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‘La primera vez que vi un fantasma’, de Solange Rodríguez Pappe

PEDRO PUJANTE.

De vez en cuando nos llegan libros del otro lado del charco, esta vez desde Ecuador, que nos recuerdan la rica tradición narrativa de aquel prodigioso Boom hispanoamericano, pero que también demuestran haberse sabido reinventar para no repetir las mismas fórmulas de las que los grandes maestros, como Cortázar, Rulfo, etc., se valieron en su momento. En este sentido los cuentos de Solange Rodríguez Pappe (Ecuador, 1976), como los de Mariana Enríquez o Samanta Schweblin, están impregnados de las atmósferas cortazarianas, pero también hay en ellos cierto soplo de Poe. Hay en muchas de estas piezas un gusto por el terror urbano, recreaciones de leyendas urbanas, que aúnan tradición y modernidad. Quizá sea este el mayor logro de Rodríguez Pappe: acertar a la hora de combinar esa querencia por los cuentos de miedo clásicos con ambientaciones y texturas contemporáneas. Un realismo fantástico actualizado que, además, queda reforzado por una prosa clara y despojada de sofisticados giros, que se basa en la naturalidad y logra trasmitir el relato de la forma más depurada. De hecho, algunos de los cuentos incluyen a personas que narran a su vez un cuento, vigorizando el tono de storytelling clásico pero, como decíamos, alentando por una poética de lo contemporáneo, con ambientaciones en la Lima nocturna y cotidiana y en escenarios habituales, familiares.

Como anuncia el título en esta antología el lector se encontrará con diversas formas de fantasma, presencias espectrales que habitan un hotel o la ciudad, pero también con seres del otro lado que son capaces de “enredarte” la vida. Hay contenidas aquí historias sobre prácticas culinarias de lo más extravagantes, costumbres raras (otra vez Cortázar) como la de criar animales salvajes en casa, pequeñas mujeres que se esconden por los rincones de casa o la constatación aterradora de que vivimos junto a muertos.

Me han parecido, en general, todas las historias de mucha calidad y sobre todo apuntaladas por una excelente voz que derrocha imaginación y gran destreza para dosificar la información y abocarnos a un final inesperado. La que más he disfrutado ha sido “La historia incómoda que nos contó Olivia el día de su cumpleaños”, historia con un desenlace muy original. También aquellas en las que se dedica la autora a recrear ambientes vagarosos en los que los protagonistas son presencias inexactas y diluidas, es decir, fantasmas. Historias, en definitiva, que nos muestran qué frágiles son las fronteras entre nuestra realidad y lo desconocido.

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