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Gary Snyder: La mente salvaje

 

Gary Snyder: La mente salvaje.

Poemas y ensayos (Nueva antología)

ed. Ardora, Madrid, 2016

Por Ricardo Martínez

Una de las formas de adentrarnos en la obra de un autor reconocido, de referencia intelectual, cuyo testimonio y mensaje interesa a buena parte de una generación cual es el caso de Snyder (San Francisco, 1930), es atender, sin duda, a la propia exposición que tal autor pueda depararnos a la hora de considerar algunos de los motivos que podrían servir para definir su propia labor.


En tal sentido hay un poema de los que recoge este libro -tan ubicuo en algún sentido, es decir, rico por la variedad de intereses que son preocupación espiritual de este escritor que ha vivido con dedicación y consciencia tanto la cultura occidental (representado en su caso por la cultura americana) como la oriental (de cuya constancia da fé su estancia de una década como residente en un templo japonés).

El poema, que se titula ’Cómo llega la poesía hasta mí’ dice así: “Llega tropezando sobre los/ peñascos de noche, se detiene/ asustada fuera del/ halo de mi fogata,/ acudo a su encuentro/ en el lindero de la luz” Obsérvese cómo acude al contraste sombra-luz (lindero de la luz, halo de mi fogata) y ello, considero, le sirve para otorgar el alma a este libro, a este mensaje sincero: la sombra es lo que niega, lo que ignora; la luz lo que entiende, lo que propicia. Y tal el libro: tiene, a mi parecer, mucho de canto, de invocación, pero, sobre todo, de transmisión de esa actitud tolerante, dialogante con la naturaleza, con nuestro origen, con la idea de fecundidad, de maternidad, de protección. De ahí que resulte, en el fondo, un libro profundamente instructivo, alusivo, didáctico, propiciador de armonía.

Pero he aquí también que el libro acoge algunos textos teóricos, ensayos reflexivos que exponen con precisión y claridad muchos de sus planteamientos en pro de una vida más acorde a los ritmos de la naturaleza, más en comunión con ésta y cuanto ello supondría como un bien a saber: no contaminación de la tierra, no emisión de sustancias nocivas al aire… En última instancia, una forma de vida ecológica, armónica, respetuosa con la explotación de los cultivos necesarios, de los minerales que la conforman. Y con sus ‘atributos’ exteriores: las montañas, los ríos…

Hay, en el conjunto de estos poemas –entiéndase, según lo dicho, en verso o prosa- también, como no podía ser menos, tal vez, una manifiesta reiteración al agua: a la necesidad del agua, al bien del agua como fuente de vida, al respeto en pro de un aprovechamiento más eficaz… Léase el poema ‘Música de agua fluyendoII’, o bien cuando se expresa de una forma más simbólica, poéticamente, así: “El primer poeta agua/ se quedó abajo seis años; estaba cubierto de algas”.

Por fin, a modo de balance literario-espiritual, el libro viene a ser un testimonio consciente de compromiso con la naturaleza, con una forma de vida ordenada en su equilibrio a modo de un paisaje, razón por la cual parece oportuno que podría hacerse concluir con ese canto implícito que remata el texto ‘Un día de finales de verano’, y que dice así: Este momento presente/ que sigue existiendo/ para ser/ hace mucho tiempo”.

¿Tiempo pasado? ¿Tiempo presente? Tiempo al fin, transcurso de los hombres. Ser o no ser bajo la invitación a un vivir en equilibrio: consigo propio y con el paisaje que nos ha sido dado.

Propensión hacia una forma de armonía.

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