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«Billy Elliot. El musical», todos a una apoyando a un chaval, «aunque vengan tiempos duros»

Por Horacio Otheguy Riveira

Billy Elliot. El musical, tiene dos partes bien diferenciadas, con un descanso de 15 minutos. En la primera, la expansión progresiva de la personalidad de un chico de 14 años en un pueblo de mineros en huelga, enfrentados a «Maggie Thatcher», la primera ministra que en los 80 les hundió en la miseria y a la que ellos odian con toda su alma (cantan con entusiasmo imaginándola morir). Hombres recios de vidas forjadas en luchas cuyos éxitos sociales derribó una abanderada de los preceptos más conservadores: nada de protección estatal, que se salve quién pueda, el más listo y el que más se esfuerce. Ignora la miseria con irónica sonrisa de poderosa marisabidilla. Cuando se estrenó la película en 2000, y el musical en 2005, aún vivía, pero pronto, tras algunas enfermedades padeció un largo proceso de demencia senil (lo contó en 2008 su hija Carol: A Swim-On Part In The Goldfish Bowl) hasta su muerte en 2013 a la edad de 88 años. En torno a sus decisiones giró la historia de Billy Elliot, que no es otra que historia de hombres y mujeres en lucha denodada por vencer solidariamente calamidades e injusticias.

En este dramático contexto, a un niño —hermano e hijo de mineros con una abuela que día a día pierde la chaveta con alegría, no se le ocurre mejor cosa que toparse con la señorita Wilkinson (magnífica Natalia Millán), profesora de danza de un puñado de niñas. Ella ve en él a un gran bailarín en potencia, y siembra en su corazón la pasión de bailar. Horror. Los hombres que le rodean desprecian esa idea, pero en la segunda parte, la danza se impone, las canciones son otras, la lucha social avanza, dolorosa, amarga, pero la solidaridad conforma un espectáculo nuevo para apoyar el futuro de Billy. Todos ponen el hombro y en medio de tanta miseria también su poco de dinero.

Pero nada de esto sería posible si no tuviera de su parte el leal espíritu de su madre muerta, la misma que le dejó una carta para que la leyera de mayor, a los 18, pero él necesita su apoyo y la abre a los 14, y la comparte con su maestra de baile, y los tres participan en una de las muchas escenas emotivas, hermosas musicalmente (Elton John, nada menos) de la obra. La voz de la madre (formidable Noemí Gallego) es la energía que le impulsa a ir contracorriente y triunfar en su empeño: Mi amor, Billy, nunca dejes de soñar, vive sin desconfiar… En cada decisión, pon tu corazón, Billy, sé tu mismo hasta el final.

Y en su gran aventura donde los hechos convencen a todos, incluidos los más reacios, Billy Elliot al fin comprende qué le sucede cuando baila, y lo dice cantando:

No sé cómo explicarlo
No sé ni qué decir
Siento algo fuera de control
Creo que es como escaparse
de la realidad
y a la vez es todo de verdad

Es como si cantaran
sólo para mi
Y esa música es tan mágica
que me hace ser feliz

Y algo estalla en mi
No lo puedo controlar
Es lo que me anima,
cuando todo estaba mal
Es como si volara,
vuelvo a ver el sol
Es algo eléctrico,
es eléctrico

Siento un cambio en mi
y soy libre al fin

Es estar como enfadado
Y asustado a la vez
Sentir que eres alguien especial
Es como cuando lloras y
no sabes el por qué
No sé bien lo que es pero es real

Es como si cantaran sólo para mi
Y si escucho esa música
yo vuelvo a sonreír

Y algo me levanta
No lo puedo controlar
Es lo que me anima
cuando todo estaba mal
Es como si volara
vuelvo a ver el sol

Es algo eléctrico,
es eléctrico

Siento un cambio en mi
y soy libre al fin

–INSTRUMENTAL–

Electricidad
Es lo que hay en mi
y soy libre al fin
Libre al fin
Soy yo

 

 

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