“Oscura”, de Guillermo del Toro [Suma de Letras]

«Los espejos son portadores de malas noticias», pensó Abraham Setrakian, de pie bajo la lámpara verde y fluorescente de la pared, con su mirada fija en el espejo del baño. El anciano estaba contemplando un cristal aún más viejo que él. Los bordes estaban ennegrecidos por los años, y una podredumbre se deslizaba cada vez más hacia el centro. Hacia su reflejo. Hacia él.

Morirás pronto.

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“Algo que brilla como el mar”, de Hitomi Kawakami [Acantilado]

Mi madre es escritora freelance. Escribe artículos sobre temas variados: sobre las pastelerías de los alrededores de Tokio, sobre tácticas para librarse de las tareas domésticas, sobre cosmética para adolescentes inexpertas o acerca de la mejor forma de cuidar un perro en un piso. Por exigencias de su trabajo, ha llegado a comer doce pastelitos de golpe y a untarse la cara con cinco productos distintos para blanquear la piel, además de ir echando pestes de un paño de cocina que sirve para fregar los platos sin detergente: «¡Con lo que a mí me gusta la espuma artificial!», dice.

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“Pistola y cuchillo”, de Montero Glez [El Aleph]

A la entrada de la Venta Vargas, por donde antes aparcaban los coches, le han puesto una estatua. Dicen que es él, pero no se le parece. Además de no reír tampoco canta y ni siquiera tararea. Por si fuera poco, hay veces que a la estatua le falta algún trozo y sé bien que son gitanos quienes los arrancan para luego venderlos. Surgen de lo oscuro y pegan pellizcos a un bronce que por ley no pertenece a nadie más que a
ellos. «Al rico camarón de la bahía, al rico camarón de la bahía», vocean con mucho soniquete. «Al rico camarón de la bahía, lo pesco de noche y lo vendo de día».

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“Crimen”, de Irvine Welsh [Anagrama]

«Quería decirle a mamá que aquel tipo era mala gente. Igual que el otro, el de su pueblo, Mobile, y que el hijo de puta aquel de Jacksonville. Pero mamá, que se estaba pintando los ojos ante el espejo, la mandó callar y comprobar que todas las contraventanas estaban cerradas, porque habían dicho que aquella noche llegaría una tormenta procedente del noreste. […]»

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“Tea-Bag”, de Henning Mankell [TusQuets]

“Transcurría uno de los últimos días del siglo.

A la muchacha de la amplia sonrisa la despertó el ruido que producían las suaves gotas de lluvia al golpear la lona que había sobre su cabeza. Sólo con cerrar los ojos podía imaginarse que aún estaba en su casa de la aldea, al lado del río que transportaba el agua fría y transparente procedente de la montaña. Podía sentirlo mientras mantenía los ojos cerrados. Pero al abrirlos, era como si se lanzara a una realidad vacía e incomprensible. Entonces lo único que quedaba de su pasado era una serie de imágenes que, en secuencias entrecortadas, reproducían la larga huida que llevaba tras de sí. Permaneció tumbada, inmóvil, tratando de despertarse lentamente, sin abandonar los sueños hasta estar preparada para ello. Los primeros y difíciles minutos de la mañana determinaban cómo iba a ser el día que comenzaba. Parecía que el momento mismo de despertar le tendiera una trampa. […]

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“El fabuloso mundo de nada”, de Javier Mije [Acantilado]

Todo es tolerable si uno carece de imaginación, si sólo pulsa las teclas blancas del piano, no las negras que ocultan los sonidos más estridentes. ¿En qué momento la partitura se estrecha hasta el límite de una melodía monocorde, en qué momento la vida empieza a decidir por ti? Por estas páginas discurre el amor, la violencia, la soledad y el fracaso; transitan corazones desorientados, estrellas que siguen emitiendo dolor mucho después de apagarse, señales que advierten sobre el fin de los tiempos, relojes que se detienen invariablemente en la misma hora cruel. Un libro entre cuyos paisajes están los barrios residenciales del sur de Londres, un tren nocturno a Lisboa y la Barcelona más elegante, que desciende sin previo aviso al hedor de una barraca de feria.

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“Abluciones”, de Patrick deWitt [Libros del Silencio]

Habla de los clientes habituales. Están todos sentados en fila, como pajarracos feos y encorvados, con las miradas humedecidas en alcohol. Susurran con la copa frente a la boca y parecen regodearse en algo, nunca sabrás en qué. Algunos tienen trabajos, hijos, cónyuges, coches e hipotecas, mientras que otros viven con sus padres o bien en moteles de paso y subsisten gracias a una ayuda del gobierno; una curiosa mezcla de clases característica de las partes de Hollywood desprovistas de focos reflectores y de ilusionismo.

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