Feliz recuerdo entre aplausos: «La voz humana», de Jean Cocteau
Trascripción del artículo publicado el 6 de febrero de 2019 (adaptado a 2020)
La vitalidad de un monólogo de 90 años: «La voz humana», de Jean Cocteau
Por Horacio Otheguy Riveira
El primer monodrama de la historia presenta a una mujer ante el abandono de su amor, y nos invita a verla/escucharla en esa tortuosa intimidad. Una tragedia que no cesa. El teatro siempre se viste de gala cuando se levanta el telón y hombres y mujeres se abandonan por igual a la angustia más veces transitada en todas las artes.
Mucha es la producción de Jean Cocteau (1889-1963), poeta, novelista, dramaturgo, dibujante, pintor, diseñador, crítico literario, ensayista y cineasta francés, extraordinario amigo de sus amigos, leal “hermano” de sus amigas, entre las que Edith Piaf (1915-1963) era la preferida, la amantísima, aunque él sólo se acostó con hombres; por ejemplo, algunos muchachos adorados en el cine y el teatro, como el actor Jean Marais, su pareja oficial durante bastante tiempo.
Piaf fue algo grande, insuperable. De hecho, en cuanto le informaron que había muerto, tuvo un infarto del que no se recuperó, muriendo en el acto: fueron profundos amigos, amantes de fantasía, creadores que sublimaban los besos y las ausencias, el buen humor, las borracheras salvadoras y la muerte lenta de no encontrarse a gusto en ninguna parte. Murieron casi al mismo tiempo. Se dejaron llevar por un río de envolvente fascinación: poetas ambos, a fin de cuentas líricos y a menudo lujuriosos buscadores de perlas en medio del horror de cada día, ambos supervivientes de la invasión nazi de Francia.
La cobardía de una valiente
La voz humana fue un monodrama escrito para Edith Piaf, pero ella no se atrevió a estrenarlo. Temía subirse a un escenario sin músicos y con semejante carga dramática. Valiente como demostró ser tantas otras veces, no se atrevió a interpretar sin cantar lo que se había escrito para ella, pasaban los años, pero nada, ni modo: se quedaba de piedra frente al micrófono, dándolo todo con la voz, pero el cuerpo inmóvil, incapaz de expresar la enorme cantidad de emociones que la mujer de la obra de Cocteau ha de expresar. Así que ni lo intentó. Lo cuenta el propio autor:
Cuando escribí la primera versión, Edith sólo tenía 15 años, pero yo ya soñaba con ella; más adelante, ya grandes amigos, no se atrevió a llevarla a escena, no se veía ella sola, el teléfono, la soledad de la habitación abandonada, y entonces le escribí El bello indiferente, que es en realidad otra versión de la misma tragedia: la de ser abandonado por el ser que amas, y esa sí la estrenó con gran éxito en 1940, su única participación en una obra teatral. La acompañaba un actor, ya no estaba sola. Pero la obra no trascendió como La voz humana, apenas se ha representado después.
En efecto, La voix humaine dio la vuelta al mundo y la sigue dando en varios idiomas y diversas formas de interpretarla: no hay reflexión desesperada más bella y profunda que esta pieza que apenas supera la media hora —según la puesta en escena, ha llegado a durar el doble—, por la que se desmelena una mujer en la cúspide de un invento alucinante: el teléfono.
Dime que me amas, que aún me amas
Jean Cocteau escribió varios dramas interesantes: Orfeo, Los padres terribles, Los hijos terribles, El águila de dos cabezas, La máquina infernal…, algunos de los cuales tuvieron en su tiempo versiones cinematográficas. Sin embargo, es La voz humana la que arrasa, tanto en la piel del personaje femenino, para quien fue escrito, como en la de hombres que se han atrevido a realizar su propia dramaturgia masculina: hetero (magnífico Antonio Dechent) u homosexual (Georbis Martínez, en una versión libre escrita por Manuel De, que no llegué a ver), por mencionar sólo algunas puestas en escena españolas.
A partir de su estreno en 1930 tuvo ecos internacionales. Poco a poco fue ganando terreno, y en 1958, Francis Poulenc compuso la adaptación operística, y hubo versiones cinematográficas compartiendo mediometrajes (Anna Magnani, visceral; Ingrid Bergman, contenida), y episodios dentro de películas (Almódovar, La ley del deseo: una escena breve de una versión muy ingeniosa que debería haber llevado a un teatro, de rara emoción. Con Carmen Maura).
Es bueno tener en cuenta que en 1930 el teléfono sólo pertenecía a gente adinerada. La amante abandonada de la obra no tiene por qué ser rica, pero está en un ambiente que puede permitirse el exótico aparato, caro de mantener, y a través suyo aumenta la angustia ante la ausencia de amor; un hábitat confortable pero desolado con un objeto monstruoso encargado de permitir las malas noticias: el teléfono.
Una voz sin cuerpo humano que cuando llega es para despedirse, y ella que clama en el vacío: “Seré fuerte, amor mío, sí, seré fuerte, por supuesto que seré fuerte…” Pero a continuación dice la verdad:
No me dejes, no me dejes, no me dejes. Dime que me amas, que aún me amas.
Una cama deshecha aún con el aroma de placeres incomparables. Una confianza febril en que los gozos de ese lecho volverán algún día. Una desolación angustiosa al descubrir que nada de eso es posible.
Lo cotidiano convertido en obra maestra
Algo tan manido, tan elemental en mil y una ficciones como una decepción amorosa se ha convertido en una obra maestra, lo mismo en Estambul que en Lima, Veracruz o París: Cocteau, el juguetón que dibujaba grandes penes enamoradizos, el sublime irónico que conocía muy bien a las mujeres, el poeta irascible y lírico, el acomodaticio con el poder establecido y el sarcástico hacia cuanto despreciaba, el buscador de perlas en los estercoleros, escribió un monólogo con la cadencia y musicalidad de la mayor tragedia posible: saberse despreciado por el ser que se ama, lanzado a la supervivencia miserable de convivir con seres anónimos y cercanos por los que no siente afecto alguno.
En Madrid, una de las últimas actrices que lo interpretó fue Cecilia Roth compartiendo la versión operística en el Teatro de La Zarzuela con la soprano Felicity Lott en 2005, dirigidas ambas por Gerardo Vera en un espectáculo muy interesante donde destacaba el contraste de la interpretación en castellano y la cantada en francés, ambas con el inquietante teléfono como elemento/personaje central. Cecilia Roth interpretó la versión y traducción realizada por el poeta Luis Antonio de Villena; mientras que la soprano inglesa cantó la partitura de Poulenc, acompañada por la Orquesta de la Comunidad de Madrid, bajo la batuta de José Ramón Encinar.
Sobresaliente fue la creación de Amparo Rivelles en 1981, con dirección de José Carlos Plaza en un espectáculo formidable compuesto por tres monólogos femeninos en el que Irene Gutiérrez Caba se ocupaba de La más fuerte, de Strindberg, y Julieta Serrano de Antes del desayuno, de Eugene O´Neill. Mujeres solas escritas por hombres excepcionales que las amaban y temían. También Rosa Novell (foto derecha) hizo una Voz espléndida en 1998, dirección de Jaume Villanueva.
Mujeres solas ante el infortunio del desamor, de la traición, del vertiginoso descenso hacia el infierno de saberse marginadas, víctimas de una tragedia que hoy ya es compartida con hombres que saben que sentirse abandonados a su suerte sin cariño incondicional no sólo no les quita virilidad, sino que les hace más humanos, todos a una con el mensaje secreto, armado con letras que se entretejen en silencio hasta armar palabras que luchan entre sí.
El texto es muy rico teatralmente, ya que su concepto de acción interior/exterior está diseñado de tal modo que logra ser una función a dos voces porque es tan intenso el clímax conseguido que podemos vivir la desolación y la ansiedad del personaje, ya que creemos escuchar y sentir las voces del otro lado de la línea: la del amante que se despide irremediablemente y que busca hacerlo de la manera más suave posible, y por un instante, la de María, la asistenta que cuando vuelve a llamar porque se ha cortado la comunicación le da un golpe bajo: “El señor no está en casa, la ha llamado de otra parte”.
(…) Perdóname. Sé que esta escena es intolerable y que tienes mucha paciencia, pero, entiéndeme, sufro, estoy muy mal. Este hilo es el último que nos sigue uniendo… ¿Antes de ayer por la noche? Dormí. Me dormí junto al teléfono… No, no. En mi cama… Sí, lo sé. Resulto ridícula, es cierto, pero tenía el teléfono metido en la cama; a pesar de todo estamos unidos por él. Porque tú me hablas. Hace ya cinco años que vivo de ti, que eres el único aire que respiro, que paso mi vida esperándote, creyéndote muerto si llegas tarde, muriendo por creerte muerto, volviendo a la vida cuando entras y estás aquí, muriéndome por miedo a que te marches… Ahora respiro porque me estás hablando…
El Festival de Venecia ha anunciado que, La voz humana,el primer título rodado en inglés por Almodóvar formará parte de la edición 2020 del certamen; toda una sorpresa si tenemos en cuenta que se rodó en julio y se estrenará menos de dos meses después, a principios del mes de septiembre —el festival se extenderá entre el 2 y el 12 de septiembre—. Un cortometraje protagonizado por una de las grandes actrices británicas, Tilda Swinton.
Junto a la proyección de la película, Tilda Swinton recibirá el León de Oro en reconocimiento a su trayectoria profesional; mismo galardón con el que se honró a Pedro Almodóvar en la edición de 2019 del Festival. Mientras esperamos noticias sobre cómo podremos verlo el resto de los mortales, aquí os dejo la primera imagen oficial del corto.
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