Juan Echanove y Lucía Quintana en «La fiesta del Chivo» con dirección de Carlos Saura
Por Horacio Otheguy Riveira
Cinco actores y una actriz dirigidos por Carlos Saura con su sabiduría habitual para contar historias con gran poder de síntesis y tensa atmósfera. El general Trujillo es el Chivo, un monstruo más que humano, convencido de su superioridad sobre el propio concepto de Dios, en el centro de una trama dominicana que es, a su vez, la historia del siglo XX en Hispanoamérica, a través de sus dictadores que, entre abuso de poder y robo a mano armada, hicieron de las mujeres un masivo objeto de sadismo, aquí encarnadas por Lucía Quintana en la figura del único personaje femenino y auténtico protagonista de la obra: Urania Cabral, de niña a mujer convertida «en un desierto poblado de miedo».
En sus obras más importantes, Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936) es un escritor comprometido con las causas sociales más justas y muy duro con el poder establecido. Una constancia que se rompe cuando actúa como periodista u hombre público que apoya partidos de tradición conservadora en tiempos de elecciones, muy dado a ensañarse con los gobiernos progresistas de América y callar las bárbaras injusticias de la burguesía embozada en muchas falsas democracias. Esta bipolaridad no ha de empañar su grandeza literaria donde suele desglosar el brutal clasismo de los países hispanoamericanos, bajo la bendición de Estados Unidos y las Iglesias católica o protestante.
Hago esta aclaración para animar a ver el espectáculo a todos aquellos que se han enemistado con el Vargas reaccionario como típico burgués conservador. Vayan a ver esta función y luego lean el libro original, si no lo han hecho ya. No defraudará a ninguna propuesta crítica con el sistema. Después de todo, no hubo en la historia del siglo XX-XXI ninguna dictadura seudo-cristiana que no amparara Estados Unidos, el país que sabe venderse como baluarte de las libertades.
«El pueblo celebra
con gran entusiasmo
la Fiesta del Chivo
el treinta de mayo»
Mataron al chivo. Merengue dominicano.
La fiesta del Chivo es una muy interesante adaptación de Natalio Grueso de una de las mejores novelas de Mario Vargas Llosa, tras la insuperable Guerra del fin del mundo. Se encuentra aquí muy bien servida en el perfil de personajes históricos con Juan Echanove en un sencillamente escalofriante dictador Trujillo junto a actores muy eficaces, y Lucía Quintana en una invención novelística que encarna a muchas mujeres víctimas del autoritarismo ilimitado de un militar y los civiles que le acompañan y le bailan el agua.
La actriz es adulta en el presente y niña en el recuerdo, y en ambos casos brinda un protagonismo que informa como narradora y conmueve como personaje muy cercano. Espléndido resultado en la difícil empresa de llevar al teatro una novela extraordinaria, sacando de la misma todo lo que podría entorpecer la dinámica escénica, e invitando a leerla después. Dos experiencias diferentes e igualmente enriquecedoras.
Rafael Trujillo Molina fue el dictador que gobernó República Dominicana durante 30 años, incluso con apariencia democrática simulada tras algunos presidentes títeres. El monstruo sanguinario llegó a recibir siete condecoraciones dominicanas y, lo que resulta increíble: unas 50 condecoraciones de gobiernos de países bajo dictaduras o democracias de distinto signo. Carismático y brillante en decisiones empresariales, modernizó en algunos aspectos el país, detuvo el avance del paro contratando gente él mismo o con testaferros en sus propias empresas. Un sinfín de circunstancias que le hicieron muy interesante para numerosos escritores y gente de cine.
Cuando se publica La fiesta del chivo en el año 2000, tiene un éxito y un prestigio internacional de tal calibre que silencia otras obras como la novela En el tiempo de las mariposas, de Julia Álvarez, neoyorquina criada en República Dominicana hasta los 10 años. Se trata de una obra escrita en inglés que retrata la vida de las tres hermanas Mirabal, implicadas en la resistencia activa a la dictadura de Trujillo, detenidas y asesinadas por el sistema de represión gubernamental. Un sistema perfecto hasta que se desmorona por su exceso de ambición. Los mismos obispos que sostuvieron la tiranía durante 30 años, junto con Estados Unidos, con la deslumbrante excusa de mantener alejado al comunismo en el Caribe, mueven ficha para voltearlo. Finalmente, acaba muerto bajo una balacera en 1961, después de numerosos atentados fallidos. En realidad le liquidan porque no lleva custodia, más seguro que nunca de que «Dios manda en el cielo y Trujillo manda en la tierra». (Lema que incluso se canta en una popular canción/himno para el Gran Benefactor).
Los detalles de su final, así como muchos otros minuciosamente desarrollados en la novela, escapan a esta versión teatral que va a lo esencial, desarrollando en hora y media un eje capital. En torno al tirano, la sumisión de los hombres que le rodean, capaces de cualquier villanía con tal de satisfacer al gran padre que les paga mucho dinero y que, en caso de caer en desgracia, puede ordenar castigos severos: desde la pérdida de toda condición social privilegiada hasta la cárcel, la tortura o ser buen plato para los tiburones que abundan en la isla. Entre todos, una mujer clave: Urania, que se erige en protagonista, narradora y alma esencial del referente femenino en un hombre al que el pueblo coronó como «Chivo» por el supuesto de alta potencia sexual de las cabras.
TRUJILLO: Todavía resisto. Mire coronel, tengo más de cien empresas, tengo el monopolio de la sal, de la carne, del arroz, de la leche, de los frutos secos, del azúcar, del cemento… Doy trabajo a buena parte de la población de este país, como el buen padre de la patria que soy. Pero a mí el dinero no me importa nada, lo hago todo por mi pueblo.
(…) La naturaleza me trata con enorme injusticia. Puedo pelear contra los más temibles enemigos y no le tengo miedo a ninguno. Aún no ha nacido la bestia que derrote a Trujillo. ¿Pero cómo puedo luchar contra este enemigo? Esta es mi desgracia, puedo doblegar a todo un país, puedo crear un imperio, puedo disponer sobre la hacienda y sobre la vida de la gente y, sin embargo, no puedo contener mi vejiga. Puta vida.
En definitiva, una excelente pieza de teatro político y psicológico, en un doble juego modélico hacia los espectadores, pues en sí misma esta Fiesta del Chivo adquiere la fuerza de una obra con propios valores, y al mismo tiempo invita al público a leer o releer la gran novela en que se basa.
Adaptación Natalio Grueso
General Trujillo: Juan Echanove
Urania Cabral: Lucía Quintana
Johnny Abbes: Manuel Morón
Manuel Alfonso: Eduardo Velasco
Agustín Cabral: Gabriel Garbisu
Doctor Balaguer: David Pinilla
Ayudante de dirección: Gabriel Garbisu
Iluminación: Felipe Ramos
Videoescena: Carlos Saura
Diseño de escenografía y vestuario: Carlos Saura
Fotógrafos: Javier Naval, Sergio Parra
Maquillaje y peluquería: Chema Noci
Producido por José Velasco
TEATRO INFANTA ISABEL, MADRID.