La forma del agua (2017), de Guillermo del Toro
Por Jaime Fa de Lucas.
La forma del agua presenta una historia de amor entre un anfibio humanoide y una limpiadora muda en la época de la Guerra Fría. Un cuento de hadas que destaca por su lado fantástico, su impresionante aspecto visual y un romanticismo que lo impregna todo. Aunque también está repleta de inverosimilitudes, efectismos, un dualismo bien-mal muy simplista y personajes que más bien parecen caricaturas. Es una película entretenida y aceptable, pero cuya historia no sabe suavizar los artificios y por momentos da la sensación de que estamos ante una sucesión de patrones hollywoodienses.
Lo inverosímil asoma ya desde el principio: el anfibio humanoide es un gran descubrimiento, sin embargo, lo trasladan a un laboratorio y permiten que las mujeres de la limpieza accedan con total facilidad. Es más, el humanoide es capaz de amputar dos dedos al jefe de seguridad, que va armado y es experto en la materia, pero no se toman medidas de seguridad para que entren las de la limpieza, simplemente está ahí en una especie de piscina atado con unas cadenas y no hay nada que impida el contacto físico. Más inverosímil si cabe es que el edificio tenga cámaras por todas partes, pero no haya una para vigilar al humanoide. Claro, así la protagonista puede hacer lo que quiera con él, ni siquiera hay un guardia de seguridad en la puerta. Por desgracia, estas inverosimilitudes no sólo molestan sino que hacen evidente que estamos ante una serie de artificios que Guillermo del Toro utiliza para que la historia pueda existir.
En la misma línea de inverosimilitud está el hecho de que tanto los americanos como los rusos deciden que hay que matar al humanoide –porque son tontos–. Es un descubrimiento único y en lugar de estudiarlo e intentar comunicarse con él o sacar algo valioso, prefieren tratarlo mal y deshacerse de él –con argumentos del todo ridículos–. Así, lo único que vemos es al malo malísimo de seguridad dándole una paliza. Porque, obviamente, estamos ante una película en la que no existe el gris ni la ambigüedad, o eres malo o eres bueno. Ese dualismo simplista es de una debilidad creativa y una superficialidad considerables –welcome to Hollywood–.
Otro problema importante de La forma del agua es que Guillermo del Toro cae mucho en el efectismo gratuito. Cuando al principio se nos muestra la rutina de la protagonista, que ella aparezca masturbándose no aporta nada al relato, es puro morbo que busca el efecto, incluso se podría decir que va en contra de la supuesta magia que se quiere transmitir –algo que en parte se intenta lograr recurriendo a unas imágenes y una banda sonora que recuerdan mucho a Amelie–. Más adelante, que la protagonista tenga relaciones sexuales con el humanoide me parece lamentable, no es más que otra búsqueda del morbo que vuelve a ir en contra de la naturaleza de la historia. Y en el tema de los tiroteos y las pistolas no voy a entrar, porque parece que es requisito indispensable…
Más problemas, Houston… Toda la película se apoya en la relación íntima que establecen el humanoide y la mujer muda, pero no hay ni un atisbo de conexión real. La mujer se limita a darle huevos duros y a ponerle música, ¿y eso hace que se enamore? Del Toro intenta impulsar esa conexión haciendo que ella se identifique con él –están solos, no se pueden comunicar, etc.–, pero también es un recurso algo cutre, especialmente cuando ella asegura que “me ve como soy” y “está feliz de verme”, algo que, por lo visto en la pantalla, es bastante cuestionable y en el caso de que fuera así, tampoco creo que sea suficiente para generar unos sentimientos tan intensos. En el fondo, detrás de todo esto hay una antropomorfización extrema de un ser que no es humano. A falta de ambigüedades y profundidad, concesiones al espectador, para que éste a su vez se pueda identificar fácilmente. Lo peor de todo es que esa antropomorfizacion elimina lo que hace que la criatura sea verdaderamente interesante. No se profundiza en su condición ni se reflexiona sobre ella, simplemente se acerca al anfibio a lo humano para que sea más digerible. Tanto es así, que si en lugar de eso fuera un ser humano normal y corriente, un preso por ejemplo, la historia sería prácticamente la misma.
¡Houston!… La crítica que se quiere lanzar hacia la rigidez de una sociedad racista y homófoba es tremendamente pobre y tosca. Tanto el rechazo a los homosexuales como el odio racial aparecen de manera anecdótica y en ningún momento es algo que coja peso o que se integre adecuadamente con el resto de la historia. Por otro lado, me parece evidente que La forma del agua quiere meterse en el carro de historias en las que la mujer se convierte en heroína, lo cual, dada la superficialidad de la historia, simplemente funciona como reclamo comercial –ya que está de moda–. Esto se ve acentuado cuando el supervillano les hace preguntas sobre quién se ha llevado al humanoide y dice “qué hago entrevistando a las que limpian la mierda”, para que el espectador perciba el acto heroico que han llevado a cabo dos mujeres corrientes.
A pesar de todos estos puntos negros, a su favor hay que decir que la fotografía de Dan Laustsen es exquisita, especialmente en las escenas acuáticas, que posiblemente sean lo más bonito de la película. Hay que destacar las actuaciones de Sally Hawkins y Michael Shannon y la banda sonora, que encaja a la perfección con el tono de la película. Los detalles de la época están bastante conseguidos y la voz en off del pintor le da un toque poético interesante. Insisto en que La forma del agua me ha parecido una película decente, que se deja ver, pero que tiene demasiados defectos para convertirse en algo memorable o destacado.
Observaciones:
– Sin venir a cuento, el supervillano se siente atraído por la protagonista… ¿Cómo? ¿Dónde está la atracción?
– Que la protagonista viva encima de un cine es un detalle interesante, le da cierta magia a la historia y puede evocar infinidad de cosas en los cinéfilos.
– Introduce la gracieta típica, megatrillada, de que están intentando averiguar quiénes son los sospechosos y dicen que seguramente fueron diez hombres del ejército muy preparados, cuando en realidad han sido dos mujeres de la limpieza.
– No es coherente que tengan que esperar a que llueva para que se llene el canal que va a al mar. ¿No pueden llevarlo en coche directamente al mar? Tampoco se les ocurre eso cuando está el pobre medio muriéndose. Artificios por todas partes…
– La sorpresiva aparición de poderes al final es irrisoria, un recurso para generar interés, otra anécdota artificial. Además, no es consistente con la historia, pues cuando le da la paliza el jefe de seguridad, el humanoide no se cura a sí mismo, pero al final sí lo hace.
– Guillermo del Toro añade una serie de situaciones a contrarreloj para acumular tensión, un recurso bastante desgastado y que no aparece de forma orgánica. Estos “tiempos límite” artificiales se utilizan para dar cierta urgencia a los acontecimientos.
– Lo del numerito musical es de una autoindulgencia salvaje.
Gracias por esta reseña. Empezaba a preguntarme si solo yo me daba cuenta del fiasco que es esta película.
Pingback: Lady Bird (2017), de Greta Gerwig | Culturamas, la revista de información cultural