William Shakespeare y Ramón Paso se marcan un memorable paso a dos
Por Horacio Otheguy Riveira
Una función de trepidante acción, un thriller que aúna la profunda belleza de la voz del maestro isabelino con la creatividad del teatro de Ramón Paso, un español de ahora con vocación universal, dueño de un gran dominio del texto dramático y el espacio escénico, en cuyo talento se cobijan intérpretes de diferentes estilos, entregados con notable disciplina a la compleja tarea de ser el pasado y el presente de personajes históricos.
Así como irrumpe naturalmente el rock entre acordes de piano clásico, el glorioso texto se funde con la fértil dinámica social de un teatro de hoy que lo abarca todo. Los tiempos se cruzan en escena con una ligereza inquietante. Palpita Desdémona desde la vulnerable sensualidad de Inés Kerzan; vocifera magnífico o desespera ínfimo Francisco Rojas en un Otelo que se reconstruye de entre los muertos; se adora a sí mismo Jorge Machín en un sinuoso, ladino, y fatalmente resentido Yago, mientras Ana Azorín es la temible abogada de los mil y un recursos en busca de éxito a cualquier precio. Ayer y hoy, clásico y contemporáneo, armado y dirigido por Ramón Paso desde una pasión muy medida, muy bien calculada, dejando que fluya el poder de los espíritus heridos de muerte, en un diálogo con las fuerzas más profundas del devenir humanista que trasciende los episodios puntuales.
Más allá de las múltiples interpretaciones del drama de celos y el rencor servidos en bandeja de plata, la puesta en escena de este Otelo a juicio enriquece la vida del buen espectador, ávido de emociones y reflexiones. A juicio y a debate muchos temas de fondo, porque tras sólo 95 minutos de exposición de un exquisito veneno teatral, destacan cruce de obsesiones como nunca se ha visto en una versión moderna de Shakespeare: la muerte, ya mencionada, adquiere nuevas dimensiones porque los conflictos se niegan a desaparecer, lo mismo que a presentarse con fidelidad absoluta.
Ahora Otelo es un valiente “negro, moro o extranjero” que supo blanquearse para hacerse rico entre blancos de alcurnia, pero que, desesperado por haber asesinado a la que más amaba, quiere ser condenado en busca de justicia… para que también se castigue a su hombre de confianza, el hombre que envenenó sus sueños inventando patrañas muy bien atendidas.
Circuito abierto de frustradas ambiciones
La grandeza del original descubre una potente alianza con los intereses de Ramón Paso (Matadero 36, Terror y ceniza, Las leyes de la relatividad aplicadas a las relaciones sexuales) y juntos hilvanan pasiones desbocadas, inciertas pesadillas de ojos abiertos y manos dispuestas a desgarrar con tal de conseguir su objetivo. Por eso las inocencias que Yago mancilla no son tales (increíble liviandad, ligereza de muchacho listo, sin escrúpulos, de barrio infecto en la creación de Jorge Machín): Rodrigo es un bobalicón racista que abona el siniestro plan contra Otelo, por puro afán de robarle la hermosa rubia, aunque cualquiera diría que es imposible (estupendo Felipe Andrés, cuyos brazos parecen volar, vivir por sí mismos, anhelando abrazar el desnudo cuerpo de la inalcanzable). Tampoco es inocente el joven Cassio (feliz abandono el de Jordi Millán, aportando la espontaneidad de un ser a la deriva), fácil de emborrachar y dejar que se autodestruya. Otelo cava su propia tumba y Yago se lo dice en la cara cuando ya todo está perdido: … Tu reputación. Tu jovencita veneciana, blanca y suave. No creías merecer nada de cuanto se te había dado. Yo sólo me aproveché de tu inseguridad…
La única completamente inocente es Desdémona con breves apariciones, todas ellas esenciales, hacia la tragedia final. El trabajo de Inés Kerzan maravilla al expresar una doble fuerza de ingenuidad adolescente y sensualidad de mujer adulta, poética y realista, frente al no menos magnífico andamiaje de Francisco Rojas, un Otelo desmedido en su ternura como en su violencia: hombre de éxito que lo va perdiendo todo a medida que se deja invadir por sus debilidades e inseguridades. Con ellos, el autor da contenido y profundidad a una panorámica humanista en la que todos tienen sus motivos para la desdicha en un contexto sin facilidades ideológicas, pues el aporte feminista de las abogadas del siglo XXI se autodestruye cuando se abocan a competir con los hombres a los pies de sus feudos machistas. La titular, a cargo de una impactante Ana Azorín, es una doctora en leyes muy fría que, tras su elegancia impertérrita guarda cartas de intrigas palaciegas y sucias estratagemas, dispuesta a todo con tal de tener protagonismo, “crescendo” público, prestigio que aumenta el valor de sus prestaciones. La sigue de cerca una joven al principio torpe, luego más trepadora que su maestra: Ángela Peirat, que con apreciable frescura, pasa de dar simpáticos pasos de comedia a consolidar una última estocada inesperada.
La complejidad del planteamiento encuentra en toda la Compañía un apoyo incondicional que evoluciona función a función, ajustando detalles, redescubriendo situaciones e indagando en otras nuevas. Veteranos y jóvenes que aman el teatro como a la vida misma comparten el memorable paso a dos entre un genio inglés del XVII y un madrileño nada postinero, bravo en su capacidad de trabajo, agradecido ante la grandeza ajena… Ramón Paso, un hombre de teatro que se atreve a lo imposible y lo hace realidad con el talento y la humildad de quien ya gasta maneras de maestro.
He aquí una escena clave entre el rico señor que confiesa el asesinato de su esposa, y la abogada que le bambolea entre diversas propuestas de ataque jurídico o fuga millonaria…
Silvia. El momento es malo.
Otelo. ¿Malo?
Silvia. Para estrangular a su mujer. A cualquier mujer, en realidad.
Otelo. ¿Hay un buen momento para estrangular a una mujer?
Silvia. Los ha habido mejores. Hace quinientos años hubiese dado igual, teniendo en cuenta su posición. Hace treinta, habría sido más sencillo defenderle. Ahora es complicado. Y la situación geográfica tampoco ayuda.
Otelo. ¿Qué está diciendo?
Silvia. De haberla matado en Arabia Saudí o Irán no estaríamos ante un problema grave. ¿En qué país está nacionalizado usted?
Otelo. Señorita Rodríguez, yo soy culpable.
Silvia. A esta hora y en esta ciudad, puede ser que sí. No me entienda mal. Mueren mujeres todos los días y no crea un revuelo significativo. Coja la prensa, eche un vistazo. Miles de mujeres denuncian a su agresor, avisan de que las van a matar y la Justicia no hace nada hasta que el asunto está consumado. No es eso. Matar a una mujer no es el problema. El problema en la violencia de género, muchas veces, no es el qué, sino el quién. Y su caso es complicado…
Otelo. Porque soy negro.
Silvia. Rico. A la opinión pública le gusta castigar el éxito. Un hombre abusa de su mujer todos los días…
Otelo. ¿Abusa?
Silvia. Le pega. Los vecinos lo oyen. Oyen sus gritos.
Otelo. Yo no he pegado a mi mujer.
Silvia. Es un supuesto. Una historia. Estamos construyendo un relato. Un hombre pega a su mujer. Un hombre que no es usted pega a su mujer. Los vecinos lo oyen. Lo saben. ¿Lo denuncian? No. ¿Por qué? Tendrían que encontrarse con ese hombre, que pega a su mujer, en el ascensor todos los días. Sería una situación incómoda.
Otelo. Yo no vivo en un edificio. No hay ascensor en el que encontrarme con nadie.
Silvia. Por eso a usted sí se le puede denunciar. Un hombre vulgar no importa, pero un hombre de éxito… ¿Y sabe lo único que es mejor que poner en la picota a un hombre de éxito?
Otelo. No lo sé. Explíquemelo usted.
Silvia. Poner en la picota a un hombre que no tiene derecho a ese éxito.
Otelo. Un negro.
Silvia. No, peor que un extranjero, un moro, un negro, un judío o un gitano, incluso. Un negro que se ha blanqueado con su dinero. Un negro que ha osado colarse en el club de los poderosos hombres blancos. Un hombre que se escapa a las reglas, un hombre que vive al margen de lo que ellos consideran convencional. Un hombre que ha trepado por la escala social y ha perturbado sus fundamentos.
Aquí está el que fue Otelo. Os lo ruego, al narrar todas estas desventuras, mostradme como soy, sin atenuar, sin rebajar mi crimen ni mi culpa. Hablad de quien amó demasiado, pero no sabiamente, sin prudencia; de quien, poco dado a los celos, instigado se alteró sobremanera; de quien, como el indio salvaje, tiró una perla más valiosa que su tribu; de quien, transidos los ojos que no se empañaban, vierte tantas lágrimas como gotas de mirra los árboles de Arabia. Escribid todo esto, que desde el Infierno yo lo escucharé.
Original de Ramón Paso, sobre el texto de William Shakespeare
Traducción de Sandra Pedraz Decker
Dirección: RAMÓN PASO
Otelo FRANCISCO ROJAS
Silvia / Emilia ANA AZORÍN/ALICIA TOMÉ (los días 20, 21, 22 y 28 de septiembre; 5 y 6 de octubre)
Yago JORGE MACHÍN
Desdémona INÉS KERZAN
Cristina ÁNGELA PEIRAT
Rodrigo / Brabancio FELIPE ANDRÉS (Los días 13 y 14 de septiembre, PEDRO GIRÓN)
Casio / Partidario JORDI MILLÁN
Producción ejecutiva: PASOAZORÍN TEATRO
Iluminación: PILAR VELASCO
Vestuario: INÉS KERZAN, ÁNGELA PEIRAT
Realización de vestuario: SOL CURIEL
Jefa de producción: INÉS KERZAN
Ayudante de producción: SANDRA PEDRAZ DECKER
Maestro de armas: RAMÓN PASO
Jefa de prensa: MARÍA DÍAZ
Diseño gráfico: ANA AZORÍN
Fotografía: LUCÍA LERA
Vídeo: VÍCTOR PEROLIO, RAMÓN PASO
Ayudantes de dirección: BLANCA AZORÍN, DANIEL SAN MIGUEL
Teatro Fernán Gómez. Centro Cultural de la Villa. Del 11 de septiembre al 14 de octubre 2018
Encuentros con el público (al término de cada función): 27 de septiembre y 11 de octubre.
Pingback: William Shakespeare y Ramón Paso se marcan un memorable paso a dos – El Sol Revista de Prensa