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Deshumanización y poesía: Teatro Corsario regresa a Madrid con "El patio"

Por Susana Inés Pérez
 La compañía vallisoletana Teatro Corsario vuelve a representar su versión de El patio, del dramaturgo y actor italiano Spiro Scimone, como parte del I Certamen Nacional de Artes Escénicas de los Teatros Luchana. Tres mendigos, Peppe (Javier Semprún), Tano (Eduardo Gijón) y un personaje sin nombre (Borja Semprún), viven en la más absoluta miseria, entre basura y ratas, aislados, escondidos de los que, de vez en cuando, les muelen a palos.

Es innegable la influencia de la compañía La Zaranda en este montaje. La escenografía, los temas, el humor y los personajes recuerdan a Ahora todo es noche, obra que pasó por el Teatro Español en abril de este año. El mismo Javier Semprún, uno de los intérpretes y director del espectáculo, ha admitido que su trabajo con la compañía andaluza en El régimen del pienso, supuso un antes y un después en su trayectoria y en su concepción del teatro, y El patio es prueba de ello.
Estoy en primera fila. Minutos antes de que comience la función, Peppe, inmóvil, sentado en un sofá viejo, vestido con retales, tose y apenas puede moverse. Su pie está ensangrentado: una rata gorda, dirá, le ha comido la carne. Está despierto, sus ojos brillan en la oscuridad del escenario. Su mirada perdida transmite resignación y desesperanza. Las luces se encienden y la obra comienza. Tano, compañero de fatigas de Peppe, regresa de un misterioso patio con un saco en el que, según él, porta “lo esencial”: una manta, una cuerda, un cubo, pan verde… A partir de este momento, Tano irá sacando, poco a poco, los objetos del saco, hasta que quede vacío y, como dice Peppe, solamente quede la oscuridad.
No sabemos nada de los personajes. Peppe tan solo menciona que antes, no sabemos exactamente cuándo, tenía las mejores piernas y los mejores labios. Este personaje abre y cierra la función preguntando: “¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Meses, días?”. Han perdido toda noción del tiempo. No saben qué hora es. Tano consigue un calendario que no les sirve de nada. No son capaces de leer el periódico, ajenos a todo acontecimiento que suceda más allá de su pequeña guarida. Cada día es exactamente igual al anterior.
Hablar por el hablar, hablar para comprobar que siguen vivos. El espectáculo se construye fundamentalmente a partir de las repetitivas, e incluso poéticas, conversaciones de Peppe y Tano, que recuerdan a los diálogos entre Vladimir y Estragón en Esperando a Godot, de Samuel Beckett. Una obra de tintes existencialistas en que los personajes se preguntan el porqué de las cosas y en que muchas de las respuestas carecen de sentido, provocando la risa del público.
 

 
Tano y Peppe son dos viejos cascarrabias, que cambian de opinión constantemente y se pelean a menudo, pero solo se tienen el uno al otro.Un tercer personaje, con el que comparten pan verde, aparece en dos ocasiones, aportando un punto de locura y el componente escatológico al espectáculo. Este personaje cuenta historias surrealistas, juega, se arrastra como una rata o un gusano por el escenario y dice querer dar pena. Podría ser incluso un fantasma, una sombra o un producto de su imaginación, que advierte sobre la vejez, la inutilidad del anciano y la muerte.
Una escenografía a modo de collage, que combina bolsas y tubos de plástico, redes, contenedores, tuberías, los restos de una bicicleta, palos y una escalera de madera, y que acompaña y refuerza la brevedad de las escenas de la obra. Tano se sienta sobre una bobina de madera. Él mismo y Peppe parecen ser los hilos que dan vueltas una y otra vez a su alrededor, día tras día. No obstante, Tano aún aspira a vivir y ser algo más. Hacia el final del espectáculo, a pesar de las quejas de Peppe, asciende por la escalera pidiendo “días de paz” mientras una luz amarillenta, celestial, ilumina su cuerpo. Quizá la más absoluta miseria roce el deseo de trascender y la divinidad.
Ternura, humor, poesía y tres magníficas interpretaciones confluyen en esta tragedia moderna de poco más de una hora que no pueden perderse.

Dirección: Javier Semprún
Reparto: Javier Semprún, Eduardo Gijón, Borja Semprún
Iluminación: Iñaki Zaldúa
Escenografía: Cristina Urdiales
Vestuario: María José Pelayo
Música: Juan Carlos Martín
En el Teatro del Barrio de Lavapiés (C/ Zurita, 20) hasta el domingo 29 de julio.
Más información y entradas: https://www.teatrodelbarrio.com/el-patio/
Si no pueden asistir a El patio, pueden consultar la programación del I Certamen Nacional de Artes Escénicas a través de este enlace:
https://teatrosluchana.es/i-certamen-nacional-de-artes-escenicas-obras/
 
 
 
 
 
 
 
 

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