Eduard Fernández y Marina Salas en "Panorama desde el puente"
Por Horacio Otheguy Riveira
Años 50 en Estados Unidos, un hombre entero se desmorona ante el inconfesable amor por su sobrina carnal y se convierte en un monstruo. De fondo y en primer plano, el ciego abuso de poder contra los más débiles: los inmigrantes ilegales, el arrebatador encanto de la femenina juventud.
Una de las obras maestras de Arthur Miller en un montaje que arranca artificial, con vocación de minimalismo absurdo, sin respetar las indicaciones realistas del autor, pero que va cobrando fuerza a medida que avanza.
Protector y feroz Eddie Carbone (Eduard Fernández); varonil muchachita que despierta a la sensualidad femenina Catherine (Marina Salas), dos grandes personajes prisioneros de un contexto propio de tragedia anunciada. Dos caras de una moneda que parece rodar todo el tiempo, dando tumbos entre trabajadores a destajo.
Al principio cuesta digerir el invento del célebre director Georges Lavaudant, y hablo de un comienzo muy largo, con dobleces muy extrañas: los personajes hablan con un verismo que no cuadra con un escenario vacío y pocos muebles que mueven ellos mismos. La puesta en escena lastra una técnica muy antigua que da la impresión de que los actores se mueven como marionetas, de aquí para allá poco menos que marcados sus movimientos por una dirección que no les da respiro. Algo artificioso, a la vez que escénicamente muy bello porque el mismo régisseur monta un diseño de iluminación formidable, algo ingenioso, atmosférico, sugerente, pero de una poética que tampoco me hace sentir cómodo escuchando el texto de Miller. Es como si, a fuerza de reescribir las acotaciones del genial autor, el contenido del drama se dispersase.
Al mismo tiempo hay que reconocer, en un plano más contradictorio todavía, una dirección de actores muy realista, sin ambages. Los excelentes intérpretes viven la obra como si de verdad ocurriera en aquellos barrios pobres donde les acompaña la humedad portuaria y el olor a guisos recalentados y soledades yuxtapuestas. Con el latido terrible de lo posible y lo improbable, de las frustraciones más oscuras en medio de un vendaval de esperanzas propias y ajenas.
En esta representación, sobre una obra propia del realismo trágico de los 50, montada con un despojamiento que enfría y confunde, crece de pronto una emoción muy fuerte y ya no nos abandona. Es a partir del diálogo de Eddie Carbone con el abogado Alfieri, narrador a su vez desde la primera escena. Eddie busca razones para acabar con el galán de su sobrina, su chica obsesivamente preferida, y el horror se entromete por todos los resquicios. Ya nada noble va a hacer su aparición, y el deslizamiento es tan poderoso que la propia escena se estremece y atraviesa las limitaciones conceptuales para dejarnos atónitos.
-Me quité el pan de la boca para dárselo a ella. A mi mujer le quité el pan de la boca. ¡Muchos días iba por la ciudad muerto de hambre! Y ahora me tengo que sentar, en mi propia casa, y ver cómo un mangante hijo de puta como ese… ¡salido de ninguna parte…! ¡Le he ofrecido mi casa para vivir! ¡Para dársela a él me he quitado la manta de la cama y él va y le pone encima las manos sucias y asquerosas como un jodido ladrón.
-Pero, Eddie, ella ya es una mujer.
-¡Me la está robando!
-Ella quiere casarse, Eddie. Y no quiere casarse contigo, ¿no lo ves?
-¡De qué está hablando, casarse conmigo! ¡No sé de qué cojones está hablando!
Todo el reparto se ha embarcado con reconocible talento. Los pequeños papeles están bordados como los de los protagonistas. Hay muchos logros en la interpretación, conformándose un sólido equipo de voces armónicamente reunidas. Por una parte los que se ocupan de personajes claves, pero de fugaces apariciones, como Bernat Quintana y Pep Ambròs, o los más secundarios Rafa Cruz y Sergi Vallès, para mí desconocidos.
Y hay premio especial para los teatreros con buena memoria:
Recuerdos importantes cuando hablamos de Eduard Fernández, a quien la última vez que le vimos en Madrid fue con el conmovedor Hamlet de Lluís Pasqual; de Mercè Pons en aquel impresionante París 1940 junto a Flotats; Francesc Albiol en notables comedias hilarantes como Fuga o Una boda feliz, con una vis cómica que aquí desaparece, asumiendo un doble papel dramático con vigoroso resultado, y Marina Salas, en una sobresaliente composición especialmente destacada para quienes la recuerden en funciones tan distintas como el Fausto de Tomás Pandur, Luces de bohemia, Como si pasara un tren, Los hijos se han dormido… Aquí se ocupa de convencer como una chica-chico-chica, que se impone en las maneras desvergonzadas de quien fue educada como el varoncito que falta en la familia, y a la vez como una niña cariñosa con la ilusión de que no crezca nunca, protegida de las amenazas del mundo por el hombre fuerte de la casa («Te dije que la dejaras salir»; «¿Quiere salir?, pues que salga»; «Ahora es demasiado tarde»). Pero coge vuelo, y ya no puede ni quiere resistirse a una briosa sensualidad que le permite exhibir preciosas piernas, descubriendo bailes y besos con la avidez de una mujer libre. Y es que Catherine se lanza a vivir en medio de un amor familiar muy destructivo, cuyas consecuencias sólo sospecha:
-¿Por qué tienes tanto miedo?
-No lo sé.
En definitiva, un Panorama desde el puente que continúa resultando asombroso en su dimensión psicosocial, con personajes y diálogos de extraordinaria riqueza y patética actualidad, a 62 años de su estreno. Grandes actores, y un exquisito director que aporta una singular mirada muy interesante, abierta a sana polémica.
MUY RECOMENDABLE la lectura de la obra publicada en la colección Marginales de Tusquets Editores. Lleva la traducción de Eduardo Mendoza, la misma que se escucha con tanto agrado en este espectáculo, pero además el gran escritor español incorpora un prólogo muy interesante sobre la creación del texto con notas del autor en su libro de memorias, y otros aspectos valiosos para disfrutar más de un material apasionante.
[NOTA AL MARGEN: Dos Miller en feliz coincidencia en Madrid (aunque ambos con excesivo protagonismo de los directores): mientras en el Valle Inclán se representa —en coproducción del Centro Dramático Nacional, Teatre Romea y Grec 2016 Festival de Barcelona— Las brujas de Salem, escrita por Arthur Miller en 1952, en los Teatros del Canal hace lo propio esta otra producción catalana con director francés, ambas en versión castellana de Eduardo Mendoza].
PANORAMA DESDE EL PUENTE
Autor: Arthur Miller
Traducción: Eduardo Mendoza
Dirección e iluminación: Georges Lavaudant
Intérpretes: Eduard Fernández, Francesc Albiol, Mercè Pons, Marina Salas, Bernal Quintana, Pep Ambròs, Rafa Cruz, Sergi Vallès
Escenografía y vestuario: Jean-Pierre Vergier
Edición imágenes: Francesc Isern
Asesoramiento boxeo: Rafa Cruz
Fotografías: David Ruano
Una coproducción de Teatre Romea y LG Théatre
Teatros del Canal del 9 al 26 de febrero de 2017
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