Portentosa Silvia Marsó en una impactante versión de Stefan Zweig
Por Horacio Otheguy Riveira
Tras el estreno en La Abadía y un comienzo de gira triunfal, 24 horas en la vida de una mujer, versión musical de la gran novela del escritor austriaco Stefan Zweig, recala en el Infanta Isabel de Madrid, de abril a junio.
Una viuda burguesa, ya madura, pasea su depresión por Montecarlo, a finales de los años veinte. Con sus caudales a buen recaudo, sin antojos ni vicios, no sabe que está buscando una revelación, un desafío, y mucho menos se imagina que va a encontrarse con el único poderoso amor de su vida, mucho más joven que ella. Lo que sucedió entonces con su felicidad, su pena y su liberación es lo que le cuenta a un desconocido que la escucha irónico y compasivo a la vez.
24 horas en la vida de una mujer: un musical de pequeño formato, con tres actores y tres músicos que nos transportan a todos los paraísos y tensiones de una historia de amor de poderoso atractivo. Con dos primeras figuras de excepción: Silvia Marsó como protagonista, y Juanjo Llorens (De algún tiempo a esta parte, Sensible), quien acaricia a todos con su fascinante diseño de iluminación: rincones del alma, una iglesia con la luz de un creyente y de una compañera atea que se obliga a participar; trenes invisibles, sueños atravesados, casinos donde la gente se vuelve loca de alegría o de amargura con sus ansiosas manos «sobre el verde tapiz».
La novela 24 horas en la vida de una mujer, de Stefan Zweig, sube a escena para deleitarnos con una experiencia única creada por un músico ruso y dos escritores franceses. En España es Silvia Marsó quien se empeña en producirlo, a pesar de las muchas dificultades que tiene el entramado económico. Bate en retirada todos los entuertos, y sale adelante dispuesta a afrontar también la gran dificultad teatral (música y teatro atípicos en una obra maestra inclasificable), para lo cual reúne a un grupo de profesionales que se atienen a una responsabilidad que conmueve con las mejores armas del musical contemporáneo, entre las óperas de comienzos del siglo XX, y en marcados momentos una envolvente melodía nacida del susurro sentimental; entre la distancia de los grandísimos Kurt Weill o Stephen Sondheim, se conforma un estilo propio que bebe de todas las fuentes posibles desde el imponente Richard Strauss para quien escribió varios libretos el propio Zweig, incluyendo ráfagas del maestro del siglo XX, Astor Piazzolla.
Empresa arriesgada, teatralmente compleja, poéticamente fabulosa, en torno a una mujer en busca de su libertad; un tema muy cercano al gran escritor, quien dejó en numerosos textos esa impronta de ver al sexo femenino sumergido en una batahola cruel de prejuicios entre los cuales busca de muy diversas maneras asomarse al mundo, reconciliarse con su propio rostro. El «ser es el ser que se es» de su coetáneo Luigi Pirandello adquiere singular riqueza en esta Señora C., dama achacosa y triste que se mueve entre insoportables burgueses que el autor desprecia por su tendencia a la frivolidad y el cotilleo. En ese ambiente critican despiadadamente a una mujer de la que se cuenta que ha huido con su joven amante, dejando esposo e hijos. La hipocresía general ante una sexualidad siempre reprimida hace que todos la rechacen. Todos, menos el hombre que les escucha (alter ego de Zweig), cuya comprensión emociona a la vieja dama que se le acerca dispuesta a liberar su culpa contando con todo detalle lo vivido en una sola jornada. Una confesión literaria que se desarrolla con placentera teatralidad.
Su periplo por el amor y la gloria inesperada es lo que se pone en escena con gran conocimiento de causa por parte del director Ignacio García, hombre de teatro que aplica sus muchos conocimientos operísticos en una dimensión escénica de preciosa elaboración.
La dama vibra, poco a poco, paso a paso, junto a un jugador dulce, tierno, sexualmente ardiente, que a su lado es viril y torpe, muchacho encantador y monstruo egocéntrico, pero con quien ella vivirá un proceso de autodescubrimiento que la hará eternamente joven, pues su hermoso rostro y su cuerpo lozano le dan alcance sin tregua, especialmente en la vejez, con un para siempre indefectible por el mero hecho de recordar la profunda intensidad de lo amado y vivido:
SEÑORA C: Nunca había visto parecidas manos. Nunca antes, había visto un rostro tan emocionado y fascinante. Nunca había observado a un hombre expresar la pasión con tanta fuerza como aquel desconocido sentado en la mesa de juego. Nunca, había visto una mirada que mostrase tanto abandono y desesperación. Y nunca, incluso entre los niños, he visto esa expresión de pureza extrema, de sueño inocente.
Nunca había oído rezar de esa forma, en ninguna iglesia del mundo Nunca el mundo me había parecido tan bello. Y yo nunca había sentido la felicidad con tal violencia como en esas horas, ahora lo sé. Y nunca experimente tanta impotencia como en ese segundo, en el que dispuesta a todo encontré delante de mí un muro absurdo contra el que se estrelló mi pasión. Habrían bastado 24 horas para alterar el curso de mi existencia…
SEÑORA C: [CANTA]
Y YO SUEÑO… ESTAR CON ÉL
Y AL DESEO… ME ABANDONO
RECORDANDO… EN MI PIEL
SUS ABRAZOS Y SIN MIRAR…
ATRÁS…
El joven Felipe Ansola y el narrador Víctor Massán asumen con tanta veracidad sus personajes que cuando en el saludo final Silvia Marsó abraza con fuerza a cada uno, se nos hace partícipes de otra jornada que se acaba dejando atrás un gran esfuerzo físico, técnico, emocional: el trabajo de los tres es de enorme intensidad, producto de ensayos muy duros junto al trío de músicos, con la colaboración de Maribel Per como coach vocal, y todo un elenco de profesionales rigurosos.
Y Marsó en medio y a un lado, porque uno de los mayores aciertos de esta producción es la labor de equipo, a pesar de contar con una protagonista absorbente, clave, fundamental, que en todo momento es consciente de cuánto necesita a sus compañeros para que cada instante tenga la carga de sensibilidad y disfrute, en las secuencias habladas, las canciones que fluyen con naturalidad de cuerpos en tensión o sumamente relajados, y en todas las coreografías, especialmente con un dúo de amor de cautivadora sensualidad…
EL CROUPIER: ¡Hagan juego señores!
EL JOVEN: ¡Doble o nada! ¡Todo al 8! Quédese conmigo, es mi suerte (en voz baja)
SEÑORA C: [CANTA]
Es Solo un joven
de corta edad
y su mirar
brilla en la noche.
Buceo en sus ojos, son un libro abierto
Reflejan las sombras. Reflejan la luz
El fuego, el deseo, la pasión, la ansiedad
Me fascina su ingenuidad
su expresión llama entre las llamas
radiante de emoción
esclavo de su adicción
prisionero… de su alma,
hechizante, fascinante…
Aprendiz para infeliz
Solo un joven sobre el verde tapiz.
EL CROUPIER: ¡La suerte está echada! ¡No va más!
24 HORAS EN LA VIDA DE UNA MUJER
Novela de Stefan Zweig
Dramaturgia: Christine Khandjian y Stéphane Ly-Cuong
Música: Sergei Dreznin
Traducción del francés, adaptación al castellano y dirección: Ignacio García
Ayudante de dirección: Amparo Pascual
Intérpretes: Silvia Marsó, Felipe Ansola, Víctor Massán/Germán Torres
Músicos en escena: Josep Ferré/Carlos Calvo Tapia, piano; Gala Pérez Iñesta/Silvia Carbajal, violín; Irene Celestino Chico/Álvaro Llorente, violonchelo.
Dirección musical: Josep Ferré
Escenografía: Arturo Martín Burgos
Iluminación: Juanjo Llorens
Coreografía: Helena Martín
Vestuario: Ana Garay
Coach vocal: Maribel Per
Diseño de sonido: Albert Ballbé
Fotografías: Eduardo Marco/Nacho Sweet y Luz Sol
Comunicación: Toni Flix
Una producción de Lamarsó Produce
Teatro de la Abadía. Hasta el 7 de enero 2018
Teatro Infanta Isabel, Madrid. Del 18 de abril al 3 de junio 2018.
Pingback: Stefan Zweig y el teatro: una pasión de la adolescencia a la madurez | Culturamas, la revista de información cultural
Pingback: El Circo mágico de Productores de Sonrisas en triple salto triunfal | Culturamas, la revista de información cultural
Pingback: Caperucita Roja se divierte a lo grande en un musical para toda la familia | Culturamas, la revista de información cultural