Tres tesis resultan de suma relevancia para sustentar este argumento:
– Las facultades intelectuales son iguales en ambos sexos:“si la costumbre fuera mandar a las niñas a la escuela y enseñarles las ciencias con método, como se hace[solo] con los niños, aprenderían y entenderían las dificultades y sutilezas de todas las artes y ciencias tan bien como ellos”
– Las facultades morales son iguales en ambos sexos: “La superioridad o inferioridad de la gente no reside en su cuerpo, atendiendo a su sexo, sino en la perfección de sus hábitos y cualidades…”
– Los abusos hacia las mujeres son intolerables e injustificables:“…no es a las mujeres a las que hay que acusar si hay locos que abusan de ellas; los que se han permitido esas afirmaciones ultrajantes tuercen la verdad para casarla bien con su tesis”.
Tanto la vida como la obra de Christine de Pisan se desarrollan en la Edad Media, mas los patrones que regulaban la dominación sobre las mujeres siguen presentes. Si bien las condiciones sociales y materiales han cambiado enormemente, para algunos más que para otros, el patriarcado, a saber, la estructura sociopolítica de dominación en la cual el poder reside en el hombre, permanece. Todos los mecanismos de control que reproducen este sistema tienen su base en la generación de los llamados “roles de género”, los cuales explican qué significa ser hombre y mujer o, mejor dicho, qué es lo masculino y qué es lo femenino. Identidades que son construidas socialmente y que, por tanto, no son naturales: “No se nace mujer, se llega a serlo” (Simone de Beauvoir). Hay que tener en cuenta que es el hombre quien, por estar siempre en la posición dominante, define esas identidades, que no sólo marcan el comportamiento que cada uno ha de tener en función de su rol de género, sino la significación sexual de su cuerpo en el ámbito social. Así, lo femenino siempre estará subordinado a lo masculino: “el hombre representa a la vez lo positivo y lo neutro hasta el punto de que se dice “los hombres” para designar a los seres humanos, pues el sentido singular de la palabra “vir” se ha asimilado al sentido general del término “homo”… La mujer se presenta como lo negativo [y lo pasivo] de manera tal que toda determinación se le asigna como limitación sin reciprocidad” (Beauvoir). Los roles de género están muy arraigados tanto social como psicológicamente, por lo que nos hemos acostumbrado a la discriminación y la naturalización de un modelo masculino (heterosexual) que sojuzga a una parte importantísima de la población.
La primera muestra evidente de esta grave situación se da en las relaciones cotidianas entre hombres y mujeres. Cualquier comentario adulatorio sobre la belleza exterior de una mujer, que muchas veces significa el único análisis sobre sus virtudes, es considerado normal; el piropo es una inocente muestra de galantería. Sin embargo, la normalización de este comportamiento implica una tesis clara: ante todo, la mujer tiene que ser estéticamente disfrutable para la mirada y el gusto del hombre. Las necesidades de éste, por tanto, han de configurar la identidad femenina, cuyas virtudes tienen su raíz en la de ser deseable por el hombre (nótese lo naturalizadas que están muchas prácticas estéticas , como la depilación, cuya obligatoriedad para las mujeres no se pone en duda). Es lo masculino quien manda en el campo de la sexualidad. Una mujer se realizará al ser un objeto digno de ser controlado sexualmente.
Este control, además de establecer cuál es la jerarquía en el deseo, implica una conquista. El hombre ha de seducir a la mujer y apropiarse de ella. Las virtudes psicológicas femeninas han de casar siempre con esta dinámica; de aquí, la gravísima legitimación de muchos casos de acoso e, incluso, violación: “la mujer “se lo busca” por la forma en la que va vestida. Es ella la culpable última, porque el hombre es incapaz de controlar sus instintos. Es así y hay que comprenderle; no puede parar”. Estas justificaciones, que reafirman qué debe ser un hombre y qué una mujer y reproducen el patriarcado, se suelen manifiestar a diario de manera más sutil : “las mujeres pasan de algunos hombres porque les gusta hacerse las difíciles. Una mujer es misteriosa y poco clara, por lo que si dice “no”, no siempre es “no” ”. Este dibujo de la identidad femenina se recrea y alimenta también con el humor machista. No hay ninguna «inocencia» en este último; al contrario es una de las formas de ayudar a normalizar la humillación, la subordinación, el maltrato y la violencia contra las mujeres.
No sólo importa la frecuencia diaria con la que se producen abusos –verbales y/o físicos- hacia las mujeres, sino la consecuente justificación en base a qué es lo masculino y qué es lo femenino, esto es, no se podrán empezar a solucionar realmente estos problemas hasta que no se ponga en tela de juicio las identidades sexuales que hemos asumido como naturales, hasta que el patriarcado no desaparezca. La importancia de la reflexión feminista radica especialmente en este último punto. Nos ayudan a poner en crítica lo que está establecido y a repensar la realidad que habitamos. Así lo hizo Christine de Pisan en su tiempo y así lo hacen filósofas y sociólogas actuales. Nos permiten ver la situación de discriminación a la que se ven sometidas las mujeres y entender, por ejemplo, por qué dos tercios de los niños sin escolarizar son niñas o cuál es la causa de que las mujeres perciban de media en el mismo trabajo un 17 por ciento menos de sueldo que los hombres. No es un tema baladí y no está sólo presente en nuestras relaciones personales.
Los medios de comunicación y las producciones audiovisuales son partícipes del patriarcado, aunque no nos demos cuenta. En el primer campo podemos comprobar cómo de cada diez noticias económicas –dinero es poder y control- , sólo dos mencionan a mujeres -y no siempre cómo protagonistas- o cómo muchas revistas culturales hacen análisis patriarcales de nuestra sociedad. Por otro lado, en las películas y series (o anuncios de TV) se suele imponer lo que Lara Mullvey llamó “mirada masculina” (male gaze), esto es: la cámara pone a la audiencia en la perspectiva de un hombre heterosexual. La mujer es, así, un objeto erótico- a menudo sólo eso- en dos niveles diferentes: para los personajes masculinos que la acompañan en la serie, película o anuncio y para los espectadores que los ven (con un uso de la cámara que busca mostrar y realzar los atributos corporales de la protagonista).
El hombre es el poder dominante y la mujer es pasiva ante la “activa” y valorativa mirada del hombre, que juzga si es un digno objeto de deseo o no (la mayoría de las películas llamadas románticas juegan con este machismo implícito, en el que el hombre cambia la vida de ella cuando la conquista y la enamora, o dicho de otra manera: la posee). Las realidades audiovisuales, en su mayoría, reproducen ese dominio del hombre, siendo la mujer un mero accesorio/complemento de su vida. Incluso en las escasísimas series o películas protagonizadas realmente por mujeres, éstas se juzgan a sí mismas y a los demás a través de los ojos del hombre, con una perspectiva -y comportamiento- que el patriarcado denomina masculina: cosificando a los demás. Para comprender mejor esta mirada masculina, recomiendo ver los vídeos de Anita Sarkeesian en Youtube, en los que se realiza un análisis profundo del machismo que domina el mundo audiovisual.
Es evidente que la realidad de Christine de Pisan y la nuestra son muy similares en lo que se refiere al sometimiento de las mujeres por un mundo en el que el hombre ostenta el poder y hace uso constante de sus privilegios. Somos cómplices de esta situación injusta cuando desacreditamos al discurso feminista que la descubre. En nuestra mano está no seguir siéndolo y trabajar en una dirección clara: la aniquilación del patriarcado.