Estremecedor encuentro de José Luis Gómez con Miguel de Unamuno
Por Horacio Otheguy Riveira
Una nueva obra maestra de José Luis Gómez. Después del tragicómico histrionismo de Celestina, llega la sabia contención brechtiana de este Unamuno: venceréis pero no convenceréis. A contracorriente de las apariencias. Nada que ver con un monólogo histórico-discursivo, la realidad es muy otra: un espectáculo con preciosa dinámica interior/exterior que fascina, envuelve, arropa y abandona al espectador a sus propias reflexiones. Todo el montaje resulta magistral en su conjunción de valiosos elementos, con alta capacidad de sorprender, desde el espacio sonoro hasta el destello final relajado y sobrecogedor.
El texto surge de una elaboración minuciosa donde reina la palabra en unión permanente con rasgos audiovisuales muy acertados, a menudo turbadores. En el doble papel de Unamuno y El Otro (1), José Luis Gómez trabaja con la serenidad propia de los dos grandes creadores, el filósofo escritor en el peor momento de su vida, y el actor despojado de recursos ante la dificultad de interpretarle. Juntos se alían en una búsqueda del pensamiento, la verdad, los datos históricos y las palabras adecuadas. Extraordinario esfuerzo de una poética escénica para acercarse a la mayor tragedia española: “la del suicidio colectivo” de la guerra civil, una crisis que aún nos persigue entre ramalazos de odios irracionales y un siempre reaccionario abuso de poder.
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(1) El Otro, tragedia de Unamuno, escrita en 1926 y estrenada en Madrid en 1932 por Margarita Xirgu y Enrique Borrás en el Teatro Español. No se volvió a representar hasta 1995, en la Sala Olimpia, hoy Teatro Valle Inclán, con Alicia Hermida y Fernando Huesca, dirigida por Jaroslaw Bielski).
Cartas y poemas del Unamuno tardío, junto al famoso discurso que pronunció el 12 de octubre de 1936 en el paraninfo de la Universidad. Sus últimos meses de vida antes de fallecer el 31 de diciembre del mismo año, en su casa en Salamanca, destituido como rector vitalicio y tras los fallecimientos de su esposa y su hija Salomé, rechazado por el bando nacional y por el republicano, “español desterrado en España”, fueron meses de reclusión, soledad, desencanto. Tiempo de “desnacer”.
“A veces quedarse callado equivale a mentir”
Con una formidable caracterización, el doble juego se sirve con un logro esencial: ceñirse a las contradicciones del personaje en su momento histórico, sin retrocesos y evitando la tentación de abordarlo todo, ese peligro tremendo de las biografías teatrales. Ante el vértigo de abordar una personalidad de tan abundantes creaciones, ensayista, narrador, dramaturgo… esta producción resulta modélica en su composición escénica desde un texto admirable.
Da igual lo que se sepa o no del personaje en aquellos tiempos, esta función reclama la atención del espectador más ingenuo, que llega sin prejuicios al recogido recinto de la Abadía, hasta el erudito o el radical de cualquier signo. Todos se sientan en sus butacas mientras se escucha el susurrado poema que dedicara Machado a Unamuno (Don Miguel camina, jinete de quimérica montura, metiendo espuela de oro a su locura…), y poco después, José Luis Gómez entra en escena dubitativo, procurando recordar palabras, poemas, discursos; balbucea, se mueve con torpeza, pero persevera y en un mágico juego de espejos, Unamuno le da la réplica: entre ambos hay un encuentro minado de dificultades, preguntas que se responden e interrogantes sin respuesta, pero el discurrir de los dos se yergue victorioso en el puro hallazgo de la valentía pública y la agónica tristeza de quien publicara Del sentimiento trágico de la vida en 1912.
Las fechas son precisas, pero el tiempo teatral se expande con felina delicadeza para que el espectador logre comunicarse plenamente con la tragedia de aquel tiempo y la angustiosa soledad de quien teme el caos de la Segunda República y confía en la disciplina militar para poner orden en la disputa de una República de derechas divididas entre monárquicas-católicas acérrimas y laicas, y otra de izquierdas, henchida de discusiones entre comunistas, anarquistas y socialistas. En medio, el escritor propugna una sociedad felizmente dirigida por mano fuerte, mano dura (como en esa misma época ansiaba Luigi Pirandello, ya próximo a la muerte, frente a Benito Mussolini, y años después propondría lo mismo Jorge Luis Borges en Argentina ante el golpe de Estado contra Juan Domingo Perón).
“Bolchevismo y fascismo son la misma cosa”, dice Unamuno, pero del 18 de julio al 12 de octubre sucede tanta barbarie que en el paraninfo de la Universidad donde aún ejerce de catedrático, lanza su discurso horrorizado ante los crímenes de los “señores” militares que él mismo había auspiciado, encabezados por Queipo de Llano y Mola. El discurso es fundamental para acabar con él, y a lo largo del mismo le horroriza que le interrumpan al grito de “Viva la muerte”, “Muerte a los intelectuales”, en presencia del general Millán Astray.
Lo más importante de este espectáculo es el uso del material histórico al servicio de un acontecimiento escénico en el que la luz, el sonido, el escenario giratorio y el fascinante espejo donde todo es posible, se exhiben con una elegancia de tal magnitud que llega a convencernos de que aquí y ahora el imprescindible diálogo, las imprescindibles negociaciones de voces contrarias en una sociedad moderna, son posibles. Allá y entonces, el griterío feroz ha ido acompañado de una violencia física descomunal. Hoy la agresividad es portadora de palabras y medios de comunicación ligados, como entonces, a intereses financieros internacionales. Mas no hay armas a la vista. No parece posible que se desenfunden. Pero al salir del teatro, es tan grande el dolor que hemos compartido con aquel maestro y este actor, que miramos alrededor y el ensordecedor griterío de la vida política se nos echa encima, los opuestos se detestan irremisiblemente, y quien tiene el poder abusa de él como si la bienvenida democracia cayera por un barranco un día sí y otro también.
El terrible pasado se recuerda con ecos de alcance en el presente. Un grupo de artistas de enorme talento se han reunido en torno a José Luis Gómez para que el evento carezca de estridencias. En el desarrollo de las escenas, se lleva a cabo un crecimiento dramático pausado y carismático para acabar en la desolada tristeza de quien es encerrado en arresto domiciliario hasta su muerte unos meses después: en una casa donde el amor de un nieto ya no le alcanza para mantenerse en pie. Contaba 72 años.
Yo, a veces, no puedo romper la leyenda que han tejido alrededor de mí. Estoy encapullado, indefenso en ella; y mis historiadores contarán mi vida como el mundo la ha visto, no como la he vivido.
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A partir de textos de Miguel de Unamuno, con la contribución textual y dramatúrgica de Pollux Hernúñez
Dirección Carl Fillion y José Luis Gómez
Espacio escénico Carl Fillion
Escenógrafo asociado Eduardo Moreno
Iluminación Felipe Ramos
Videoescena Álvaro Luna
Espacio sonoro Eduardo López
Caracterización Sara Álvarez
Ayudante de dirección Lino Ferreira
Escenografía Proescen y equipo de La Abadía
Vestuario Ángel Domingo
Utilería Teatro de La Abadía
Fotografías Sergio Parra
Este espectáculo no hubiera sido posible sin los estímulos y aportaciones de Colette Rabaté, Jean-Claude Rabaté y Manuel Menchón
Una coproducción del Teatro de la Abadía, Universidad de Salamanca y Fundación Salamanca Ciudad de Cultura y Saberes
Teatro de La Abadía, del 14 de febrero al 4 de marzo de 2018. Y del 10 de octubre al 4 de noviembre 2018.
Qué años…
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