Películas con mensaje
Hilario J. Rodríguez
Uno de los mayores problemas de algunos films es que estamos tan de acuerdo con cuanto nos proponen que sólo pueden despertarnos dudas, en torno a ellos pero también en torno a nosotros, los espectadores. La comodidad es un vicio, y a veces nos volvemos adictos. Si me he detenido en lo anterior es porque Michael Clayton (Michael Clayton, 2007) me parece admirable y al mismo tiempo me deja indiferente. Con la ópera prima de Tony Gilroy me pasa algo similar a lo que experimento al montar en una de las montañas rusas del cine comercial, aunque sin el mareo. Al salir del cine es como si en realidad no me hubiese sucedido nada, aparte de haber escuchado un par de verdades como puños. «El dinero nunca debe comprar nuestra integridad», «las grandes corporaciones causan daños irreparables por los que a menudo no pagan ningún precio porque puede moldear la ley a su gusto», «contaminar no es bueno», «si queremos un futuro, no podemos dar mal ejemplo a nuestros hijos»… Durante todo el metraje asiento una y otra vez, conforme con lo que me muestran las imágenes o con lo que dicen los personajes. Todo me parece tan sensato que casi me dan ganas de aplaudir. Sin embargo, no lo hago. No lo hago porque me daría la sensación de estar aplaudiéndome a mí mismo.
Poco importa que la estructura de este film no sea cronológica; con el tiempo me he acostumbrado a los puzzles. Además, en este caso las piezas son fáciles de unir. Lo primero que se construye es un personaje: una importante firma legal tiene a un hombre de paja al que da vida George Clooney. Un detalle así ya nos adelanta ciertas cosas. La primera es que el actor, cuando no trabaja a las órdenes de los hermanos Coen o en la serie Ocean’s Eleven (Hagan juego) (Ocean’s Eleven, 2001, Steven Soderbergh), nos tiene acostumbrados desde hace unos años a verle interpretar a seres íntegros o en proceso de redención. En ese sentido, Michael Clayton comparte muchas características con Buenas noches y buena suerte (Good Night, and Good Luck, 2005, dirigida por el propio Clooney) y Syriana (Syriana, 2005, Stephen Gaghan). Podemos prever, por consiguiente, que muy pronto el protagonista del film de Tony Gilroy, un hombre especializado en sobornar y limpiar la porquería que conllevan algunos casos legales, comenzará a cuestionar sus actividades. De algún modo, lo que le sucede es algo que había sucedido con anterioridad en el cine norteamericano, especialmente en los años setenta, en films como La conversación (The Conversation, 1974, Francis Ford Coppola), El último testigo (The Paralax View, 1974, Alan J. Pakula) o Los tres días del cóndor (Three Days of the Condor, 1975, Sydney Pollack). Cabe decir que, hasta cierto punto, George Clooney es una versión actualizada de Gene Hackman, Warren Beatty o Robert Redford, actores que encarnaron los ideales liberales durante periodos de especial conservadurismo en Estados Unidos.
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Tráiler de La conversación (The Conversation, 1974, Francis Ford Coppola)
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Tráiler de El último testigo (The Paralax View, 1974, Alan J. Pakula)
[youtube]http://www.youtube.com/watch?v=PBZf7vifXmY[/youtube]
Tráiler de Los tres días del cóndor (Three Days of the Condor, 1975, Sydney Pollack)
Ser bueno es fácil
Cuando un abogado (Tom Wilkinson) sufre un colapso mental y se pasea desnudo por un aparcamiento, mientras se encarga de un caso que implica muchísimo dinero (una compañía química ha vendido un fertilizante tóxico), la firma para la que trabaja pide a Michael Clayton que arregle la situación. Este último descubre que el colapso del abogado es mental (porque ha dejado de medicarse) y moral (porque está harto de trabajar para clientes sin escrúpulos). Según parece, el abogado tiene un documento que prueba la culpabilidad de sus defendidos. Y en sus momentos de lucidez se da cuenta de que no desea continuar siendo cómplice de la corrupción que hay a su alrededor. Tampoco el personaje que interpreta George Clooney. Aunque Michael Clayton es un padre divorciado que ve a su hijo (Austin Williams) los sábados, tiene demasiada afición al juego y ha perdido una importante suma en un negocio que montó con su hermano (David Landsbury), todavía es consciente de que quizás no sea demasiado tarde para hacer lo correcto.
Lo que los dos personajes intentan explicarnos es que hay conceptos, como justicia o culpabilidad, que se han vuelto relativos porque a veces los dejamos en las manos equivocadas, para no tener que aceptar la responsabilidad que implica su defensa, o porque nosotros contribuimos a relativizarlos, por interés personal y a menudo por simple desidia. Constataciones como esa pueden generar actitudes contrapuestas; pueden desembocar en la violencia o en la militancia. La primera suele resultar anárquica e individualista, mientras que la segunda responde a planteamientos ante todo constructivos y cívicos. Muchos cineastas estadounidenses han puesto en entredicho cuanto sostenían los estamentos de poder en su país. Algunos, como Robert Aldrich, Samuel Fuller o Nicholas Ray, generaron imágenes casi nihilistas, con las cuales quisieron manifestar su impotencia y su decepción. Otros, como Sidney Lumet, Alan J. Pakula o Sydney Pollack, abogaron (y en algún caso todavía abogan) por una vigilancia civil de las instituciones. Tony Gilroy, por su parte, se coloca del lado de los segundos. Resulta curioso, no obstante, que antes de convertirse en cineasta hubiese escrito los guiones de la serie sobre Jason Bourne (Matt Damon), en la que describía a un asesino de la CIA que sufre amnesia. Me da la sensación de que en Michael Clayton estuviese trabajando con personajes bastante similares: amnésicos que de pronto despiertan de un sueño prolongado, para rebelarse contra lo que habían sido hasta ese instante.
[youtube]http://www.youtube.com/watch?v=oOfhr8EVZIM[/youtube]
Tráiler de Michael Clayton
Contradicciones
Una de las dudas que me sugieren films como Michael Clayton es su extraña forma de evaluar la responsabilidad civil y corporativa, a los ciudadanos y a las empresas. Por un lado, nos presentan a individuos que han hecho lo incorrecto años y años, para convertirse finalmente en defensores de la ley y el orden; y por otro, acaban convenciéndonos de que los malos nunca somos los seres humanos sino los entes (el capitalismo, el Estado, las grandes corporaciones). Supongo que Franz Kafka tiene parte de culpa en todo lo anterior; fue él quien nos llamó la atención hacia ese tipo de cosas, aunque se abstuvo de caracterizar a sus personajes de forma clara o de hacerlos parte de aquello que los amenazaba. Gregorio Samsa en La metamorfosis o Joseph K. en El proceso son individuos enfrentados a enemigos que, como dice W. G. Sebald en Campo Santo, «cobran vida por una inescrutable serie de leyes», son funcionarios a los que dan forma las oficinas, las fábricas o los tribunales, todas las maquinarias que se han puesto en funcionamiento al comenzar la era de la reproducción técnica, que nos ha convertido a todos en operarios. Films como Michael Clayton, sin embargo, aceptan lo anterior pero no dejan por ello de proponer una revolución desde el interior de las maquinarias, a partir de una de las piezas. Esto crea un abismo moral entre los escritos de Franz Kafka y el cine que a menudo intenta imitarlo, porque uno presenta a seres inocentes que no comprenden cuál es su culpa (¿quizás no ser parte de aquello contra lo que luchan?) y el otro presenta a seres culpables que quieren probar su inocencia demostrando la mayor culpabilidad de los demás.
En Michael Clayton, sin ir más lejos, el personaje que interpreta Tilda Swinton (la abogada de la empresa química) jamás muestra arrepentimiento ni rasgos humanos, es una persona eficiente que se limita a llevar a cabo su trabajo. Por supuesto, viéndola desde fuera podemos considerarla la verdadera mala de la función, aunque podríamos recapacitar sobre el asunto y llegar a la conclusión de que, a diferencia del protagonista, ella no traiciona a sus jefes. Se comporta como un soldado disparando desde un helicóptero y matando a civiles iraquíes o como un policía que acaba con la vida de un sospechoso sólo porque lo ve hacer un movimiento sospechoso que le mete el miedo en el cuerpo y le hace apretar el gatillo de su pistola. Para quienes no estamos envueltos en actividades como ésas, ligadas a la guerra o a mantener la ley y el orden, hacer valoraciones nos resulta extremadamente fácil. «¡Culpable! ¡Inocente!», exclamamos. Yo, vaya por delante, entiendo mejor la actitud comprometida de George Clooney en la vida real que la de su personaje en Michael Clayton. Este último, no sé por qué, me recuerda a esos presos que asesinan o golpean a sus compañeros de celda porque son violadores, creyendo que haber cometido un delito menor los hace menos culpables o los convierte en jueces.
* Aparecido inicialmente en la revista Dirigido por… en noviembre de 2007 y luego en el libro Historia(s) del cine norteamericano, de Hilario J. Rodríguez (Madrid, Editorial Calamar 2009).