«El silencio de Elvis»: apasionada inmersión en el eco social de un caso de esquizofrenia
Por Horacio Otheguy Riveira
Sandra Ferrús, autora, actriz y directora ha creado un thriller psicológico en suma de terrores cotidianos, varios encuentros con un teatro poético de altura, melodrama descarnado, comedia sentimental… en un recorrido apasionante en busca de un lugar donde poder vivir cuando se padece una enfermedad mental y todo es arrasado por voces intrincadas que durante siglos se adjudicaron a demonios.
A lo largo del siglo XX, sobre todo después de la segunda guerra mundial, la psiquiatría dio pasos de gigante con nuevas metodologías y, sobre todo, la irrupción de una gran industria de psicofármacos. Con todo, muchos son los factores que se interponen entre la buena voluntad de médicos e investigadores y las familias que dependen de la sanidad pública.
El silencio de Elvis cuenta con todos los elementos teatrales posibles para resultar una función de gran riqueza documental que mantiene muy vivo el interés por sus personajes. Testimonio de una violencia del estado moderno sobre un drama que afecta a quienes menos medios tienen, y aun así luchan para encontrar una solución. Teatro grande, imprescindible, para desvelar los auténticos lazos de amor y resistencia familiar frente al estigma de la enfermedad mental. Todo gira en torno a un muchacho diagnosticado de esquizofrenia paranoide, y abandonado a la penosa burocracia de unas instituciones que marean dando vueltas y vueltas en busca de una solución mientras la violencia y la desesperación ronda a la familia como una peste.
Sandra Ferrús tiene mucha experiencia de escenarios y avidez de conocimiento; bien documentada, se inspira en hechos reales que suceden en España, siempre entre los más necesitados, los más pobres, desde que en los 80 desapareciera el marcial Ordeno y Mando de la psiquiatría oficial franquista para encerrar en un manicomio a cualquiera con un aparente desorden mental por orden de un juez con el visto bueno de un psiquiatra acostumbrado a reprimir con sedaciones, a menudo eternas. Desde entonces hubo grandes éxitos de la nueva psiquiatría, y también un gran desastre paralelo al construir la nueva casa-mental por el tejado, apostando por tratamientos ambulatorios de muchos enfermos que son entregados a las familias sin estar preparadas psicológica ni económicamente, en el mejor de los casos con disponibilidad en centros de día a los que la mayoría de los pacientes jóvenes se niegan a ir. El círculo infernal de una familia en busca de alternativas está en el corazón de esta función profundamente emotiva que sabe combinar el horror con el suspense y buenas ráfagas de humor que permiten el lucimiento de sus intérpretes alrededor de una labor excepcional de Elías González, el protagonista, el joven lleno de energía que le desborda, de sueños que no sabe dónde poner, abrumado por voces que le desorientan o le embelesan como la de Elvis Presley, que cada tanto también nosotros escuchamos, pegados a la butaca, interesadísimos por el recorrido de personajes entrañables, sumergidos como ellos en una trama diseñada con esmero, articulada con riqueza de matices en manos de un reparto que optimiza cada situación.
El silencio de Elvis tiene mucho material dentro para reflexionar, más allá de las muchas emociones que genera porque la dirección de Ferrús impone un estilo emocional muy comprometido para sus intérpretes. Hay texto intenso y subtexto profundo, ya que Elvis Presley es el genio triunfante de la segunda posguerra que aquí adora el joven que, aún adolescente, un día de repente se pierde en un paisaje conocido. Así, Vicentín empieza una larga transformación idolatrando a un fantasma que le acompaña callado, colega y extraño, el crack que llegó a lo más alto y descendió a los infiernos de la drogadicción hasta morir a los 42 años de un infarto susurra otras historias paralelas al dolor de un joven sensible e inteligente que necesita una ayuda que tarda mucho en recibir…
Hace años coincidí en un ascensor urbano con un chico que claramente sufría una enfermedad mental. Recuerdo que fueron los dos minutos más largos de mi vida. Yo estaba con mi bici y él, frente a mí, mirándome fijamente y balanceándose. Era corpulento, estaba segura de que me iba hacer daño. Pasé un miedo terrible. Cuando por fin se abrió el ascensor mi corazón golpeaba fuertemente en mi pecho, salí corriendo de allí. El miedo se fue convirtiendo en ira, tenía 13 años y recuerdo que pensé: ¿Cómo dejan a gente así en la calle? Aquel episodio me dejó huella, y cada vez que me encontraba con “gente de este tipo”, me producía rechazo. Pasados los años me tocó convivir con la enfermedad mental. Una persona muy especial a la que quiero con todo mi corazón desarrolla una enfermedad de este tipo. Esta trágica circunstancia me obligó a documentarme y a vivir muy de cerca todas sus consecuencias.
Compruebo que aquello que me pasó a mí con 13 años le sucede a mucha gente. Me encuentro con que esta gran persona no solo sufre exclusión social, sino que es castigado por nuestro sistema judicial. Actualmente nuestro país atraviesa una crisis a todos los niveles, económica, social, de confianza, de valores… En estos momentos sufrir una enfermedad mental es doblemente una putada, con perdón por la expresión. De aquí nace mi necesidad de poner voz a estas personas y sus familiares. Poner voz desde el sitio que yo conozco: desde las tablas, el amor y la alegría. Sin mayor pretensión, lo único que me gustaría es que todos podamos conocer un poco más de cerca a estas personas.
—Sandra Fernández Ferrús
Texto y dirección: Sandra Ferrús
José Luis Alcobendas (Vicente)
Sandra Ferrús/Concha Delgado (Sofía)
Elías González (Vicent)
Susana Hernández (Vicenta)
Martxelo Rubio (Elvis, forense, psiquiatra)
Escenografía Fernando Bernués
Vestuario Cadaunolosuyo
Iluminación y espacio sonoro Acrónica Producciones
Ayudante de dirección Aitor Merino
Una coproducción de El vodevil S.L., Tanttaka Teatroa, Acrónica Producciones S.L. e Iría Producciones.
TEATRO ESPAÑOL. SALA MARGARITA XIRGU. HASTA EL 13 DE JUNIO 2021
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