El abuso de poder por encima de los celos en el nuevo «Otelo a juicio» de Ramón Paso
Por Horacio Otheguy Riveira
Los creadores del teatro no se amilanan por la disyuntiva de los cambios en su propia obra. Puede que no duerman bien algunas noches, e incluso que no peguen ojo, pero renacen al ver reconstruidas escenas importantes de un texto y su puesta en escena. Ocurre a veces con autores que dirigen o directores que coescriben. Buena cuenta de ello dieron en 2017 Fermín Cabal con sus Tejas verdes y José Luis Gómez con una revisión magistral de su propia Celestina. Y ahora el muy prolífico autor, director y productor Ramón Paso repone Otelo a juicio, estrenada en septiembre 2018, con dos protagonistas nuevos en un enfoque diferente al del estreno, por otra parte, también muy interesante.
Son cambios que llegan de la mano de sus propias ideas originales pero también bajo la influencia de los intérpretes. Entonces Paco Rojas y Jorge Machín imprimían un estilo muy personal para una función dirigida en un tono más clásico; todos se movían en un escenario de escasas dimensiones rodeados por el público, una sala semicircular de aforo reducido; ahora, Jorge Mayor y David DeGea encabezan elenco en un teatro a la italiana, con un amplio escenario donde toda la acción se ha expandido con renovación de parte de su vestuario e iluminación; ahora sí, por fin se expone la voluntad primaria del autor/director de crear una «gamberrada isabelina»; sin duda la mirada sobre su excelente texto cambia también para el espectador; el histórico proceso de destrucción del Moro de Venecia por un servil intriguista despechado, adquiere otra dimensión. Se presentan conflictos menos rígidos, más a ras de tierra, más cercanas las emociones ante el desalmado arrojo de una traición en toda regla, una corrupción de brutales consecuencias. Aquí y ahora, con el aporte de dos personajes de actualidad: dos mujeres de carácter frente a Desdémona, una víctima de arrebatos masculinos.
Jorge Mayor como Otelo, asume a un hombre de negocios cuyo abogado le recomienda el bufete de una letrada poco conocida, pero muy eficaz; está desesperado, carga con la culpa de haber asesinado a su esposa, mientras la ambiciosa abogada va a por todas en busca de portadas de periódicos , programas de televisión, un juicio sonado; y David DeGea como Yago, en cuya voz y movimientos corporales se expresa un tipo de canalla muy distinto al habitual.
Entre los alicientes de toda la perspectiva actual sobre el fenómeno escrito en el siglo XVII, que cuenta con numerosas versiones cinematográficas y teatrales, destaca el aporte de actualidad interpretado por Ana Azorín, con una dimensión muy cercana a la feroz abogada interpretada por Glenn Close en una de las mejores series de abogados (Damages, 2007-2012). La sombra de Close acompaña como una sabia madre el talento de la joven Azorín, ya largamente demostrado en las muchas funciones protagonizadas por su propia Compañía PasoAzorín Teatro. Pero en esta ocasión el personaje tiene un perfil insólito en su carrera, destacando con energía, inteligencia y capacidad resolutiva al asumir a una mujer seductora sólo si es imprescindible, con los rasgos típicamente masculinos de un depredador; pues sostiene en graduada intensidad el desparpajo con que afronta su pasado de jovencita atrapada entre las piernas de un ilustre abogado, a quien no dudará en chantajear con las mejores armas, al tiempo que manipula a un Otelo que clama al cielo para que no sólo se le condene a él, sino también al maldito corruptor que le hizo ver a una Desdémona que no existía: una apasionada buscadora de amantes cuando apenas era una romántica ensoñada que sólo suspiraba por él. Otelo clama venganza contra Yago, un David DeGea chulesco, interpretando a un malvado de barrio que supo destruirle con hábiles artimañas.
Lo valioso del invento es que la historia de la pieza original se reproduce simultáneamente con el presente, articulando flashbacks perfectamente diseñados, con muy buenos recursos, siempre con los personajes históricos vestidos de época. La alternancia resulta muy original, y se aprecia en todo momento una fluida connivencia ideológica y estética.
Sin duda, una experiencia muy recomendable para los amantes de los clásicos. Se encontrarán con una versión seria que no desnaturaliza a Shakespeare, sino que lo reinterpreta con ojos actuales. He aquí una breve muestra de la riqueza omnipresente de los diálogos:
Otelo. Señorita Rodríguez, yo soy culpable.
Silvia. A esta hora y en esta ciudad, puede ser que sí. No me entienda mal. Mueren mujeres todos los días y no se crea un revuelo significativo. Coja la prensa, eche un vistazo. Miles de mujeres denuncian a su agresor, avisan de que las van a matar y la Justicia no hace nada hasta que el asunto está consumado. No es eso. Matar a una mujer no es el problema. El problema en la violencia de género, muchas veces, no es el qué, sino el quién. Y su caso es complicado…
Otelo. Porque soy negro.
Silvia. Rico. A la opinión pública le gusta castigar el éxito. Un hombre abusa de su mujer todos los días…
Otelo. ¿Abusa?
Silvia. Le pega. Los vecinos lo oyen. Oyen sus gritos.
Otelo. Yo no he pegado a mi mujer.
Silvia. Es un supuesto. Una historia. Estamos construyendo un relato. Un hombre pega a su mujer. Un hombre que no es usted pega a su mujer. Los vecinos lo oyen. Lo saben. ¿Lo denuncian? No. ¿Por qué? Tendrían que encontrarse con ese hombre que pega a su mujer en el ascensor todos los días. Sería una situación incómoda.
Otelo. Yo no vivo en un edificio. No hay ascensor en el que encontrarme con nadie.
Silvia. Por eso a usted sí se le puede denunciar. Un hombre vulgar no importa, pero un hombre de éxito… ¿Y sabe lo único que es mejor que poner en la picota a un hombre de éxito?
Otelo. No lo sé. Explíquemelo usted.
Silvia. Poner en la picota a un hombre que no tiene derecho a ese éxito.
Otelo. Un negro.
Silvia. No, peor que un extranjero, un moro, un negro, un judío o un gitano, incluso. Un negro que se ha blanqueado con su dinero. Un negro que ha osado colarse en el club de los poderosos hombres blancos. Un hombre que se escapa a las reglas, un hombre que vive al margen de lo que ellos consideran convencional. Un hombre que ha trepado por la escala social y ha perturbado sus fundamentos.
Otelo. Yo no he perturbado nada.
Silvia. A usted no se le va a juzgar sólo por ese supuesto de haber estrangulado o no a su mujer. Se le va a juzgar por socavar el orden establecido. Si usted fuese marica, sería distinto. Al menos, hoy. Un marica con dinero tiene una tarjeta de ésas de queda libre de la cárcel. Usted es un negro que no se ha comportado como un negro. ¡Les ha hecho creer que es blanco! Su tarjeta dice manda a la mierda a ese puto negro, y que vuelva al agujero del que nunca debió escaparse.
Otelo. Creo que no me está entendiendo.
Silvia. Le entiendo perfectamente. El que no termina de entender es usted.
Desdémona nos recibe sentada a un lado del escenario, junto al telón caído. Alrededor de ella gira toda la función, el presente y el pasado, e Inés Kerzan la interpreta como un duende que suspira, disfruta, ríe y padece en sucesión de secuencias breves, pero no por ello menos contundentes. Su dimensión romántica tiene la cadencia justa de un alma en pena que cuando ama a Otelo o le suplica que no la mate ahora, que espere, emociona con nobles armas (¡Destiérrame, señor, mas no me mates! ¡Mátame mañana! ¡Esta noche, no! ¡Sólo media hora!), así como resulta sobresaliente el encuentro con Ana Azorín: Desdémona muda, sin salir de su época y a pocos pasos, la abogada de hoy, segura de sí misma, de sus planes. El dolor inmenso por un lado, y por otro la voluntad de triunfo, mujeres en las antípodas en un encuentro insólito de tiempos teatrales y conflictos atemporales.
Felipe Andrés es el ansioso enamorado, finalmente frustrado, de la divina hija de un poderoso, y Jordi Millán el no menos desgraciado Casio, ambos devorados en su ingenuidad por el perverso Yago, mientras Ángela Peirat encara el otro personaje de actualidad, cuyas motivaciones le permiten crear a una joven con, al menos, tres tendencias que ha de descubrir cada espectador. En todo caso, tres estupendos intérpretes a cargo de personajes secundarios que aportan el ritmo necesario para que la dinámica del espectáculo nunca decaiga.
Traducción Sandra Pedraz Decker
Dramaturgia y dirección Ramón Paso
Ayudantes de dirección Blanca Azorín / Jordi Millán
Producción ejecutiva: PASOAZORÍN TEATRO
Jefa de producción Inés Kerzan
Ayudante de producción Sandra Pedraz Decker
Diseño de iluminación Pilar Velasco
Diseño de vestuario Inés Kerzan / Ángela Peirat
Realización de vestuario Sol Curiel
Diseño Gráfico Ana Azorín
Fotografías Lucía Lera
TEATRO ALCÁZAR-COFIDIS. Domingos a las 17 horas. Desde el 21 de abril al 16 de junio 2019.