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Cine en el teatro con La Strada de Fellini en una versión de Mario Gas, notablemente melancólica

Por Horacio Otheguy Riveira

Tres personajes fantasmales nos reciben, recorren la sala a nuestro lado; van de negro con nariz de payasos, mudos, inexpresivos. Cuando se apaga luz de sala suben al escenario para protagonizar su historia.

Es una versión fiel de La Strada de Federico Fellini sólo en su trama, no en su objetivo. De aquella película de 1954 propia del neorrealismo italiano (tiempos de Roberto Rossellini, Vittorio de Sica, Luchino Visconti…) no queda nada del doloroso contexto de una Italia miserable de posguerra en la que vivir resulta poco menos que imposible. En este montaje se observa una miseria moral y económica sin otro ambiente que el que dicta la soledad de artistas ambulantes recorriendo La Strada (El camino), un lugar atemporal desolado, en el que no hay lugar para la esperanza.

Un espectáculo atípico en la apasionante trayectoria de su director, Mario Gas, generalmente ocupado de dramas por donde la agonía de existir enlaza con la enérgica fuerza de los supervivientes, con gran dominio de diversos géneros, incluidas zarzuelas y musicales de Stephen Sondheim. Esta vez su audacia radica en componer un pictórico fresco donde la tristeza no invita al llanto, sino a la reflexión, a la poética belleza escénica de tres seres marginales que hacen de la muerte el lugar más acogedor de su existencia.

El audaz empeño de esta función consiste en realizar una inmersión en un tema con el que hace tiempo que nuestra sociedad se empeña en luchar denodadamente: prohibido entristecerse, decaer, abandonarse a la pena temporal o largamente; prohibido estar solo, evitarlo como sea…, prohibido mirar de cerca la desdicha propia y ajena… Para todo ello hay numerosos libros de autoayuda, infinidad de productos farmacéuticos o naturistas en una industria «antidolor» que se enriquece momento a momento con gotas o comprimidos que evitan/apagan/ensordecen cualquiera de estos «trastornos», sin entrar en el mercado abundante de fármacos contra la ansiedad o hipnóticos para dormir. Así que abrazar la melancolía como se hace en este espectáculo resulta de una belleza sobrecogedora, a ratos incómoda, ante la trayectoria de seres desgraciados que proponen a cada espectador una comprometida identificación con su propia capacidad de aflicción o entereza, de autocrítica, de brutalidad o insensibilidad y la necesidad de recomponerse, de soñar cuando todo indica que ya no es posible.

El desarrollo de los episodios se amplía y bifurca en un escenario con directa participación de técnicos que ayudan con la movilidad de la escenografía, también ellos con ese aire de fantasmas con que empieza y termina la representación. Las situaciones las preside un tipo salvaje que entretiene como forzudo y poco más, Zampanó, que tiene a su servicio a Gelsomina, una jovencita de pocas luces, soñadora, entregada por su madre a cambio de poco dinero, incapaz de mantener a la familia. Zampanó y Gelsomina tienen su pequeña vida de golpes y caricias hasta que todo se trastoca por un tercero en discordia, un Loco que vive con ingenio y alegre conciencia de su próximo fin…

La interesante banda sonora de Orestes Gas introduce el bellísimo leit motiv de la música original del maestro Nino Rota para la película, con actores que han tenido profesor de trompeta, violín y tambor, de allí el clímax conseguido en una suerte de privilegiada ambientación con una desafinación que eleva la temperatura emocional de una función que se desarrolla lentamente, por momentos como si avanzara en cámara lenta.

Alfonso Lara y Verónica Echegui, conforman una pareja dirigida por Mario Gas con la excelencia que le caracteriza, conformando el perfil de seres de otro mundo que vienen a este para hablarnos de su pasado. No resulta fácil aceptarles porque la referencia cinematográfica de Anthony Quinn y Giuletta Masina es demasiado potente, pero vale la pena (y nunca mejor dicho) hacer el esfuerzo de recibirles en nuestra mirada y nuestras emociones porque en realidad esta es otra historia, y los actores de hoy son nuevos referentes a un grado de miseria que nada tiene que ver con aquella energía de supervivientes en medio de ciudades destruidas. Por su parte, Alberto Iglesias sí hace una creación más libre, ya que el estadounidense Richard Basehart no dejó marcas indelebles al interpretar al Loco. Sin duda, quien no ha visto la película puede encontrarse en la gloria ante esta pieza inédita, despojado de antecedentes, bien dispuesto a comunicarse con esta introspección desgarradora y a la vez muy tierna sobre vidas perdidas sin posibilidad de redención.

En una breve secuencia filmada, Gloria Muñoz da una nueva cátedra; colaboración amistosa que no se menciona en el programa de mano, aparición muy grata, admirable ubicación en tiempo y espacio realista dentro de una representación muy alejada de ese género.

 

Zampanó el buen salvaje cuya capacidad amorosa se le escapa como agua entre las manos, y la dulce Gelsomina, víctima de un mundo que no admite la inocencia.

 
Gelsomina y El Loco en el frío de la noche: la que lo soporta todo y el que ríe por todo porque ya nada ni nadie puede importarle menos…

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Algunas obras dirigidas por Mario Gas en CULTURAMAS:

El concierto de San Ovidio, de Buero Vallejo
Invernadero, de Harold Pinter
Incendios, de Wajdi Mouawad 
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LA STRADA

Autor   Federico Fellini
Versión Gerard Vázquez
Dirección Mario Gas
Intérpretes Alfonso Lara, Verónica Echegui, Alberto Iglesias

Ayudante de dirección Montse Tixé

Escenografía  Juan Sanz
Diseño de iluminación  Felipe Ramos
Compositor banda sonora Orestes Gas
Diseño audiovisuales  Álvaro Luna
Figurinista  Antonio Belart
Fotógrafo Sergio Parra
Diseño y dirección de producción Concha Busto
Ayudante de producción (MRR) Triana Cortés
Productores asociados  Roberto Álvarez, Luis Arranz y María José Miñano 
Producido por José Velasco
Distribución Concha Busto
Teatro de La Abadía. Del 22 de noviembre al 30 de diciembre 2018.

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