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Magnífica Olivia Molina en "Tristana" de Pérez Galdós/Eduardo Galán

Por Horacio Otheguy Riveira

Cuatro intérpretes componen personajes de un tiempo antiguo con un lenguaje de hoy, bajo una dinámica escénica de vital importancia. La sensual energía de Tristana cuenta con una creación memorable de Olivia Molina: una veinteañera que sueña con ser independiente, sin ataduras; generosa ante las caricias de su tutor o descubriendo el pleno deleite de un amor clandestino. Vuela su imaginación y su cuerpo se entrega convencida de que puede ser auténtica con todos y a todas horas. Es una mujer entera, una niña con alas potentes entre ilusiones, aventuras, placeres desconocidos… y la inevitable tragedia en quien ha de arrinconarse como nunca quiso hacerlo: entre la abulia cotidiana y la oscura prisión de las iglesias.

El delito de ser una mujer caída en desgracia, a los ojos de quienes dicen amarla, es el eje de una gran novela de Benito Pérez Galdós convertida en teatro por rigurosos profesionales que no han dejado nada librado al azar, volcados en la elaboración escénica de una novela histórica que, como toda obra maestra, trasciende su época.

Manjar exquisito lo mismo para un donjuan vetusto, pero generoso, que para un señorito que va de artista bohemio, Tristana tiene el encanto irresistible de una muchacha sin dobleces, ligeramente salvaje, fabulosa en su inocencia. Lee y vive apasionadamente las experiencias de mujeres independientes en una sociedad que a ella, sin dinero ni abolengo, sólo le ofrece tres posibilidades: convertirse en cómica, casarse o prostituirse. Así se lo dice la fiel criada para todo servicio, y Tristana se burla, ríe, juega, se divierte con sus olímpicas ilusiones, imita a María Guerrero interpretando nada menos que a Nora en Casa de muñecas, la primera madre de familia del teatro que da el portazo ante la tiranía del marido; y dejándose llevar entre los brazos de uno y otro hombre, puro gozo ingenuo, transparente en gestos, entregado su espíritu en nobles acciones, lucha sin titubeos ni tabúes, solo se compromete con las ardientes palabras del más joven que promete amor eterno… pero debajo de sus singulares trapecios sin vértigo, no hay suficiente red que la proteja de la deformidad física. Una fatalidad que es símbolo de sumisión en una sociedad implacable.

El iba de capa, ella de velito y abrigo corto, de bracete, olvidados del mundo y de sus fatigas y vanidades, viviendo el uno para el otro y ambos para un yo doble, soñando paso a paso, o sentaditos en extático grupo. De lo presente hablaban mucho; pero la autobiografía se infiltraba sin saber cómo en sus charlas dulces y confiadas, todas amor, idealismo y arrullo, con alquna queja mimosa o petición formulada de pico a pico por el egoísmo insaciable, que exige promesas de querer más, más, y a su vez ofrece increíbles aumentos de amor, sin ver el límite de las cosas humanas. (Tristana, Benito Pérez Galdós, 1892. Editorial Espasa Calpe, Colección Austral, Edición Germán Gullón, 2008). 

La niña pletórica del comienzo escala posiciones emocionales con holgura y firmeza bajo la cariñosa, lasciva y finalmente sumisa mirada de su tutor que espera con paciencia el aburrimiento del joven e impetuoso amante. Un audaz triángulo a finales del siglo XIX, a espaldas de una burguesía moralmente casposa en la que ha de vivir la joven huérfana hasta que una enfermedad la deja maltrecha y ya menos «deliciosa» para sus seguros admiradores que han alentado en ella una libertad que sabían imposible.

El libidinoso tutor mostrará su lado más humano, más paternal. El joven será fiel a su clase y ya no la deseará como antes. Todo el proceso, por mucho que se conozca la historia (a través de la fría y maniquea película de Buñuel, o a través de la emotiva, densa y clarividente novela) se presenta aquí con fuerza renovada. Adquiere en esta puesta en escena una vitalidad digna de largo éxito. Todos sus elementos se han conformado como si se tratara de un bordado de exquisita factura. La adaptación de Eduardo Galán (El zoo de cristal, El caballero de Olmedo, La celestina…) selecciona las escenas y delinea los personajes de tal modo que el lenguaje y las secuencias fluyen con la naturalidad que sabe apresar el director Castrillo-Ferrer (Feelgood, Si la cosa funciona…), maestro en el arte de dirigir divertidas comedias, cuando no también de escribirlas (Al dente), pero que por primera vez se ocupa de un melodrama de época.

 

Así que entre unos y otros y con un reparto óptimo, la historia febril de Tristana se desenvuelve en cruce de secuencias, con un dinamismo de cinematográficas características sobre las que los hombres buscan sus intereses y las mujeres son prisioneras de sus fracasos: Saturna (gran composición de María Pujalte en la piel de una mujer mucho mayor) también fue «perita en dulce» para el que la embarazó y abandonó. Ahora tiene al niño en un hospicio, al que visita los domingos, y es la fiel criada para lo que guste mandar un señor de mucha apariencia y escasos recursos. Saturna es mucha vida, resignación y fortaleza de espíritu; gracias a ella Tristana conocerá otro mundo fuera de las cuatro paredes, y para hacerlo posible en el escenario hay mesas en una terraza, una calle donde será seductora y seducida, y más allá la habitación en blanco radiante del joven que le hará conocer el amor en todas sus formas.

Todos los espacios se cargan de luces y sombras adecuadas para que la historia circule a buen ritmo, y con muy pocos elementos se consiguen escenas de gran riqueza: la primera puesta de largo de la casi niña, el erotismo de los amantes con apenas las piernas desnudas de Tristana, la densidad del conflicto con todos los personajes hablando a la vista del público pero invisibles entre sí, y la caricia del anciano en el rostro de su protegida en una de las primeras escenas que enganchan al espectador y ya no lo sueltan. Ahí está el gran Pere Ponce envejecido y titubeante, muy cerca de la muchacha que sólo cuenta con él para no quedar en la calle: ¿Te resulto atractivo? ¿No te doy asco? Y su mano derecha, ligeramente temblorosa va hacia la deseada carita de muñeca y se acerca y besa sus tan deseados labios.

Alejandro Arestegui asume el personaje menos desarrollado en relación con la novela, de manera que tiene mucho mérito su trabajo hecho de breves momentos con situaciones decisivas en cada ocasión. Expresa aquí el pintor Horacio Díaz emociones que van del humor del primer encuentro al éxtasis de los abrazos hasta llegar a la distancia elegante del último encuentro, y en su proceso no hay explicaciones literarias, sólo precisas acciones que Arestegui ejecuta con la misma disciplina que su personaje, capaz de enamorar con sus múltiples encantos y de abandonar con escalofriante frialdad.

El vestuario aporta un colorido de creciente dramatismo, ajustando los contrastes con la escenografía: paleta de tonalidades entre la belleza radiante de la juventud que se cree invencible y la fatal decadencia de la vejez bajo una eminente iluminación para la que cada rincón tiene su carga de memoria.

Tristana de Pérez Galdós es una novela que al fin llega al teatro, y lo hace con una adaptación espléndida con gran poder de síntesis y una puesta en escena cinematográfica que aprovecha todas las sugerencias del texto y expande la felicidad de quien se lanza a vivir en cuerpo y alma pero una enfermedad la arrincona en trágica derrota. Enfermedad que es accidente y metáfora, pues la nueva belleza de la siempre potente y angelical criatura de sexo femenino se convierte en juguete roto de una sociedad presidida por hombres que adoran a la mujer como un delicioso postre.

Se encuadra en el último grupo de las Novelas Españolas Contemporáneas de Benito Pérez Galdós, máximo representante de la narrativa realista española. Una producción abundante que abarca desde 1881 con La desheredada, hasta El abuelo en 1897. Nada menos que 21 obras. En muchas de ellas los personajes femeninos protagonizan planteamientos de avanzado concepto feminista, como crítica social, así como exaltación de personalidades muy ligadas a la propia vida amorosa del escritor con mujeres tan o más liberales que él, al margen del establishment, como la escritora Emilia Pardo Bazán.


NOTA: es conveniente llegar con tiempo para disfrutar de una exposición muy interesante sobre esta obra y Pérez Galdós en el hall del teatro.

Adaptación teatral de Eduardo Galán con la colaboración de Sandra García
Dirección: Alberto Castrillo-Ferrer
Ayudante de dirección: Javier Ortiz
Intérpretes: Olivia Molina, María Pujalte, Pere Ponce, Alejandro Arestegui
Diseño de escenografía: Mónica Boromello
Ayudante de escenografía: Yeray González
Diseño de iluminación: Nicolás Fischtel
Diseño de vestuario: Cristina Martínez
Coreografía de Olivia Molina: Teresa Nieto
Teatro Fernán Gómez. Centro Cultural de la Villa. Del 17 de enero al 26 de febrero 2017

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