Una maravilla teatral con inmigrantes en una cocina inglesa de posguerra
Por Horacio Otheguy Riveira
Veintiséis actores corren, gritan, protestan, se aman, se odian, ríen, a ratos bailan, uno que otro canta, algunos parece que van a matarse: todos forman parte de un engranaje laboral en el que se filtran los dramas personales entre carcajadas y violencias como en un intrépido circo de tres pistas. En medio del caos se cuecen a fuego lento interesantes conflictos y se desarrollan personajes muy bien diseñados. Todo bajo control gracias a la dirección de un hombre de teatro que supo rodearse de lo mejor en todas las áreas.
Nada falla, todo vibra, divierte, emociona, y de un reparto coral de excepcional calidad, destaca el protagonista: un alemán en el Londres de posguerra interpretado por Xabier Murúa de tal manera que logra comunicar lo imposible, ya que a falta de un texto que explique sus sentimientos, es en la permanente acción donde va revelando una historia secreta que nunca acaba de desentrañarse pero que resulta clave, eje de una obra coral compuesta por maravillosos intérpretes que, momento a momento, respiran al unísono los aromas de una factoría brutal y a la vez imaginaria. Impresionante.
Desde que un pinche de cocina chipriota pone en marcha a «la bestia» encendiendo los fogones hasta que un cocinero alemán, centro de muchos conflictos, sale de escena para siempre —tras el breve monólogo del italiano dueño del restaurante—, La cocina de Arnold Wesker, según la versión y dirección de Sergio Peris-Mencheta, es un acontecimiento teatral que aporta a una obra de 1958 una vitalidad muy actual, no sólo por las implicaciones políticas de la inmigración y el auge xenófobo de gran parte de la población europea, sino también por las implicaciones solidarias de uno de los mayores autores del continente, poco y nada representado en España.
En este gran show se han empleado muchos medios técnicos. No hay rincón que escape a la cuidadísima iluminación, ni detalle escenográfico que parezca casual (¡qué impactantes resultan esos tubos que suben y bajan como si formaran parte de un tren en marcha!), pero además se tiene en todo momento la sensación de estar viendo al director brincando entre los personajes para señalar qué hace cada uno y cómo, y recibir además las impresiones de los propios intérpretes. Y para que el mecanismo no se detenga y se enriquezca hay escenas grupales en cámara lenta, definitivas coreografías en géneros diversos, con especial formulación de intereses cuando los griegos se marcan una de sus danzas tradicionales. Se hace presente la vocación patriótica como sentimental necesidad del lejano hogar, pero los nacionalismos en conflicto sólo aparecen como revelación de dramas personales en un contexto muy duro en el que «la paz no es más que una guerra que duerme la siesta».
Sergio Peris-Mencheta (Incrementum, Un trozo invisible de este mundo, Continuidad de los parques, La puerta de al lado), es un director que ama esta obra desde sus tiempos universitarios —cuando ya había hecho una modesta versión—, y la ama como el propio autor la amó cuando la escribió iniciando con ella una larga carrera con más de 40 textos que siguieron desarrollando lo que aquí se presenta como un testimonio de su solidaridad por los extranjeros que se reunían a trabajar duro en Reino Unido, el único país de Europa que resistió al nazismo.
Inmigrantes enfrentados, supervivientes a brazo partido, hombres en constante crisis, y un despliegue fascinante de mujeres que se apoyan cuanto pueden: algunas son víctimas del abuso de poder de sus jefes o del devenir sentimental, pero las hay enamoradas de sí mismas, arrogantes, frías o pasionales deliciosas: una panorámica psicosocial espectacular, que también adquiere una fuerza intimista de sensible profundidad.
Leída hoy, La cocina mantiene una frescura incomparable, y muy alto el atractivo de unir las pequeñas rutinas, las previsibles estrategias de todo superviviente, con la honda poesía del misterio de cada uno. La primera obra de un gran autor que siempre consideró la fuerza del trabajo obrero como la fuerza espiritual de un gran proyecto socialista para el terruño en que vivía, lo mismo que para el mundo entero.
Hay extensos fragmentos de mis composiciones dramáticas que son pura invención, pero no sé si sabría escribir sin utilizar mi propia experiencia. Esto me tiene muy preocupado. Por eso deseo volver a trabajar en una cocina o en las obras de un edificio en construcción. Lo mejor de mi obra lo he escrito siempre mientras tenía una colocación de este tipo. Dudo mucho de mi imaginación por encima de mi experiencia.
Las creaciones de todos los actores están forjadas con una dedicación artesanal de gran magnitud. Además de atender a dos asesores gastronómicos, se han metido en cocinas de restaurantes para aprender el movimiento , tanto de los camareros como de los cocineros: el movimiento general y particular porque simulan las acciones sin alimentos reales, y lo hacen con un dominio corporal alucinante —guiados por un gran bailarín-coreógrafo—, felizmente acompañados de múltiples detalles como trucos de magia, grandes logros en los diferentes acentos según la nacionalidad de los personajes, maestro especializado en clown…
En fugaces momentos, o en diversos puntos de concentración especial, toda La cocina —»la bestia»—, en la que trabajan muy duro para alimentar a 1500 comensales a diario, a veces detiene su ajetreo y da lugar a inquietudes como las del judío francés (Javivi Gil Valle):
… Es posible que una mañana nos levantemos y de repente descubramos que todos ellos han desaparecido. Pero entonces me digo: ¿debo dejar de hacer pasteles? Los obreros de las fábricas, ¿deben dejar de fabricar trenes y automóviles? El minero, ¿debe dejar el carbón donde está?
O la confesión del italiano repostero (Mario Tardón): «Yo sueño con encontrarme con gente… Con gente como yo…» (y se hunde en un silencio tan denso que pone la piel de gallina).
Historias leves que se alzan en un fantástico vuelo a través de sus interpretaciones «casi» musicales, movimientos, respiración, tonos, texto, actores tan buenos que incluso viéndoles de espaldas logran transmitir la emoción prevista: Carmen del Valle es la preciosa cocinera inglesa muy sexy hasta para rellenar los recipientes de nata montada, encantada de haberse conocido; Alejo Sauras, hace una sorprendente elaboración del irlandés tímido recién llegado que en el mismo día acaba siendo un exhausto quejica al borde de la rabia; Roberto Álvarez, el frío chef que oscila entre la indiferencia y la capacidad de imponer orden en un pispás; Silvia Abascal aporta una fría belleza de irresistible seducción en el rol de una francesa altiva que enloquece a Peter, el cocinero alemán que protagoniza la función, de quien se habla mucho antes de aparecer en escena: violento, muy violento, a menudo da la impresión de que va a matar a alguien, tras haber golpeado a un compañero… y sin embargo esconde entre sus gestos otras emociones que estallarán de manera imprevisible. De este personaje se ocupa Xabier Murúa, un habitual de Barco Pirata, la compañía que coproduce esta función con el CDN.
Le vi hacer trabajos memorables, uno de ellos en una sala de reducidas proporciones: Los buitres. Con el público encima desarrollaba un proceso similar al de este cocinero: va de las apariencias modosas a la mordiente de un oscuro mundo oculto que cuando sale a la luz se mete de lleno en el corazón del espectador con una expresión corporal sobrecogedora.
Muchas sorpresas se distribuyen eficazmente a lo largo de las 2 horas 15 minutos, y una de ellas es la mágica aparición de Marta Solaz (Continuidad de los parques) que deja de ser una camarera inglesa para convertirse en una alemana que canta estupendamente Lili Marleen, la canción que unió a todos los bandos durante la segunda guerra mundial, y que popularizó Marlene Dietrich, quien, de origen alemán, no dudó en interpretarla para las tropas aliadas en los últimos años de la guerra, y luego fue su tema más aplaudido durante veinte años de recitales por el mundo. La letra es del soldado Hans Leip, escrita en 1915, durante la primera gran guerra, pero le puso música en 1937 el compositor Norbert Schultze. Es una canción que se ha interpretado no sólo en alemán, también en francés e inglés (y en esta cocina se da buena muestra de ello), y en castellano se la apropiaron los españoles de la filonazi División Azul, y con el tiempo numerosos grupos de música pop:
Yo busqué la muerte, casi la encontré
nunca me escribiste, nunca te escribí
pero maté pensando en ti
jamás lloré, jamás reí
por ti Lili Marleen
por ti Lili MarleenNunca me dijeron qué es lo que hay que hacer
sálvese quien pueda, locos al poder
y una explosión me habló de ti
ni está mal ni está bien
por ti Lili Marleen
por ti Lili Marleen
No te envenenes, deja de llorar
quise ser un héroe, otra vez será
no fui un valiente ya lo sé
me siento mal, me siento bien
por ti Lili Marleen
por ti Lili Marleen
La cocina
Autor: Arnold Wesker (1932-2016)
Versión y dirección: Sergio Peris-Mencheta
Intérpretes (por orden de intervención): Ricardo Gómez, Paloma Porcel, Max Carnicero, Javier Tolosa, Winter Camarero, Ignacio Rengel, Óscar Martínez, Javivi Gil Valle, Mario Tardón, Fátima Baeza, Xenia Reguant, Carmen del Valle, Almudena Cid, Marta Solaz, Natalia Mateo, Diana Palazón, Romans Suárez-Pazos, Aitor Beltrán, Pepe Lorente, Silvia Abascal, Patxi Freytez.
Escenografía: Curt Allen Wilmer
Iluminación: Valentín Álvarez
Vestuario: Elda Noriega
Espacio sonoro: Pablo Martín-Jones y Héctor García
Asesores gastronómicos: Pepe Rodríguez y Nacho Rubio
Movimiento escénico: Chevi Muraday
Maestro de clown: Néstor Muzo
Maestro de voz: Óscar Martínez
Asesor de magia: Jorge Blass
Fotografías: marcosGpunto
Producción Centro Dramático Nacional en colaboración con Barco Pirata Producciones, y con el apoyo de Facyre.
Teatro Valle Inclán. Del 18 de noviembre al 30 de diciembre 2016
Cuaderno pedagógico, muy completo, número 95.
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