Andrea Rodés, autora de Cuando se vaya la niebla: “Me educaron para creer en una Europa sin fronteras”
Por: Antonio Medina
En verano de 2014 la escritora y periodista catalana Andrea Rodés viajó a Serbia para pasar unas breves vacaciones de verano. Durante ese viaje quedó prendada del país y descubrió la historia de unos refugiados españoles de la guerra de Sucesión que a mediados del siglo XVIII llegaron a la inhóspita región del Banato, entonces parte del imperio Austrohúngaro, con intención de levantar una “nueva Barcelona”.
De esta travesía, y de la imaginación de la autora, surgió la novela Cuando se vaya la niebla (Huso Editorial, 2019). Culturamas conversa con Andrea Rodés sobre la ficción de las banderas y la necesidad de conocer mundos.
Pregunta: – Naiara, el personaje central de su novela, realiza una travesía que la lleva a descubrir “dos Barcelonas”. ¿Esa también fue la travesía de Andrea Rodés?
Respuesta: Admito que la novela tiene algo de autobiográfico, aunque los motivos que llevan a Naiara a viajar a Zrenjanin (“Nueva Barcelona”) son muy distintos de los míos. Naiara llega a Serbia un poco por casualidad, después de descubrir que tiene familia allí, buscando un poco de aventura. Tiene 32 años y hasta ahora ha llevado la vida que le han dicho que es la correcta -tiene un trabajo estable, coche propio, un apartamento para ella sola -pero nunca se ha planteado lo que realmente quiere hacer. No hay nada que le apasione. Y en Serbia intuirá que para que su vida tenga sentido quizás valga la pena salir de la zona de confort, apasionarse por algo, arriesgar a equivocarse. Diría que el viaje a Naiara es más bien introspectivo. Yo, en cambio, viajé a Zrenjanin por dos motivos claros: el primero, como válvula de escape, después de dejar un trabajo que ya no me gustaba, sin tener un plan B. Soy lo contrario que Naiara, en la vida he sido muchas veces irresponsable y tiendo a reventarlo todo cuando más o menos lo tengo todo bajo control. Supongo que esta diferencia de actitud ante la vida entre Naiara y yo depende mucho de nuestra diferente educación y contexto social. El segundo objetivo de mi viaje era entender cómo es la vida hoy en día en un municipio remoto del Banato, Vojvodina, un territorio que en su día fue una de las zonas más multiculturales de Europa. Convivían serbios, húngaros, alemanes, eslovacos, rumanos, judíos, croatas… Hasta que llegaron las guerras y esta diversidad fue desapareciendo. Además, me llamaba la atención que esta región hubiese sido testigo de la tragedia de los refugiados en tantas ocasiones, como si el ser humano no fuese capaz de aprender del pasado: hace trescientos años, por ejemplo, llegaron al Banato un grupo de refugiados españoles de la guerra de Sucesión. Llegaron con una mano delante y otra detrás, sin saber alemán, enviados por Viena, para repoblar una zona entonces plagada de malaria y levantar una “Nueva Barcelona”. Pero el proyecto fue un fracaso y la mayoría murieron. Años después, este mismo lugar vivió la desgracia de ver como su numerosa población alemana era forzada a marcharse al terminar la Segunda Guerra mundial. Luego, en los 90, durante la guerra de los Balcanes, Zrenjanin tuvo que acoger a miles de serbios refugiados de otras regiones de la ex-Yugoslavia. Y en 2015, de nuevo, Vojvodina volvía a ser testigo de otra crisis: la de los miles de refugiados sirios y de otros lugares de Oriente Medio que cruzaban Serbia en su intento por alcanzar la Unión Europea. Estar en “Nueva Barcelona” me sirvió para entender que los intereses políticos – las fronteras y las banderas – siguen condicionando el destino de nuestras vidas, generando injusticias, y me sentí frustrada por no saber cómo cambiar las cosas.
P: – ¿Qué cambia en su perspectiva sobre Barcelona y Cataluña en general a partir de esa travesía?
R: Decidí viajar a Zrenjanin en otoño de 2015 y recuerdo que estaba un poco frita de tanta propaganda patriótica sobre el 1714 en Catalunya. No voy a enrollarme aquí sobre lo que significó esta fecha histórica de la guerra de Sucesión para Catalunya, pero me parecía ridículo que los partidos nacionalistas no dejasen de hablar de este tema, de tanto victimismo histórico… ¡Hasta las manifestaciones del 11 de septiembre se convocaban a las 17h14! Me parecía ridícula tanta atención a promover el nacionalismo y las reivindicaciones soberanistas, a las peleas con el gobierno central (que con su postura tampoco ayudaba nada a calmar los ánimos) cuando, para mí, había problemas mucho más graves: los desahucios, los refugiados de la guerra de Siria, la falta de empleo, el precio de los alquileres, que los jóvenes tengan que vivir con los padres hasta los 35… Desde Zrenjanin tomé un poco de distancia. Hablando con amigos serbios, que sufrieron la guerra en su propio país cuando eran jóvenes, entendí que el nacionalismo tiene mucho que ver con las emociones, y que, si los políticos irresponsables espolean las emociones, se puede liar una buena. Me decían: “para empezar una guerra necesitas provocar un conflicto y controlar a los medios”. A mí me cuesta entender el nacionalismo emocional, eso de amar un país, una bandera, solo porque has nacido ahí. Quizás soy demasiado mental. Soy catalana por los cuatro costados, mi árbol genealógico es aburridísimo, ojalá tuviera un bisabuelo alemán o de Burgos, yo que sé. Pero no siento ningún orgullo por lo que hicieron mis antepasados. Me educaron para creer en una Europa sin fronteras, para sentirme como en casa en cualquier lugar de Europa. De hecho, es maravilloso que mañana pueda hacer las maletas e irme a vivir a París sin tener que pedir visado o cambiar moneda. Las fronteras son un estorbo y condicionan nuestras vidas, nuestras oportunidades, cuando no deberían. Zrenjanin, por ejemplo, es hoy parte de Serbia por casualidades de la historia. Unos pocos kilómetros más al este ya estás en Rumanía, o en Hungría: ya estás en la Unión Europea.
P: – ¿Qué aporta la ficción a los absolutismos políticos?
R: – Yo creo que la ficción permite observar desde la distancia, ver la realidad desde otro punto de vista, ponerse en la piel del otro. Leer ficción, en mi opinión, fomenta la capacidad de empatía, de conectar con los que no piensan como tú, y también fomenta el espíritu crítico y la capacidad de cuestionar lo que nos dicen, sean los políticos, nuestros vecinos o nuestros padres. Creo que entender otro punto de vista es la clave para no caer en el absolutismo político. En Zrenjanin, por ejemplo, descubrí la obra de una gran autora del Banato, Herta Müller, Nobel de Literatura en 2009. Müller nació en un pueblo del Banato rumano, muy cerca de Zrenjanin, y era de origen alemán, una minoría muy reprimida durante el régimen comunista rumano. Sus obras exponían la marginació que sufría la minoría alemana en Rumanía después de la segunda guerra mundial. Terminó “exiliándose” a Alemania.
P: – Usted es periodista y escritora. ¿Cómo analiza la realidad de Cataluña desde cada una de esas perspectivas?
R: – Como ya he dicho anteriormente, no me siento cómoda con los himnos y banderas. Para mí ser patriota es desear la cohesión social de mi gente, del lugar donde vivo. Quiero que todo el mundo se sienta cómodo, que se busquen puntos de encuentro en lugar de diferencias. Ser patriota es preocuparse por el medio ambiente, por la educación, porque no falte vivienda… No soy periodista política, y quizás peco de ingenua, pero viendo cómo está el percal, creo que el diálogo es la vía más fácil y más barata para solucionar el problema catalán. Si los políticos (de ambos bandos) no han querido dialogar y ponerse de acuerdo, será que no les interesa. Yo, personalmente, no lo entiendo. Nunca votaría un partido que busque ahondar en las diferencias o que genere desprecio hacia “el otro”. Pero parece que son los que ganan más votos.
P: – Cuando se vaya la niebla también puede ser leída como un alegato a favor de la diversidad de las identidades. Es una novela que nos dice que la realidad de Europa es mucho más diversa que lo que nos cuentan. Por favor, díganos su apreciación sobre el tema.
R: – Me encanta viajar y conocer culturas diferentes, especialmente aquellas que han sido estigmatizadas por los medios de comunicación. Viví cuatro años en China, un país al que mucha gente parece tenerle manía sin motivos concretos: “uf, China, ¿te gustó?, son muy guarros, ¿no?, siempre te timan, no saben lo que es la democracia, bla bla…” China es un país increíble, con una gente increíble, otra cosa es la política, el Estado. Con Serbia ocurrió lo mismo. La gente tiene la idea de que son los malos de la película. Hay que hablar, conocer, relacionarse con distintas identidades. Creo que hay que fomentar la curiosidad y las ansias de conocer mejor a los demás. A mí me parece enriquecedor que en las aulas españolas haya cada vez más diversidad cultural, que se mezclen las culturas. Lo que también creo que las políticas de diversidad cultural deben ir acompañadas de una buena inversión de recursos, para asegurar que se da realmente esta integración social, que no se formen guetos o que, por ejemplo, eviten que haya escuelas públicas donde el 70 por ciento son inmigrantes, como he visto en algunos barrios de Barcelona.
P: – ¿Son las banderas ficciones necesarias?
R: – Yo diría que las banderas son un poco como las tradiciones religiosas, como celebrar la Navidad. Para algunos tendrán un significado trascendental, para otros serán simplemente una ficción abstracta, sin sentido, pero que está bien mantenerla, respetarla, no hace daño a nadie, mientras no la uses para dividir. Para mí una bandera es un trozo de tela pintado que sirve para representar a un grupo de gente, sea los ciudadanos de un país, región… hasta miembros de comunidad LGTBQ o los jugadores de un equipo de futbol. Una bandera es un formato tradicional de representación de un grupo. No es necesario tener una bandera, pero no hemos inventado otro.
Bon dia.
Vaig ser company d’escola de ton pare.
Tan aviat com finalitzi els llibres que tinc per llegir (2) anire a la casa del llibre i demanare el teu llibre.
Que tinguis sort,
Salut !!.
j.isart.