Clara Sanchis revive a Virginia Woolf en Una habitación propia
Por Horacio Otheguy Riveira
La literatura y el teatro forman una pareja idílica con Clara Sanchis interpretando a Virginia Woolf. Sobresaliente logro que impulsa un segundo ciclo que se puede crear no sólo en la memoria de los espectadores, sino sobre todo al leer alguna de las ediciones del libro original en que se basa esta obra. Cada palabra publicada ya llevará para siempre todas las voces que Sanchis reunió para presentarnos una única tonalidad de prodigiosa belleza.
… Hay que ser un hombre femenino o una mujer masculina. Tener una mente andrógina
que transmita emociones sin impedimento. Creativa, incandescente, indivisa… como la
de Shakespeare.
Una habitación propia fue un ensayo escrito por la novelista en base a unas conferencias sobre la mujer y la literatura para jóvenes estudiantes. Sucedió en 1928, el mismo año en que escribió Orlando, una novela sin parangón donde la bisexualidad campea a sus anchas entre metáforas y fantasías liberadoras. Un año pletórico para una mujer que padeció grandes depresiones hasta suicidarse ahogándose en un río en 1941. Tenía 59 años. La felicidad que fluye en estas obras es difícil de rastrear en sus textos más conocidos como Al faro, La señora Dalloway o Las olas.
Si en Orlando Woolf rompe los estrechos moldes con los que solía escribir para expulsar un universo secreto de exuberante sexualidad sublimada, en Una habitación propia ocurre otro tanto pero en torno a un recorrido por la mujer y la literatura escrito con una divertida consistencia intelectual y un lenguaje dinámico, preciso, lleno de ricos matices. Así lo entendió María Ruiz al aprovechar este ritmo narrativo y adaptar semejante riqueza lingüística al escenario para luego dirigirla a Clara Sanchis en un trabajo superlativo: cada uno de sus gestos, sus miradas, sus silencios, sus acordes en el piano —como breves intermezzos apasionados—, sus gritos y susurros… conforman un recorrido similar a una danza en la que el escenario es habitado por el hechizo de una mujer segura de sí misma al describir los pormenores amargos de las mujeres a lo largo del tiempo. El drama de muchas anécdotas es acompañado por tiernas ironías en busca de una complicidad con su público —jovencitas que admiran a una escritora ya célebre—, pero sobre todo por un afán de dar esperanzas, a pesar de la enorme dificultad que aún tenían las mujeres para dejar de ser pobres y tener su propia habitación donde escribir y ser ellas mismas.
Cuando esto sucede sólo hacía 9 años que se permitía votar a las mujeres en Gran Bretaña. Clara Sanchis, en un ambiente de escasos pero precisos elementos, y vestida y calzada con esmero propio de la época (exquisito diseño de Helena Sanchis), nunca abandona las características de una mujer de aquel tiempo. Es una labor de notable dificultad la suya, si tenemos en cuenta sus últimos trabajos. Tres creaciones muy distintas, una chica varonil, que actúa como un chico entre varones, y sin embargo es dichosa al quedar embarazada (El alcalde de Zalamea), en Festen, una mujer muy afectada que se autoconvence de que es una alocada coleccionista de amantes para no asumir una amarga realidad, y más recientemente en Consentimiento, una actriz solitaria embarcada en una tormentosa relación con un fiscal.
Tras estos personajes desorbitados, compuestos con sobresaliente contención, todos dirigidos por grandes mujeres de teatro como Helena Pimenta y Magüi Mira, respectivamente, llega esta Virginia Woolf donde sorprenden las posibilidades de su voz, como si de este modo acompañara los conocimientos musicales de la actriz, aunque lo que de verdad impulsa es un maravilloso despliegue de la palabra escrita volcada en los profundos valores del teatro, nutrido de acción interior, y moviéndose de tal manera que logra un mágico devenir de danza contemporánea en el mero arte de andar: manos y piernas conjugan variedad de expresiones sin repetición, con evidente deleite en el encuentro con otras mujeres hablando de lo que más le importa; un abanico de gestos que le permite ser delicada, algo pudorosa, moderadamente histriónica, alegremente vulgar con solo poner los talones sobre la mesa, furiosa cuando arroja al aire los documentos de mil y una humillaciones del sexo femenino a lo largo de la historia.
Y su mirada es historia aparte; gozosamente cambiante según los temas que toque: menudo placer seguir los ojos de Clara Sanchis/Virginia Woolf: una función paralela que invita a volver para recuperar detalles de esa luminosidad excepcional.
La literatura y el teatro forman una pareja idílica en la piel de Clara Sanchis interpretando a Virginia Woolf, conformando un segundo ciclo que se puede retomar no solamente en la memoria de los espectadores, sino sobre todo al leer alguna de las ediciones del libro original. Cada palabra publicada ya llevará para siempre todas las voces que Sanchis reunió para presentarnos una única tonalidad que nunca pierde el buen ritmo, el sonido envolvente de los poéticos enlaces de una mujer que vivió su momento más luminoso y eufórico con estas palabras, en busca ella misma de Una habitación propia, aunque en la realidad ya la tenía, editando sus propios libros, casada con un ilustre intelectual y gozando de una buena herencia económica. Pero muy sola en sus padecimientos mentales, que hoy se suponen bipolares. Con este dato que no figura en el espectáculo puede comprenderse aún más la importancia del mismo: isla encantadora en medio de un devenir femenino menos angustioso que entonces en nuestro mundo intelectual, pero que todavía tiene muchos puntos en común en la ardua lucha por la igualdad entre hombres y mujeres.
UNA HABITACIÓN PROPIA
Un ensayo literario de Virginia Woolf adaptado al teatro con dramaturgia y dirección de María Ruiz
Intérprete Clara Sanchis
Iluminación: Juan Gómez Cornejo
Vestuario: Helena Sanchis
Realización de vestuario: Sastrería Cornejo
Fotografías: Isabel de Ocampo, Diego Ruiz
Música: Clara Sanchis (a partir de J. S. Bach)
Una Producción de: Clara Sanchis con la colaboración de Seix Barral
y Nuevo Teatro Fronterizo
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