Donostia, Jon Lauko.

I

Barcelona, 16 de septiembre, lunes

Guillermina, sumergida en un delicioso baño de agua templada, pensaba que su prestigio profesional estaba subiendo como la espuma. Con suprema voluptuosidad, hacía emerger una pierna recta hacia el techo del baño adornado con patitos azules; deslizaba el índice por su epidermis y se adormecía haciendo recuento del número de machos que habían recostado sus cabezas —rizadas, lisas, rubias o morenas— en su almohada durante noches y noches de aquel largo verano que ya terminaba. Salió del agua, se embutió en una toalla y caminó descalza hacia la habitación dejando un reguero de gotas en el recorrido. Al entrar y ver la última adquisición que dormía plácidamente en su cama, vaciló un momento, se desprendió de la toalla y fue decidida a sacarle un poco más de provecho antes de perderlo de vista. Iba a meterse entre las sábanas cuando el reloj de la mesilla le hizo dudar de nuevo. Era tarde. Abrió un cajón, sacó unas bragas y se las ajustó; luego fue al otro lado de la cama, cogió la Polaroid del ropero y fotografió a su «víctima» poniendo después la cartulina en un álbum de tapas rojas donde figuraban decenas de instantáneas similares. Sobre el lomo, una etiqueta azul decía: «Verano de 1977». Se vistió deprisa. Llevaba una blusa holgada, sin sostén, que disimulaba los cinco kilos acumulados ese verano; una falda larga de color oscuro con topos y unas sandalias griegas que compró el mes de julio en Patrás. En el recibidor, se paró un momento ante el espejo, hizo unas muecas con los labios para homogeneizar el carmín y, recordando algo, volvió a la habitación, entreabrió la puerta, se apoyó en el marco y en el picaporte y echó unos besitos al aire como despedida dirigidos a su amante de aquella noche. Eran las cuatro y diez de la tarde. El sol azotaba la ciudad con fuego dando a entender que, en Barcelona, aquel verano recién concluido iba a desplazar su calor hacia el otoño. Al salir a la calle, Guillermina parapetó sus ojos a salvo de la intensa luz tras unas gafas oscuras; cruzó en bandolera sobre el pecho el capazo que utilizaba como bolso y caminó decidida calle Mayor de Gracia abajo con una sensación de hambre intensa en el estómago. El jefe la había despertado por teléfono aquella mañana. Una rara inquietud vislumbró en su voz; una inquietud jovial que desconocía en él. «Por fin te localizo», le había dicho. Ni siquiera había tenido tiempo de revelar el material que había traído de las tres semanas en Palma.

Y se lo dijo, confusa y adormecida como estaba después de haberse acostado tan tarde, medio borracha y con aquella «máquina de amar» que consiguió para esa noche en el Miramelindo (¿o era el Zeleste?). «¡Deja todo y ven! Te espero en casa. Estaré aquí toda la tarde». E insistió en que procurase ir lo más pronto posible. Al pasar por un Marcelino entró y pidió unos bocadillos, una cerveza grande y se sentó en una mesa arrinconada desde donde se dominaba todo el local. Guillermina era un desastre comiendo; en muchas ocasiones había devorado varias latas de cacahuetes y un par de pizzas iguales si el sabor de la que comía era de su gusto. Bebió un sorbo de cerveza mientras esperaba que le sirviesen y meditó sobre las razones que Luis —su jefe— podía tener para urgirle de ese modo. Había estado tres semanas en Palma cubriendo la parte gráfica de un reportaje sobre las conexiones entre el proxenetismo y la sodomía en las Islas, trabajo que le había proporcionado ricamente unas vacaciones pagadas al cálido sol del Mediterráneo y uns quants clauets de propina. Tenía varios rollos sin revelar de los que podría sacar una docena de fotos buenas y se acordó de sus comienzos. ¡Cuántas camas había recorrido y cuántos malabarismos tuvo que ejecutar antes de que la tomasen medianamente en serio!

Jon Lauko, cuyo verdadero nombre es Francisco Rubio, vive en Barcelona y es catedrático de matemáticas del Instituto Montjuïc y profesor de Álgebra de la Escuela de Caminos.
Fue discípulo del profesor José Antonio Labordeta quien, sin saberlo, le inculcó la pasión por leer y escribir.
Además de libros y artículos de carácter profesional, Francisco Rubio ha publicado un pequeño libro de viajes titulado Viaje a la Comunidad de Albarracín y numerosos cuentos, relatos y artículos viajeros en diferentes periódicos y revistas. Donostia es su primera novela.
Publica: editorial Meteora.

http://www.editorialmeteora.com/

One thought on “Donostia, Jon Lauko.

  • el 16 marzo, 2014 a las 12:08 am
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    Veo que sigues con tu acvita vida social-literaria.Debe ser eso lo que te mantiene alejado de la blogosfera, jeje.Estupendo el relato.Yo me siento incapaz de escribir algo corto.Saludos.

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