Lucía Quintana con Jacobo Dicenta en un fabuloso amor de ida y vuelta
Por Horacio Otheguy Riveira
Un espectáculo al que sólo le faltan cuatro canciones y tres coreografías para ser el musical más brillante de la historia del género. Y lo es sin nada de eso, por la forma “acompasada” y armónica en que se desliza un extraordinario vestuario, una ingeniosa escenografía y un reparto de excelentes profesionales hasta para las más breves intervenciones. Al frente, una pareja fantástica: desolado marido que siembra risas alrededor, pero él nunca se divierte, y esposa que le quiere y no le quiere en busca de placeres en continuo dislate. Y todo en una fiesta de carnaval y luego a caballo entre la vida y la muerte. El drama romántico en una diversión en bucle y espiral. Y magistrales protagonistas que asumen su responsabilidad con variedad de registros y matices.
A menudo la historia del teatro cuenta con creadores geniales a contracorriente, que se adelantan a su tiempo o, simplemente, no encajan en ninguna parte. Así sucedió, por ejemplo, con Enrique Jardiel Poncela atrapado en la guerra civil española con un teatro imposible en el fragor republicano e indigesto para el régimen franquista. Un marido de ida y vuelta es, ¡nada menos!, de 1939 (maltratada en Barcelona y llenos diarios en Madrid), y con ese material Ernesto Caballero ha realizado una versión fresca, de irresistible comicidad y belleza plástica, con el propio Jardiel de personaje entrometido entre sus criaturas de ficción.
Lucía Quintana compone dos personajes: uno breve, en pirandelliana busca de autor, y sobre todo a una protagonista tan fascinante en su tontería como en su éxtasis, y procura matarla para consagrar un amor eterno, al estilo del Tenorio de Zorrilla, pero sin versos ni beaterio, con una prosa de límpida sonoridad y ritmo envolvente para que Jacobo Dicenta sea el marido frustrado que vuelve de la muerte, y al tiempo un escritor que deja su melancolía en los leales brazos del teatro, el humor y la poesía. Una gran complejidad escénica que se resuelve con elegante y fluida precisión, y que se disfruta con infatigable deleite.
Uno de los mayores castigos que Enrique Jardiel Poncela recibió como autor teatral fue no haber nacido en Reino Unido, Francia o Italia: a diferencia de lo que ocurre en estos países, incluso con éxitos indudables, la crítica especializada y los estudiosos de la historia de la literatura españoles siempre han tenido bajo sospecha el género cómico, e incluso el humor sin más, por mero prejuicio seudointelectual que todavía nos persigue en demasiados ámbitos. Como bien escribió María Elena Walsh, en los años 70: “No es lo mismo ser profundo que haberse venido abajo”.
Además, en el caso de EJP, su estilo es tan personal que el burla-burlando de los melodramas de la época se entrecruza con el absurdo de la vida cotidiana que tanto nos hace reír porque siempre sucede a los demás, y nosotros tan listos, lo pasamos bomba, y entre medias se cuece a fuego lento una historia de amor impresionante con la que pueden llorar hasta los más fríos del mundo mundial (siempre que se pongan a buen recaudo, no quiera Dios Nuestro Señor que les descubran).
Y en esas que llega Ernesto Caballero y consigue que todos bailen una danza sabia de factores humanos, y por tanto, bellamente desprejuiciada. Siempre ha sido muy difícil encontrar el punto justo al poner en escena a este autor de cuyas propias puestas en escena no tengo conocimiento, pero sí del trabajo minucioso de su bisnieto Ramón Paso, el mayor especialista en la obra de Jardiel —aquí asesor de la dramaturgia—, autor y director de otra versión reciente donde confluye la ficción y la realidad histórica, también con Jardiel Poncela de coprotagonista: Usted tiene ojos de mujer fatal… en la radio.
Hubo muchos montajes a mi entender poco y nada jardelianos. De hallazgos similares sólo recuerdo Eloísa está debajo de un almendro, en 1984 en este mismo teatro, del director José Carlos Plaza con dos protagonistas ya fallecidos en la recta final de sus asombrosas carreras: Rafael Alonso y Maricarmen Prendes. Y en 2001, Madre el drama padre, dirección de Sergi Belbel, con Blanca Portillo, Gonzalo de Castro y Toni Misó encabezando una gran compañía, producción también del CDN pero estrenada en el Teatro La Latina por cortesía de su entonces propietaria, Lina Morgan, pues el María Guerrero estaba en obras, con un ejército de operarios persiguiendo termitas.
Estas funciones ofrecieron visiones muy próximas a esta de Caballero, en las que se consiguió la diversión estilística que une los opuestos de la comedia y el melodrama con un toque de parodia de todo lo demás, absorbiendo en este caso que nos ocupa la esencia de la obra: un panorama social de señores y criados en pleno desbarajuste porque, con dinero o sin él, en lo que de verdad se juegan la vida es en la búsqueda del amor como una conciencia universal tan intrincada como apasionante.
Fundamentalmente se trata de lograr ese punto justo donde todo es posible entre situaciones inverosímiles (faltaban unos 15 años para que apareciera el Teatro del Absurdo de Eugene Ionesco), y sin embargo, en medio del disloque de la vida teatral de cada instante se yergue, victorioso, el teatro mayor que entreteje personajes principales y secundarios inolvidables. Y así es este Jardiel, un escritor de ida y vuelta que se permite un lujo como no recuerdo haber visto desde las funciones arriba mencionadas, e incluso las supera con creces, donde hasta el personaje más efímero cuenta con una interpretación de primera línea: seria, cabal y a la vez con exquisito sentido del humor.
Así, en las correrías de estos personajes perdidos en un caserón que es a su vez parte de un salón teatral temeroso de sí mismo, nos encontramos con intérpretes importantes que hace poco hemos aplaudido en papeles mucho más destacados y en muy distintas obras, como por ejemplo: Chema Adeva y su doctor que siempre diagnostica fatal pero lo hace con distinción de eximio; al jardinero tontorrón y buena gente de Felipe Andrés; la cascarrabias en silla de ruedas que exige que le acerquen a uno o a otra “¡que le voy a dar unas cuantas bofetadas!”, impactante colaboración en la recta final de la función por parte de Paloma Paso Jardiel, o los fugaces y desopilantes pasajes del despistado señor Díaz creado por Juan Carlos Talavera, o Macarena Sanz y su Cristina, puro encanto de niña ingenua…
Todos confluyen en un devenir donde siempre prevalece una respiración coral, de gran trabajo de equipo, con el que consiguen transmitirnos una alegría contagiosa. La dinámica feliz de quienes saben que se consagran al trabajo bien hecho. Eso sí, todos ellos con Lucía Quintana como Eloísa en busca de autor [invención del adaptador] y delirante auténtica protagonista, la Leticia de la obra original, Un marido de ida y vuelta, es decir: Lucía Quintana a cargo de dos mujeres que son en sí mismas estrellas absolutas, divas sublimes creadas desde la profunda humildad de una actriz hecha en los escenarios y en los mil y un cursos de interpretación, en una evolución temporada a temporada más sorprendente (Maribel y la extraña familia, Los hermanos Karamázov…), ahora en un debut jardeliano que se acomoda perfectamente al ritmo cadencioso de un compañero perfecto: un Jacobo Dicenta (Ay, Carmela, Hedda Gabler) que asume el doble papel de ser el propio Jardiel fundido con el pobre Pepe, alma en pena por un amor perdido; perfecta simbiosis del comediógrafo que articula el humor que divierte a los demás por donde él más sufre, y deja fluir el romanticismo a espaldas de la desesperación.
Junto a ellos, el modélico mayordomo de Paco Déniz junto al no menos acertado Paco Ochoa encargándose del personaje más patético, como el tercero en discordia a quien un fantasma le impide besar a su deseada mujercita.
Voy a ser breve, pero contundente. Un marido de ida y vuelta, con Cuatro
corazones con freno y marcha atrás y varias otras de sus hermanas, está
considerada en mi interior como una obra de arte todo lo perfecta que permite
nuestra imperfecta condición humana de creadores. Igual que esas
otras, fue escrita sometiéndola a un sentido del juicio y a un gusto personales e
intransferibles sin pensar para nada ni en el gusto ajeno ni
en el ajeno sentido de juicio…
Un marido de ida y vuelta alcanza justo el punto, altitud y posición
artísticos perseguidos en su realización, y -cosa que ocurre con muy pocas obras
de arte- tiene padre y madre, como tantas otras de mis comedias. El padre se
llama Humorismo, y la madre, Poesía.Humorismo violento, a veces acre y descarnado, a veces ingenuo y
bonachón; profundo y superficial; en juego a menudo con las ideas y con
frecuencia saturado de gracia verbalista (Enrique Jardiel Poncela).
Jardiel, un escritor de ida y vuelta
A partir de la obra de Enrique Jardiel Poncela (1901-1951)
Versión y dirección: Ernesto Caballero
Asesor dramaturgia: Ramón Paso
Ayudantes de dirección: Juanma Casero, María Lorés
Intérpretes (por orden alfabético): Chema Adeva, Felipe Andrés, Raquel Cordero, Paco Déniz, Jacobo Dicenta, Luis Flor, Carmen Gutiérrez, Paco Ochoa, Paloma Paso Jardiel, Lucía Quintana, Cayetana Recio, Macarena Sanz, Juan Carlos Talavera, Pepa Zaragoza
Escenografía: Paco Azorín
Vestuario: Juan Sebastián Domínguez
Música y espacio sonoro: Luis Miguel Cobo
Diseño cartel: ByG/Isidro Ferrer
Fotos: marcosGpunto
Producción: Centro Dramático Nacional
Teatro María Guerrero. Del 16 de diciembre 2016 al 12 de febrero 2017.
LUNES CON VOZ
Lectura dramatizada de Jardiel en la checa, escrita y dirigida por Ramón Paso, con Carlos Seguí y Juan Carlos Talavera: 23 de enero a las 20 horas. Entrada libre hasta completar aforo.
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