Alucinante Carmen Machi en la piel de una monja revolucionaria
Por Horacio Otheguy Riveira
Incorporada al esplendor de las primeras actrices, Carmen Machi continúa fogueándose en los difíciles empeños de personajes insólitos. Desde la comedia costumbrista de la televisión ha ido escalando posiciones hasta quedarse siempre arriba, en lo más alto, la zona en la que más de un artista pierde pie, ganado por el vértigo del tan temido riesgo del fracaso. Machi no, la que dijo “No soy muy de nervios, más bien de excitación”, modela sus personajes atendiendo los estilos de sus directores y haciéndolos suyos con tal riqueza de matices y tan grande emoción que suma espectadores. Ya muchos que no la vieron en televisión se han convertido en admiradores de teatro: el auténtico templo donde se cuecen diosas de andar por casa. Ahora, en una obra de Ernesto Caballero, muy bien dirigida por él mismo, la actriz modela un personaje hasta hacerlo grande, entrañable, apasionante: una monja artista con mucho peligro revolucionario en un mundo donde el mero concepto de cultura vuelve a ser una palabra maldita, perseguida.
No es casual que en otro teatro, Ron Lalá hable de un futuro en que se persigue el Teatro hasta hacerlo desaparecer (Crimen & Telón), en esta La autora de Las Meninas, se plantea un futuro en que un partido de izquierdas en el poder (Pueblo en pie) vende, “en un futuro no muy lejano” las obras del Museo del Prado para solventar la miseria en que está hundido el país. En un contexto de sátira política donde se parodian los prejuicios de la izquierda en un batiburrillo de lugares comunes, la cosa acaba por generalizarse en toda Europa y en la propia España recibe el beneplácito del Partido Popular y del PSOE en la clásica defensa de los valores de Estado por encima de los partidistas. Al final prevalece un Pensamiento Único en que no hay salvación posible ni para la cultura ni para ningún ser humano pensante, aunque se hable mucho de “actividades socializadoras”.
Todo está desarrollado entre chascarrillos muy pobres con dos personajes secundarios que apenas están esbozados para apoyar lo que en realidad es un largo monólogo de Sor Ángela: una monjita clásica que entra en escena tan modosa que parece empequeñecida por la confesada misión de contar al público su complicada experiencia desde el día en que una responsable de cultura le encarga la realización de una copia de Las Meninas de Velázquez. Así, la religiosa se convierte en narradora de su experiencia y Carmen Machi en un ser apasionado que se sube a escena y arrasa con un sinfín de buenas situaciones presentes en el texto, pero que ella humaniza hasta dar una trascendencia excepcional. La célebre copista de obras geniales se rebela, quiere ser ella misma, con sus fantasías de mujer sin hábito, con la artista que descubre los fascinantes vericuetos de todos los ismos del siglo XX (dadaísmo, futurismo, surrealismo…), y hacerlo a lo grande, sin cortapisas, ni pudor alguno. Y ella, aparentemente clásica de puro conservadora, es una enamorada del genial abstracto Kandinski. Ecléctica y divina, trasluce sus pasiones de tal manera que llega a aterrizar en un final sorprendente con el cual enarbola una revolución insólita que obliga a cambiar el curso si no de las cosas… sí de su propio mandato gubernamental, de su propia manera de ver la vida, la existencia toda, a través de un cuadro, del arte, de ese poder absolutamente liberador (y tan peligroso para los políticos de cualquier signo) de la cultura.
Asciende Machi a zonas de infatigable comicidad, sin descuidar el profundo dramatismo de muchas constantes y la pujante locura creadora que hay detrás de cada uno de los mohines de su personaje. Hay muchas torpezas en un texto que se lía con exceso de mensajes, obvios y subrepticios, mucho mitin, mucho discurso, y sin embargo, en la voz y la piel de Carmen Machi logran plasmarse espectaculares momentos de transformación a la vista del público, con un dominio modélico en recursos de interpretación realista, tragicómica y esperpéntica. Puede con todo. Sin duda, ella es el alma mater de una representación que está muy por debajo de otros empeños del tantas veces celebrado talento de quien fuera responsable, por ejemplo, de creaciones como Montenegro, Vida de Galileo y Reina Juana).
Texto y dirección: Ernesto Caballero
Intérpretes: Carmen Machi, Mireia Aixalá, Francisco Reyes
Ayudante de dirección: Ramón Paso
Escenografía e iluminación: Paco Azorín
Vestuario: Ikerne Giménez
Espacio sonoro: Luis Miguel Cobo
Vídeo y ayudante de iluminación: Pedro Chamizo
Fotos: David Ruano
Teatro Valle Inclán. Centro Dramático Nacional. Del 15 diciembre 2017 al 28 de enero 2018.