"La flaqueza del bolchevique": crónica negra de un encuentro sublime
Por Horacio Otheguy Riveira
Dos seres en las sombras iluminados para ayudarnos a comprender que nada es lo que parece, y que todos somos vulnerables, necesitados de segundas y terceras oportunidades: gran trabajo de Susana Abaitua y Adolfo Fernández en últimas semanas de actuación después de un año de gira.
La muchacha lo llena todo. Incluso si cierro los ojos puedo verla. Su largo cuerpo a medio brotar, sus cabellos como los de las ninfas alucinantes del golfo de Botticelli y una mirada tan intensa que da igual la distancia.
Recuerdo vagamente que nunca me han atraído las mujeres de este tipo, pero ni ella es una mujer ni lo que me produce es una simple atracción.
La flaqueza del bolchevique es una triunfal novela de Lorenzo Silva que cuenta con siete reediciones desde 1997, la última en 2010, revisada por el autor, y una película en 2003. Esta versión teatral de David Álvarez logra desde la primera escena convencernos de que ha sido originalmente escrita para ser representada. Y es que el jubiloso encuentro entre un hombre maduro y una adolescente adquiere una dimensión humana profundamente ligada a la necesidad de teatralizar unos hechos destinados a que los espectadores nos involucremos directamente.
El hombre sin nombre, o con dos nombres falsos, nos cuenta sus travesuras y canalladas, nos habla sin ataduras ni temores, se sincera con nosotros de tal manera que cuando la muchacha seduce a propios y extraños con su preciosa sonrisa, luego con su bikini dentro y fuera del agua, ya nos sentimos cómplices de sus emociones: dos personajes que se representan a sí mismos con una verosimilitud propia del fabuloso y magnético secretismo del teatro, ese mundo oculto nacido tras el telón para permitirnos observar la vida de los otros como si fuera nuestra propia vida.
Él es el guía, el que mantiene constante comunicación verbal con el público, mientras Rosana jamás nos tiene en cuenta, es la pura encarnación de una belleza sensual que quiere ser sexual para fundirse con la ternura de un tipo que se desconoce tierno, que se detesta a sí mismo bien recubierto de cinismo.
Es un ángel que le desea abierta y dulcemente, encarnando una sexualidad incipiente, cuya audacia radica en su espontaneidad y sobrecogedora inocencia. Al revés que la célebre Lolita de Nabokov — criatura que manipula y domina a un hombre mayor de tendencia pederasta—, esta Rosana recreada con enorme talento en cada movimiento y tono de voz por Susana Abaitua es absolutamente incapaz de manipular a nadie, sinceramente atraída por un veterano y fatalmente conducida a una dramática situación que también podría haberle sucedido con un chico de su edad. De allí la crónica negra que abarca el contexto social de un ejecutivo solitario y desencantado y el de una joven de familia conservadora que habla por sí misma y se encuentra encantadísima de conocer a alguien diferente que la divierte y que es sincero, que si quisiera verla desnuda no la espiaría, se lo pediría, y antes de que llegue a pedírselo es ella misma quien le ofrece la oportunidad de verla en bikini, y después proponerle mucho más que quizás él no pruebe, que tal vez él no se atreva a dar el paso y sí se atreva a ser coherente con su palabra de honor: “No voy a hacer nada contigo”.
Adolfo Fernández recorre los perfiles externos de su hombre-adolescente con una soltura propia de alguien que llega a tu casa y se sienta en cualquier parte, lo mismo le da en la cocina mientras te ve preparando café, que en el salón donde se le atiende a cuerpo de rey: necesita hablar y hacerse querer mostrando sus mayores debilidades; la risa que provocan sus sórdidas intrigas, cuando no ridículas, de pronto se apagan; el narrador se convierte en personaje que vive y narra, pero sobre todo vive la situación más noble y conmovedora de su egocéntrica existencia. Entonces, allí donde le has recibido, la cocina o el salón, se transforma en un escenario y el Hombre y Rosana circulan con naturalidad, y no sólo te sientes implicado en lo que ocurre, sino que sufrirás por no poder hacer nada para ayudarles cuando más te necesitan.
Interrelación de ficción teatral de gran riqueza con una negra angustia de conflictos cotidianos en los que desde la perspectiva social resulta imposible tratar de explicar que el ángel de una adolescente necesita el vértigo de una pasión sexual diferente, y que el individuo que la acompaña, con antecedentes confusos de cretino y delincuente menor, sería incapaz de hacerle el menor daño. Dos seres en las sombras iluminados para ayudarnos a comprender que nada es lo que parece, y que todos somos vulnerables, necesitados de segundas y terceras oportunidades.
Hombre: … Empiezan a salir niñas vestiditas de uniforme, decenas de Sonsoles en potencia, arrastrando la “s” debajo de los incisivos: “o sea, o sea…” Es un espectáculo que a ratos me revuelve las tripas y a ratos me despierta morbosos apetitos. Finalmente, sale Sonsoles. Y junto a ella, una adolescente. El pulso se me interrumpe como si me desenchufaran. La criatura es la cosa más formidable que mis ojos pecadores han reflejado en su puerca existencia. Mi corazón vuelve a latir, ahora a toda velocidad.
La muchacha lo llena todo. Incluso si cierro los ojos puedo verla. Su largo cuerpo a medio brotar, sus cabellos como los de las ninfas alucinantes del golfo de Botticelli y una mirada tan intensa que da igual la distancia. Recuerdo vagamente que nunca me han atraído las mujeres de este tipo, pero ni ella es una mujer ni lo que me produce es una simple atracción.
Poco a poco, comprendo que acabo de caer en una trampa.
(…)
Hombre: Muchas cosas se empiezan como de broma, y mientras dura la broma no pasa nada. El caso es que no se puede estar siempre de broma…
Rosana: Creí que ibas a besarme.
Hombre: ¿Qué?
Rosana: Siento reconocer que no vas a ser el primero. Ni en eso ni en lo demás.
Hombre: Ya veo que es inútil que trate de explicártelo. No voy a hacer nada contigo. Nos vamos.
Cambia la luz. Rugido de motocicletas.
Estrenada en 2015 en la Sala Off, hoy Lola Membrives, del Teatro Lara (y comentada en estas mismas páginas), tras larga gira se despide en la mucho más grande Sala 2 de los Teatros Luchana. Se cierra el ciclo y la oportunidad de disfrutar de un evento perfectamente enmarcado en el teatro que más interesa a Adolfo Fernández, gran admirador de la serie The Wire y de todo el peculiar entramado del género negro en cine y literatura. De hecho ha participado (dirigiendo o interpretando como protagonista o secundario) tres obras sin precedentes, abriendo camino para un desarrollo paulatino pero firme al respecto: Cantando bajo las balas, de Antonio Álamo, retrato implacable de Millán Astray; la italiana Naturaleza muerta en una cuneta, del italiano Fausto Paravidino, Ejecución hipotecaria, de Miguel Ángel Sánchez, esta Flaqueza del bolchevique, y a partir del 19 de abril, una apasionante versión de En la orilla, de Adolfo Fernández y Ángel Solo, basada en la novela homónima de Rafael Chirbes, denuncia social de aquí y ahora: un interesante recorrido en un país como el nuestro en el que el teatro permanece a un lado de un material literario y cinematográfico de creciente auge, y que los escenarios de muchos otros países llevan años dando buena cuenta de ello, ya que crimen e intriga atrapan por sí mismos, pero se elevan a una temperatura de alto voltaje cuando se introducen en la miseria moral y económica de las sociedades del llamado primer mundo.
La flaqueza del bolchevique
Autor: David Álvarez (adaptación de la novela de Lorenzo Silva)
Dirección: Adolfo Fernández y David Álvarez
Intérpretes: Susana Abaitua y Adolfo Fernández
Iluminación: Pedro Yagüe
Sonido y música original:
Mariano Marín
Diseño de escenografía: José Ibarrola
Audiovisuales: Emilio Valenzuela
Fotografías: Sergio Parra
Producción ejecutiva: Cristina Elso
Teatros Luchana. Desde el 13 de enero de 2017 hasta el 19 de febrero.
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