«Un obús en el corazón», de Wajdi Mouawad, con la maestría de Hovik Keuchkerian
Por Horacio Otheguy Riveira
La excelencia de la primera vez ha ido circulando por ciudades con teatros muy distintos, y el mismo actor brotando del patio de butacas o de la entrada a la sala: un hombre que vivirá en escena las edades clave de su existencia: será un muchacho de 19 años y por momentos un chico de 7 y otro de 14. Retrato que abunda en el drama de Líbano, aunque no se mencione, tierra original del autor Wajdi Mouawad, para el mundo entero un hombre de teatro canadiense, y del intérprete, hispano-libanés, un escritor y actor, deportista, exboxeador, que ha hecho suyo el personaje y lo elabora de tal manera que cada vez que se le ve parece otro. El mismo, y otro. La densidad de un hombre que deshace su pasado para narrar la extraña aventura, llena de cólera de un adolescente, de terror por parte de un niño, de pasión por la vida desde la atalaya misteriosa de un hombre que se vuelca en el arte con sus pocos medios para seguir adelante y constatar que sigue en pie y, sobre todo, con energía para contarnos con todo detalle el modo en que, con mucha dificultad, aprendió a amar a su madre, a besar su frente como un acto de valentía en medio de la más absoluta soledad.
Hovik Keuchkerian, dirigido por Santiago Sánchez (La Crazy Class), modula las palabras de tal modo que obtiene una musicalidad que jamás se le escapa: deambula por este mundo con la ligereza de un manso felino y las garras de un león. Porque hay mucha rabia en el crecimiento del personaje, y de esa lucha interior/exterior ha de surgir toda la grandeza de un monodrama que está escrito como una obra mayor en la que participan activamente todos los personajes de los que se habla.
Esta ciudad es un castigo. Pero no me puedo quejar . Más vale esto que una bomba en toda la cara. Soy hermano gemelo de una guerra civil que ha destrozado el país dónde nací.
Nunca se sabe cómo empieza una historia. Nunca se sabe. Quiero decir que yo no estaba sentado esperando que esto pasara. Pasó. Dormía. ¡Driiiing!. ¿Diga? ¡Ven deprisa! ¡Shalck! Congelador. Autobús en la esquina de la calle. Semáforo verde. El autobús avanza lento hacia mí. Ojala la tempestad durara mil años. Que esté nevando mil años. Sin parar. Que bata todos los récords. De duración. De intensidad. De mierda. Que nieve tanto que yo pueda decir después: “Antes de la tempestad”, “Antes de la tempestad”, y todos los de mi edad sabrían de la noche que hablo.
El autobús para. Las puertas se abren. Subo…
Para quienes amamos Incendios, la obra de mayor éxito internacional de Wajdi Mouawad, esta crónica masculina parece surgir naturalmente de una parte de aquella. De hecho hay un atentado brutal contra civiles que resulta clave en ambas. Un territorio donde la violencia expande su ira por el cuerpo y el alma de su gente. Lo cierto es que en ninguna de las dos obras se menciona patria alguna: son todas las patrias de las muchas que asolan el planeta, fundamentalmente ligadas a territorios donde musulmanes y cristianos enarbolan intereses que se creen exclusivos, con derecho a toda destrucción. ¿Falta el terrorismo de Estado israelí? Y mucho más que cada espectador ha de poner de su cosecha, su reflexión, su emoción.
Este Obús en el corazón es el testimonio de un muchacho contado por él mismo cuando ya es un hombre: el milagro del teatro se hace presente, resulta catártico, terapéutico, y el actor sale de escena agotado y dichoso; después “de una duchita” esperará a los espectadores a la salida, ahora en el bar de los Teatros Luchana, y cuando toca actuar en salas sin bar, espera en la mera puerta de salida; es una necesidad muy personal: estrechar la mano y mirar a los ojos de quienes le ovacionaron o le lloraron emocionados. Hovik Keuchkerian (magnífico trabajo también en la serie Antidisturbios) es un hombre sensible que, como buen boxeador, sabe aplicar sus golpes con precisión y elegancia, y además tiene un gran sentido del humor que le permite relajarse y confiar en la última mirada de quienes compartieron con él hora y media de un teatro de gran profundidad y a la vez muy cercano. Su sonrisa está impregnada de la ternura con que se ha puesto en escena una tragedia que se despereza día a día para dejar de serlo.
(…) Le conté toda esta historia al abuelo de Maya. Sonrió. Me dijo:
— Sólo un miedo de infancia puede acabar con otro miedo de infancia. Confía, Wahab, a lo mejor un día tú estarás cara a cara con la mujer de las extremidades de madera y tendrás miedo, tendrás mucho miedo, pero confía, deja que el miedo entre en ti, déjate invadir por ese miedo, déjale que te atraviese, y cuando ella esté encima de ti y estés pensando: Estoy perdido, aparecerán los lobos. La manada llegará corriendo para librarte de esa mujer horrible.
— ¿Y usted?
— Cuando vaya a morir y los lobos se me aparezcan, la mujer de las extremidades de madera surgirá de mi memoria y, con sus manos, les torcerá el cuello y me salvará. Sólo un miedo de infancia puede acabar con otro miedo de infancia.
Ver también la primera crítica: Un boxeador se convierte en actor, portando “Un obús en el corazón”
UN OBÚS EN EL CORAZÓN
Autor: Wajdi Mouawad
Traducción del francés, adaptación y dirección:
Santiago Sánchez
Intérprete: Hovik Keuchkerian
Escenografía: Dino Ibáñez
Iluminación: Rafael Mojas
Vestuario: Elena Sánchez Canales
Sonido: José Luis Álvarez
Proyección audiovisual: David Bernués
Producción: Ana Beltrán
Diseño gráfico: MINIM Comunicación
Fotografías: Owain Shaw, Sergio Frías y Octavio Ruiz