Por Jaime Fa de Lucas.
November es un caso extraño: una película actual que parece un clásico. De hecho, recuerda mucho a la obra de Ingmar Bergman El séptimo sello (1957). Rainer Sarnet se apoya en la novela de Andrus Kivirähk para desarrollar una historia cargada de mitología estonia, una combinación de elementos místicos, surrealistas, románticos y humorísticos. Un cuento de hadas brillante y oscuro que sin duda alguna hará las delicias de los paladares más atrevidos.
Si bien una película de estas características puede resultar algo disparatada, demasiado alejada de la realidad para un espectador casual, hay dos factores que le dan equilibrio. El primero de ellos es la espectacular fotografía en blanco y negro de Mart Taniel. La solidez y la rigurosidad de las composiciones aportan seriedad a la propuesta y consiguen que los elementos que a priori podrían resultar más inverosímiles cojan peso. El segundo factor de equilibrio es la historia de amor, pues ésta es lo suficientemente corriente para no complicar las cosas y que el espectador tenga algo relativamente familiar a lo que agarrarse.
En ese sentido, el principal mérito de Rainer Sarnet es que sabe hacer malabares con lo convencional y lo no convencional, de ahí que November, aparte de ser magistral a nivel estético y atmosférico, presente un mundo que deja huella y emociona a pesar de no ser del todo coherente. Y es que es una película que resulta conmovedora incluso siendo casi en su totalidad ininteligible, algo que muy pocas obras son capaces de hacer, ni siquiera recurriendo a los típicos elementos trillados.