Los Sueños de Quevedo en genial revelación escénica
Por Horacio Otheguy Riveira
Una aventura teatral sin parangón, de extraordinaria belleza audiovisual para transitar por el cielo y el infierno de Francisco de Quevedo en una confluencia escénica de todas las artes (simbología pictórica, cine, danza, música, ópera sin bailarines ni cantantes). Tal es la riqueza de una propuesta en la que nada queda librado al azar en un caos aparente de llagas, tormento, tiranía eclesiástica y gobernantes que vomitan sobre la población su soberbia corrupción. Pero Quevedo no calla ni deja de buscar el amor perdido, ni siquiera muerto de miedo y de dolor, y el escenario entero aúna belleza y horror de un modo insólito. Juan Echanove recrea su voz y modela posibilidades corporales con una sensibilidad que le permite fundirse con toda la compañía, y ser el más grande y uno más, en un reparto en el que las voces más fugaces y las apariciones menos trascendentes conforman una gozosa y definitiva locura de amor.
Las palabras y las imágenes del Quevedo joven que escribió sus Sueños surgen desde la agonía de sus últimos días donde el dolor físico que le provocan sus enfermedades busca el consuelo del recuerdo de un gran amor, pero a poco que lo reconquista ha de recibir también los tormentos de toda una vida enfrentado al abuso de poder de la Iglesia y de los aristócratas.
Amor, sensualidad, angustia, dolor, en un viaje que arranca en la desesperación y durante dos horas se exalta en una vigorosa unión de lo terrible con la belleza de la libertad interior. Genial resulta esta idea porque es innovadora en la dramaturgia española sobre un escritor igualmente valioso del barroco, y a partir del trabajo de texto de José Luis Collado (Los hermanos Karamázov, El cojo de Inishmaan), todo el equipo comandado por Gerardo Vera compone un paisaje poético de manera tan admirable que el cine, la música y el teatro llegan a conformar una unidad que quita el habla, aviva los sentidos, e invita al espectador a dejarse llevar por un universo denso, doloroso, terrorífico incluso, alimentado a fuego lento por la vitalidad irrenunciable de una creatividad sin límites.
Genial: placentero, que causa deleite y alegría (DRAE), porque de la oscuridad y la angustia insuperable estos Sueños, de Quevedo/Collado por Gerardo Vera son capaces de pujar por una paz que el propio protagonista acaba consiguiendo en complicidad con el público. Entra por el patio de butacas cuando ya apenas puede andar y al final de su odisea quiere volver pero ya no puede, mira perplejo, absorto, y es que ya ha muerto, y el actor se incorpora al elenco para recibir la salva de aplausos, pero nadie sonríe, están todos en pie sin ser aún ellos mismos, ofreciéndonos el último tributo a la máxima capacidad del teatro: emociones tan íntimas y profundas que sólo han sido compartidas en el silencio majestuoso de una sala hasta que, como ellos, caemos rendidos y les otorgamos la ovación que confirma que compartimos el dolor, el cansancio y la prodigiosa luminosidad que de todo surge después de ver sobre las tablas —y en pantalla— una esclavitud social que traspasa los siglos y continúa, incesante, buscando la salida.
Sueños: una empresa audaz, un empeño sobrecogedor que cuenta con una sobresaliente labor de equipo con destacados intérpretes al frente que redescubren el arte de interpretar como nunca antes se les había visto. Cuántas maravillas al alcance del espectador bien avenido. Por ejemplo, el capitán otrora todopoderoso, decadente y golpeado por la mala fortuna (Markos Marín en una ruptura en tiempo y espacio sobrecogedora), la Principessa de Abel Vitón, un travestismo que irrumpe formidable, irreconocible, en el primer “show” de fantasmas, y más adelante el mismo actor en una representación escalofriante del Dinero. Antonia Paso frenando, y enriqueciendo después, su burbujeante vis cómica en dos personajes donde el humor es grotesco (Portera) o deliciosamente cínico (Envidia), interpretados ambos con una notabilísima contención.
Ferrán Villajosana es el contrapunto perfecto a la ternura infinita de Lucía Quintana, como el médico que quiere ser inocente ante el sufrimiento del poeta que odia a los médicos. Habla con una voz blanca, como de estudiante que no quiere dejar de serlo, que se sabe de memoria los versos de su enfermo. Marta Ribera con su cuerpo imponente parece que, encarnando a Muerte y Doña Fábula, va a darnos una de sus master class de cantante, pero no, frena el ímpetu, doblega la propia fuerza de sus complejos personajes y se rinde a la armonía del conjunto. Eugenio Villota aporta en Mundo y Desengaño una síntesis curiosa de discurso claro y misterio quevedesco. Chema Ruiz se enfrenta a tres variantes masculinas y en todas llama la atención, interesa seguirle: Judas, Hombre, Negro.
Óscar de la Fuente es un Cardenal elegante, que se escucha a sí mismo regocijado e implacable en sus juicios de valores, mientras que al rato se convierte en un Diablo que parece bailar cuando anda, cantar cuando habla, desarrollando un óptimo cambio de registros, con una caracterización muy notable (como la de todos, obra de cuatro especialistas también incomparables —ver abajo sus nombres, en el elenco—).
Lucía Quintana, alma mater de la ternura, composición finísima de una enfermera angelical en los últimos días, y como Aminta, la mujer soñada que va y viene en la memoria del poeta. Su interpretación tiene la dimensión romántica de un personaje de Tchaikovsky, alivio del dolor de Quevedo y del espectador afectado por tantas emociones. Los objetos que la envuelven dan a su voz y sus movimientos una densidad incomparable: el color de su piel brotando de su traje escotado, sus hombros desnudos, su manera de andar y de vocalizar en torno al dolor del hombre tan querido, o el uniforme blanco, impoluto, de la profesional que hace lo imposible por calmar a su desdichado paciente. Cada escena, un prodigio que aumenta su interés y su riqueza en los encuentros a solas con Echanove, quien se entrega al final con el amargo sabor de la tragedia.
QUEVEDO: Qué mudos pasos traes oh muerte fría, pues con callado pie todo lo igualas… ¿Para qué queremos la vida si no es eterna?
AMINTA: Así fue su vida. Testimonio, dolor, una carcajada infinita.
En definitiva, estos Sueños reclaman una gran actividad intelectual por parte del espectador para unir lo que es Historia con la poética dramatización de la misma. Pero lo más importante en una primera visión (es un espectáculo que merece verse varias veces, incluso desde distintas zonas del teatro) es abandonarse a la musicalidad de las partituras magistrales que se escuchan, y a la plasticidad de sus imágenes, así como al ritmo de las palabras que se dicen. Todo es grande, fabuloso y cuando toca, pues pequeño, muy pequeño e íntimo como es el rincón en penumbras donde muere el enfermo desahuciado, clamando por obtener el último abrazo que sólo llega en su poderosa imaginación:
QUEVEDO: “Del vientre a esta prisión vine en naciendo…”
AMINTA: “De la prisión irás al sepulcro amando, y siempre en el sepulcro estarás ardiendo…”
AMINTA: Francisco, siempre amaste la vida aún sabiendo que era muerte. Sabías que muriendo vivimos y vivimos en muerte, en horror, miseria y forzoso desprecio. Si agradable descanso, paz serena, La muerte en traje de dolor envía, Señas da su desdén de cortesía, Más tiene de caricia que de pena.
QUEVEDO: Que llegue bien rogada, Pues mi bien previene, Y hálleme agradecido, no asustado,
Que mi vida acabe y mi vivir ordene.
Ha sido un proceso arduo y muy largo. Creo que nunca había escrito tantas versiones de un mismo texto, y hasta el último día de ensayos seguimos modificando, retocando y modelando una pieza que, más que nunca, está al servicio de una idea, de una puesta en escena arriesgada y desnuda, transgresora en el mejor sentido de la palabra. Una locura que soñó Gerardo Vera, coautor del texto, y que ahora por fin cobra vida de su mano en los cuerpos y las voces de otros locos, los actores que la han hecho suya como si lo hubiera sido siempre. Y al frente, claro, el loco mayor, un inmenso Juan Echanove que da vida a un Quevedo como nunca se ha visto en ningún escenario ni pantalla. (José Luis Collado)
La realidad del XVII era tan contundente que «solo se podía vegetar o vivir en carne viva». Y así vivió Quevedo, contemporáneo de Velázquez, pintor también de la liquidación española. Eso hemos intentado reflejar a partir de su obra más personal, sus Sueños, crónica dolorosa y lúcida de una España presa de la corrupción de las monarquías absolutas de Felipe III y Felipe IV, víctima del ocio y de la ignorancia, donde la filosofía era esclavizada por la teología. En un momento, también, donde todo olía a corrupción en Madrid y en las Españas, y ahí es donde nos asombran y nos deslumbran esos sueños, chismosos y veraces, caricatura, testimonio, dolor y carcajada, escritos por una mano atravesada por el sufrimiento que rezuma su propia herida interior. Quevedo se convierte, sin querer, en el testigo más fiel de cómo un imperio empieza a descomponerse. Y ya desde lo propiamente teatral, es tan profunda su reflexión sobre la realidad de su época que nos hace trasladarnos hasta nuestro tiempo, otra vez la putrefacción, en un viaje extraordinariamente lúcido y poderoso donde pueden convivir J. S. Bach, El Bosco, Monteverdi, Velázquez, Béla Bartók, y Mozart. Ese es nuestro camino. (Gerardo Vera)
A partir de Los sueños de Francisco de Quevedo (Madrid 1580-Ciudad Real 1645)
Versión libre de José Luis Collado
Dramaturgia y dirección: Gerardo Vera
Ayudantes de dirección: José Luis Arellano, José Luis Collado
Quevedo: Juan Echanove
Diablo/Cardenal: Óscar de la Fuente
Osuna/Villena: Markos Marín
Portera/Envidia: Antonia Paso
Aminta/Enfermera: Lucía Quintana
Muerte/Doña Fábula: Marta Ribera
Judas/Hombre/Negro: Chema Ruiz
Doctor/Carne: Ferrán Vilajosana
Montalbán/Mundo/Desengaño: Eugenio Villota
Principessa/Viejo/Dinero: Abel Vitón
Movimiento escénico: Eduardo Torroja
Video-escena: Álvaro Luna
Montaje musical: Luis Delgado
Vestuario: Alejandro Andújar
Iluminación: Juan Gómez-Cornejo
Escenografía: Alejandro Andújar/ Gerardo Vera
Movimiento escénico: Andoni Larrabeiti
Equipo de caracterización: Sara Álvarez, Lupe Montero, Yuralma Morcillo, Paco Rodríguez
Fotografías: Javier Naval
Coproducción: Compañía Nacional de Teatro Clásico / La llave maestra- Traspasos Kultur
Teatro de la Comedia. Del 7 de abril al 7 de mayo de 2017.
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