Hablar para ser escuchados
Por Mariano Velasco
La versión teatral del “Hablar por hablar” de la Cadena Ser nos enseña la capacidad de la radio para comunicarnos y vencer la soledad.
Ni he sido, ni soy, ni creo que seré nunca un gran defensor de las redes sociales, aplicaciones de mensajería y otros métodos de comunicación online, la verdad sea dicha. A mi entender están sobrevalorados, Pero reconozco que precisamente por lo sobrevalorados que están, al final no me queda otra que admitir que sí, que hoy se han vuelto imprescindibles. Pese a todo, a uno le parece, no sé si por edad, por manía, por fijación, por formación o por lo que sea, que en la comunicación que se establece a través de estos adelantos pudiera existir voluntad de contar, pero me da la sensación de que a menudo hay muy poca, o ninguna, voluntad de escuchar. Prueben, prueben a hacer preguntas en su grupo de whatsapp, a ver qué respuestas encuentran…, ¡raritos, que son ustedes unos raritos exigiendo tanta concreción!
Qué gran invento, en cambio, el de la radio, no me digan que no. Y qué necesario todavía hoy en día pese a la abundancia de youtubers, instagramers, tuiteros, bloggers, influencers, grupos de whatsapp y cuentas de gmail para luchar contra la maldita soledad, esa “amante inoportuna”, que cantaba Sabina y que no hay manera de erradicar pese a tanta “socialización”. Porque en la radio también se habla y se cuentan cosas, pero sobre todo —he aquí la gran diferencia— se escucha. Escucha el oyente, atento a cuanto se narra a través de las ondas, y escucha también el locutor, en los todavía muy abundantes programas con participación activa de los oyentes. Excelente ejemplo es el éxito, tras casi treinta años en antena, del Hablar por hablar de la cadena Ser, todo un referente en la radio de madrugada que ahora se traslada al teatro bajo la dirección de Fernando Sánchez–Cabezudo y nos enseña la facilidad de este medio, que parece que nunca envejece, para establecer una verdadera comunicación y combatir la soledad. Lo hace con un muy original y eficaz montaje en el Teatro Bellas Artes de Madrid en el que se nos habla —en un sugerente clima de intimidad muy bien logrado y con un excelente quinteto de actores— de soledades, de angustias personales, de desesperación, de ilusiones también; en definitiva, de la necesidad de hablar y, sobre todo, de la posibilidad de ser escuchados.
Y es que va a resultar que después de tantos y tantos avances tecnológicos estamos como al principio. O aún peor. Es decir, más solos que la una. Hablamos, hablamos y hablamos, pero acabamos con la sensación de que nadie nos escucha. Menos mal que nos queda la radio y el Hablar por hablar. Y si no que se lo pregunten al pescador gallego que no sabe cómo reconducir su vida y piensa en tirarse al mar (tan agobiante como efectista la escenografía cuando todo el estudio se anega de niebla); al putero aficionado a las cadenas de oro y al cuero que no encuentra consuelo alguno en sus amores de pago (tan cómico como realista, el episodio); al muchacho que sabe que le queda escaso tiempo de vida y que aún así se siente reconfortado cuando llama a la radio solo para hablar (cuánta sinceridad se desprende de sus palabras). o al propio marido de la locutora nocturna, que busca compañía en mujeres que se desmayan en sus brazos y que recupera su felicidad cuando deja de ser un mero oyente y entra de lleno a participar en esa otra vida que es la radio (teatro y radio se funden aquí en una misma forma de comunicación).
Mientras todavía nos acomodamos en las butacas, escucharemos las últimas declaraciones de Marta Rovira sobre el procés, por ejemplo, en el informativo de madrugada. Suenan las señales horarias: las dos de la madrugada, la una en Canarias, El resto del mundo puede que duerma, pero siempre habrá quien necesite hablar y, sobre todo, ser escuchado. Por delante, miles de historias que contar. Da comienzo el programa y también la función. El teatro se hacer radio y la radio, teatro. Apaguen sus dispositivos móviles. Hagan un esfuerzo y, por favor, escuchen.
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Hablar por hablar
Textos de: Juan Cavestany, Yolanda García Serrano, Anna R. Costa, Juan Carlos Rubio y Alfredo Sanzol
Dramaturgia: Anna R. Costa y Fernando Sánchez Cabezudo
Dirección: Fernando Sánchez-Cabezudo
Reparto: Ángeles Martín, Antonio Gil, Pepa Zaragoza, Samuel Viyuela y Carolina Yuste
Teatro Bellas Artes. Hasta el 18 de febrero