Orecchie (Ears) (2016), de Alessandro Aronadio
Por Jaime Fa de Lucas.
Orecchie (Ears) es el segundo largometraje de Alessandro Aronadio. Presenciamos, en blanco y negro, el desarrollo de un día en la vida de un profesor de filosofía por las calles de Roma. Éste sufre un dolor en el oído, de ahí el título –o una de sus direcciones–. La película es principalmente una reflexión sobre nuestro tiempo con pinceladas existencialistas y bastante carga humorística y filosófica. Creo que es justo el tipo de película que debería proyectarse en todos los cines europeos a día de hoy. Faltan más películas como esta, en las que se indaga con bastante profundidad en el estado actual de nuestra sociedad.
Orecchie presenta bastantes semejanzas, estéticas e ideológicas, con la película alemana Oh Boy (Jan Ole Gerster, 2012). Ambas se centran en un individuo que se encuentra desubicado respecto a lo que le rodea. Si bien Oh Boy se centraba más en la relación entre tradición y modernidad, en Orecchie es la propia modernidad –o posmodernidad– la que descoloca. El protagonista no entiende en qué mundo vive y cómo todo ha podido cambiar de esta manera, llegando a dudar de sus propias percepciones y cuestionando las de los otros.
El protagonista no es otra cosa que una especie de doppelgänger del extranjero de Albert Camus –autor que se menciona en la propia película–, pero en un contexto actual. Es un personaje que ve el absurdo y el sinsentido de todo y que se sorprende al darse cuenta de que nadie más ve lo mismo. Aronadio, a través de las diferentes interacciones y situaciones que vive el protagonista, es capaz de desplegar un discurso filosófico ácido y certero, pero sin resultar pretencioso o abrumador.
En ese sentido, Orecchie lanza su crítica en muchas direcciones: el chaval que renuncia a su educación para convertirse en estrella musical, la enfermedad como espectáculo, la frivolidad, la desmitificación y el poco respeto por las figuras históricas, el poco rigor de la prensa, la importancia de la imagen, el auge de la comida rápida, el infantilismo, la pérdida de la fe, la disfuncionalidad del matrimonio, etc. Y todo esto con Roma de fondo, una ciudad que conserva las huellas del pasado, aunque éstas nada puedan hacer ante esa pérdida tan pronunciada de valores.
Aronadio y el director de fotografía Francesco Di Giacomo demuestran una sensibilidad compositiva notable, sin grandes adornos estilísticos pero con mucha coherencia. También cabe destacar la banda sonora y el buen uso que se hace de la música para potenciar o acompañar algunas escenas. Además, la actuación de Daniele Parisi es excelente. Como ocurría en Oh Boy, creo que la elección del blanco y negro está relacionada con esa relación entre el pasado y el presente. Un detalle interesante es que la relación de aspecto de la imagen cambia, va de 1:1 a 1.85:1, reflejando ese paso a la modernidad y la evolución del personaje.
Si algo se le puede achacar a Orecchie (Ears) –aviso de spoiler– es que el conflicto del protagonista no se resuelve de forma elegante, ya que la solución se verbaliza directamente hacia el espectador. Además, la conclusión no es tan punzante como debería, pues en lugar de enfatizar la crítica y defender sus principios, se produce lo contrario, el protagonista acaba tragando con lo que le impone la sociedad. No obstante, al final sí que se mantiene cierta ambigüedad, pues el ruido desagradable sigue ahí, aunque él diga que ya no le molesta tanto.
Observaciones con spoiler:
– El discurso del funeral, que en principio supone la muerte de un individuo, se convierte en un impulso vital para él. Acepta que sentía envidia porque a los que consideraba superficiales o ignorantes conseguían ser felices a través de una ilusión y acaba afirmando que «el mundo puede ser absurdo pero es el único que tenemos». De esta manera, se doblega ante la sociedad, aceptando que el absurdo y el sinsentido se erigen como la nueva normalidad.
– El título de la película hace referencia al dolor de oído que tiene el protagonista, que a su vez funciona como manifestación física del “ruido molesto” que viene de la sociedad, aunque también se asocia a las “orejas” que salen del menú para niños de la hamburguesería, haciendo hincapié en la poca profundidad y el infantilismo de la sociedad.