Teatro en el cine: ‘Muerte de un viajante’, de Arthur Miller, con Dustin Hoffman
Por Horacio Otheguy Riveira
El personaje protagónico de esta obra, Willy Loman, nació con un Pulitzer bajo el brazo en 1949, y a partir de allí los escenarios del mundo reclamaron su presencia. Se estrenó en Broadway, y de inmediato llegó a la calle el grito final de la esposa de Willy, haciendo colectivo el drama personal de quien trabajaba sin derecho a jubilarse, como sucedía con todos los viajantes de comercio. Y con ese grito fue enarbolada con insistencia una bandera roja hasta que se consiguió que la Seguridad Social atendiera al sacrificado gremio.
Al comenzar Muerte de un viajante (Death of a Salesman), Willy Loman regresa de uno de sus viajes habituales, y lo hace bamboleándose, hablando a su esposa en voz baja porque sus hijos duermen; y entra mareado, al borde del pánico, temiendo lo peor sin confesarlo:
— … volví antes de lo previsto, es que iba conduciendo y me sentía bien, sí, imagínate, hasta contemplaba el paisaje, precisamente yo que estoy en la carretera todos los días de mi vida. Pero allí arriba es tan bonito, los árboles son tan densos y el sol empieza pronto a calentar. Así que abrí el parabrisas y dejé que el aire me acariciara. ¡Y entonces, de repente, me fui a la cuneta! ¡Podría haber matado a alguien! Bueno, no sucedió, y seguí adelante, y al cabo de unos minutos ya estaba soñando de nuevo, y por poco… (Se aprieta los ojos): Qué pensamientos tengo, qué pensamientos tan extraños…
En el trabajo no rinde como antes, tiene miedo que lo echen, no cuenta con un seguro el veterano viajante, le mantienen en pie algunas ilusiones y unas cuantas torpezas, pero lo que el mundo entero interpretó y compartió, a través de sus diferentes culturas e idiomas, fue la tragedia de un hombre vencido por la violencia social y económica.
A lo largo de la función no sabemos cómo será la muerte de este viajante que lamenta su mala fortuna, que idealiza a su hermano rico en tierras lejanas y sublima las posibilidades de sus hijos, y retiene las medias de seda que debería dar a su sacrificada esposa para regalarlas a una amante que le hace sentir que todavía podría ser un joven exitoso, a la medida de su esperanza, de cuando al levantarse por las mañanas todo era posible. Ignoramos los datos fehacientes de su próxima muerte, pero le acompañamos hacia ese destino sin flaquear, a lo largo de tres horas de teatro que permiten la rara unión de la fascinación y el pensamiento crítico.
Arthur Miller (1915-2005) ganó el Pulitzer y se sucedieron las versiones internacionales. Luego escribió más teatro de notable trascendencia donde destacan Las brujas de Salem (historia real de una caza de brujas de 1692 que le permitió burlar a la censura para denunciar las persecuciones políticas del macartismo), Todos eran mis hijos, donde el sueño americano de una familia se erige sobre un padre de familia tan simpático como criminal; Incidente en Vichy, sobre la ocupación nazi de Francia; Después de la caída (un hombre perdido entre mujeres con una de ellas muy parecida a la exesposa del autor, Marilyn Monroe, para entonces ya fallecida), Panorama desde el puente (una atracción incestuosa inconfesable se convierte en la caza y captura de un inmigrante).
Sin embargo, aunque siempre valioso, su teatro nunca alcanzó la grandeza de Muerte de un viajante: un proceso dramático desgarrador que se sumerge en emociones muy profundas y a la vez cotidianas para la inmensa mayoría de los habitantes del planeta.
A poco de su estreno en Estados Unidos, el actor asturiano arraigado en Argentina, Narciso Ibáñez Menta (1912-2004) dirigió y protagonizó en Buenos Aires la primera versión en castellano en una de las interpretaciones más ponderadas, así como otro español, en la misma ciudad, Pedro López Lagar (1899-1977), fue protagonista con enorme éxito de Panorama desde el puente.
En España tuvimos ocasión de emocionarnos con interpretaciones muy distintas en los últimos años: José Luis López Vázquez, dirigido por Tamayo (espléndido en la gravedad de su sufrimiento y en el despliegue casi infantil de su confianza en los hijos); José Sacristán (una versión un tanto fría dirigida por Juan Carlos Pérez de la Fuente), y la extraordinaria contención dramática de Jordi Boixaderas en la adaptación dirigida por Mario Gas. La última versión en Madrid es de septiembre 2021 y tiene varias novedades: el protagonista es Imanol Arias y el hijo mayor lo interpreta su propio hijo en la vida real, Jon Arias. El director, Rubén Szuchmacher, argentino de gran prestigio que ya había dirigido a Imanol en Buenos Aires en 1994, en una versión de Calígula, de Camus. Su puesta en escena del Viajante de Miller tiene muchos aportes en todos los aspectos, con actores que doblan personajes y una atmósfera de encierro y ensueño en la que constantemente se cruzan emociones que los intérpretes trabajan sin aditamentos de ningún tipo realista, más allá de unas pocas sillas. La tensión creada tiene un clímax que recuerda a los expresionistas alemanes de entreguerras, algo difícil de encontrar en el teatro de Miller, generalmente abocado a realizaciones muy realistas.
No se sabe qué vende Willy Loman, nunca se menciona en la obra. La vaguedad del hecho en sí permite al autor desarrollar el drama de un padre de familia perdido en una sociedad que le desprecia porque ya no vende como antes, porque ya no rinde como cuando era joven. Qué vende carece de importancia y le da una posibilidad de raigambre mundial: es una tragedia que se esparce por el mundo en todas las épocas. A tal punto que Arthur Miller se ocupó de dejar constancia de un hecho curiosísimo en un libro apasionante: El viajante en Beijing, una obra de 240 páginas que deja constancia del éxito apoteósico en China en 1983, cuando —pasados los rigores de la Revolución Cultural maoísta— le invitaron a estrenar su obra. En su libro, AM desglosa experiencias interesantísimas con una cultura tan lejana a la suya, y a la vez con tantos puntos en común en la búsqueda de la felicidad individual y social.
Muerte de un viajante ahonda en heridas, conmueve en su poética tan rica en matices, ilustra con escenas teatrales de creciente interés, con espléndidos diálogos para nada explicativos sino “demostrativos”, y entre personajes siempre interesantes.
En el cine, Fredric March fue admirable protagonista en 1951, y en 1968 —más fácil de adquirir en dvd— Dustin Hoffman asumió el gran personaje con John Malkovich de hijo predilecto que acabará descubriendo su vergonzoso romance extramatrimonial en un contexto de alta tragedia: el drama de un hombre que sobrevive a base de sueños en una realidad que le abruma.
En la película dirigida por Volker Scholondorff en 1985 para televisión, destaca la muy elaborada composición de Dustin Hoffman, quien incorpora con sabiduría los gestos característicos de un judío de Nueva York, algo en lo que la obra no incide, pero sí está en el origen de la historia de judíos agnósticos y liberales que han de luchar con sus propias convenciones sociales: los Miller eran judíos; el padre del autor lo perdió todo en un intento de ser rico, apostando por la especulación financiera, derrotado por el crash del 29. De allí partió el joven escritor para dilucidar en el teatro una panorámica más completa y profunda desde la propia angustia familiar.
Dustin Hoffman se mueve con la seguridad del hombre atrapado en una encerrona terrible, pero sobreactúa (1) día a día para confiar “exageradamente” en el milagro de supervivencia que finalmente no llegará. Su sonrisa nerviosa, su pena profunda, su orgullo, su conmovedora sumisión ante el hermano adinerado y su capacidad de seducción con la muchacha de las piernas de seda… conforman uno de sus trabajos más ricos en una realización cinematográfica de buen ritmo que nunca olvida que estamos ante una obra maestra del teatro.
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(1) Esto de la imprescindible sobreactuación del personaje, a menudo se ha criticado como exceso de los actores. Sin embargo, está muy claro en el texto que Willy Loman sólo se sostiene saliendo de sí mismo, exagerando las posibilidades de sus ilusiones, teatralizando —en definitiva— su amarga existencia, de manera que el apogeo de su capacidad de emocionarnos se produce cuando se derrumba su gesticulación, su exagerado entusiasmo y se queda a solas consigo mismo, desamparado. No obstante, hay interpretaciones más contenidas que otras, ya dependiendo de las líneas de trabajo escogidas por el director.
Centenario de Arthur Miller. Artículo del Centro de Documentación Teatral.
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Leí “La muerte de un viajante en Shangai”, que aquí mencionas, es un libro fascinante sobre el encuentro entre dos culturas aparentemente opuestas a través del teatro. Se aprende mucho sobre teatro y actuación leyéndolo. Muy buen artículo sobre una obra que marcó una época.
Muchas gracias, Andrés, por tu comentario y tu elogio. También por ser uno de los pocos que leyó ese libro, ciertamente fascinante al tratarse de una cultura que creíamos completamente distinta. Llevo más de 50 años leyendo y viendo teatro y esta obra sigue siendo una
de mis preferidas. Un abrazo.