“Clandestina”: simpático cabaret rendido a los pies del cuplé

Por Horacio Otheguy Riveira

La Bernalina, cupletista sicalíptica y exquisita, junto a su pianista Genaro, y Agapito “el mayordomo”, tiene por costumbre organizar fiestas clandestinas a las que invita a personajes ilustres de su época, los locos años 20 del siglo pasado.

Con semejante carta de presentación se abre una antología de cuplés en un entorno de clandestinidad propia de 1928, bajo la muy moralista dictadura de Primo de Rivera. La época marca el declive de un género que, sin embargo, siempre se las ingenió para encontrar huecos por donde introducir su penetrante aroma de lujuria a base de sobrentendidos descarados o sutiles con músicas pegadizas, interpretados por señoritas encantadoras con su punto canallesco, mezcla única de elegancia y arrabal.

 

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El cuplé como género pícaro ha sabido permanecer a lo largo del tiempo, iniciando sus lúbricos encantos allá por finales del XIX donde La pulga hacía diabluras perdiéndose entre muslos, y El grillo se transformaba en temerario aventurero por las zonas más ocultas. Hay de todo, como niñas que deben ser aleccionadas para su noche de bodas, y otras jóvenes damas que se conforman con Las tardes del Ritz:

 

Yo me voy todas las tardes
a merendar al hotel Ritz,
y tras el té suelo hacer mil locuras
con un galán que está loco por mí.
Juntos a bailar salimos,
nos enlazamos con pasión
y al final tengo yo que decirle
toda llena de miedo y rubor:

¡Ay, no por Dios,
no me apriete usted así!
¡Ay, por favor,
que me siento morir!,
tenga usted en cuenta que mira mamá
y si se fija nos regañará.
¡Ay, suélteme,
no me oprima usted más,
pues le diré,
si me quiere asustar,
que soy cardiaca y por esta razón
no debo llevarme ninguna emoción.

20161017062354Las mamás cotorreando
toman el té sin advertir
que en el salón, al bailar, las parejas se hablan de amor con atroz frenesí.
A las tres o cuatro danzas
suele crecer nuestra ilusión,
y las niñas a coro decimos
rebosantes de satisfacción:

¡Ay, yo no sé
lo que me pasa a mí,
pero ya ve
que me siento feliz,
siga apretando aunque mire mamá
que si se irrita ya se calmará!
¡Ay, qué placer
es bailar el fox-trot
con un doncel
que nos hable de amor!
Aunque cien años llegara a vivir
yo no olvidaría las tardes del Ritz.

 

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Aunque en los últimos años excelentes intérpretes han jugado a ser cupletistas con éxito (por ejemplo, Las sicalípticas), en esta ocasión se aúna parte del repertorio con un argumento tomado de los testimonios históricos de cuando al acabar la última función de un teatro, algunos amigos de absoluta confianza se reunían algunas noches para descubrir los instintos y sus posibilidades más ardientes, entre copas de champán, muchos besos, tabaco en abundancia y no pocos toques de cocaína (ahí está el formidable cuplé con ritmo de tango, Cocaína en flor). Género popular muy transgresor que se permitía mofarse de todo, especialmente de la hipocresía religiosa y política.

Sobre esta base, Clandestina presenta a la Bernalina, una actriz-cantante vivaracha como ella sola, estrella de una noche loca en la que espectadores escogidos al azar participan de buena gana bailando, cantando o simplemente partiéndose de risa. Papel principal a cargo de Cristina Bernal que canta divinamente y seduce al personal con buenas armas. El lado más canalla lo asume con plenos poderes Ángel Burgos, maestro de ceremonias desvergonzado que lo mismo se regocija con humor blanco, subido de tono, gay, o se marca un baile con la Bernal vestido de mujer pero sin pizca de pluma; sin duda el mejor número del espectáculo en que ambos bailan y cantan con una estupenda coreografía.

La función tiene muchos aciertos, pero funcionaría mucho mejor con más canciones y menos chascarrillos. No obstante, se cumple con creces el objetivo de valorar a lo grande la frivolidad sensacional del género. Lo frívolo siempre ha sido despreciado por los intelectuales, pero allí iban como caballos desbocados. La hipocresía de la “buena sociedad” queda al descubierto en varias secuencias, y es una gozada dejarse llevar por temas clásicos que en absoluto son antiguallas, pues la picaresca del cuplé tiene tanta calidad poética y musical que se comprende que aún hoy resulte tan gratificante; aún hoy, sí, cuando todo el humor con referencias sexuales suele ser de una vulgaridad exasperante. Y no sólo resulta gratificante, también escabroso con su colocón de morbo en justo enlace. Y oído al parche, la palabra sicalíptica viene del griego y significa “frotar el higo”, gran punta de lanza del protagonismo femenino, pues todo el repertorio fue creado por hombres (y unas pocas mujeres) para intérpretes femeninas. Tan actual es este género, que ahora mismo, en pleno siglo XXI, los señores académicos de nuestra tan ponderada lengua castellana, definen sicalipsis muertos de miedito, cogiéndosela con papel de fumar, otorgando a la aventura sexual una vocación “maliciosa”. Increíble pero cierto:

sicalipsis

Der. regres. de sicalíptico.

1. f. Malicia sexual, picardía erótica.

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Un buen pianista, un actor cómico fenomenal y una actriz-cantante que compone deliciosamente su personaje son más que suficientes para crear un cabaret que es a su vez una estupenda revista musical en pequeño formato. El público entra sonriendo, participa encantado, se sonroja un poco y vuelve a casa muy feliz.

 

Clandestina

La Bernalina: CRISTINA BERNAL
Agapito: ÁNGEL BURGOS
Genaro, el pianista: NACHO OJEDA

Creación y dramaturgia: CRISTINA BERNAL Y NACHO SEVILLA
Coreografía: LUIS SANTAMARÍA
Asistente de coreografía: CÁROL GÓMEZ
Diseño de iluminación: JORGE NEBREDA

Fotografías: MARÍA G. DE LAMO y EVA RUFO20161017062423

Confección de vestuario: VICENTA RODRÍGUEZ

Producción: LA BERNALINA

Distribución: PROVERSUS

Dirección: NACHO SEVILLA

Teatro Fernán Gómez. Centro Cultural de la Villa. Del 9 al 13 de noviembre de 2016

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